Retrato de Jacinto Miquelarena en la década de 1930
Retrato de Jacinto Miquelarena en la década de 1930
RAROS COMO YO

¡Qué país, Miquelarena!

Gran viajero con un notable sentido del humor, Jacinto Miquelarena es un clásico del periodismo español

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Bilbaíno y cosmopolita, Jacinto Miquelarena (1891-1962) conoció desde chico -para completar sus estudios- la brisa de los grandes expresos internacionales y los periplos náuticos. Pero el gusanillo del periodismo lo trajo de nuevo a Bilbao, donde frecuentó la mítica tertulia del café Lyon d’Or, junto a Rafael Sánchez Mazas, José María de Areilza o José Félix de Lequerica.

En 1924 funda, sin salir del Bocho, Excelsior, el primer diario deportivo de España. Tras asistir a las Olimpiadas de Ámsterdam, publica El gusto de Holanda (1929), un libro impresionista y greguerizante, en el que canta las loas de un país en donde todo es «limpio, nuevo, flamante». Otra breve estancia de un par de meses en Nueva York le bastará para completar un retrato caleidoscópico de la gran urbe americana en Pero ellos no tienen bananas (1930), donde ya asoma su humor a veces sentimental, a veces cáustico, que tiene algo de caricia y algo de berbiquí.

Ficha por ABC

Ese mismo año, por mediación de Luis de Urquijo, se traslada a Madrid e ingresa en la redacción de ABC. Y al año siguiente publica Veintitrés, una especie de Baedecker urgente en el que retrata con levedad vanguardista otras tantas ciudades. En 1934, en fin, entrega a la imprenta Stadium, una obra perfumada de optimismo en la que bendice, con el hisopo del humor, el matrimonio entre poesía y deporte.

Entretanto, Miquelarena se ha hecho asiduo de la tertulia de «La Ballena Alegre» y conocido a un hombre que le causa honda impresión: «Un día -escribirá más tarde- se acercó un mozo de frente despejada y ojos azules. Llegó con toda su vehemencia, con una claridad de mediodía, con el amor a España, con el desprecio a todo lo que corrompía el país, con asco por la derecha y con asco por la izquierda: se llamaba José Antonio Primo de Rivera». Su intimidad con el fundador de la Falange será tanta que participará en la composición del Cara al sol. Y, cuando la guerra lo sorprenda en Madrid, tendrá que sobrevivir en la clandestinidad, acechado por la muerte, hasta que consiga refugiarse en la embajada argentina y, más tarde, embarcarse en el buque de guerra Tucumán, con destino a Marsella.

De aquellas jornadas de angustia en vilo levantará acta en dos libros sobrecogedores, Cómo fui ejecutado en Madrid (1937) y El otro mundo (1938). En el primero retrata con chafarrinones expresionistas el Madrid de las checas, las sacas y los paseos; y lanza invectivas biliosas sobre políticos y escritores republicanos. El segundo es una vívida crónica de su estancia en la embajada argentina, con pasajes de un humor tétrico y semblanzas desgarradoras de algunos de sus compañeros de infortunio.

En 1937, incorporado ya a los sublevados, es nombrado en Salamanca primer director de Radio Nacional; y reanuda su colaboración en ABC (de Sevilla), con artículos muy encendidos que firma con el seudónimo de «El Fugitivo». En uno de ellos (con el que obtiene el premio Mariano de Cavia) narra la muerte de un carlista y un falangista, juntos en la misma trinchera; en otro, señala con agria ferocidad a los responsables de la muerte de su amado José Antonio: «Le mató la caspa y la cochambre y las gafas de carey del Ateneo. Le mató el maestrillo y la casa de huéspedes. Le mató la España envidiosa y pseudointelectual, hecha de bestia y de Freud a partes iguales».

También colabora en aquellos mismos años en La Ametralladora, la revista humorística que congrega los talentos de Mihura, Tono y Neville, semillero de la posterior La Codorniz. Aplacados los furores de la pólvora, Miquelarena se inclinará por una literatura más eutrapélica en Don Adolfo, el libertino (1940), una evocación del Madrid novecentista, verbenero y aristocratizante, con ecos de Jardiel y Wodehouse.

Corresponsal

Corresponsal de ABC en Berlín, Miquelarena narrará la llegada a Alemania de la División Azul. Pero algún artículo suyo molestó sobremanera al cuñadísimo Serrano Suñer, que exigió su destitución fulminante. Desde entonces, un Miquelarena crepuscular pasará larguísimas temporadas fuera de España, primero al frente de la delegación de la agencia EFE en Buenos Aires, después como corresponsal de ABC en Londres y, finalmente, en París. Allí, se fueron agudizando su melancolía y pesimismo, también sus desencuentros con el director Luis Calvo. Así hasta que, enfermo de un cáncer sin cura, Miquelarena se suicide en agosto de 1962 en la estación de Michelange-Auteuil, arrojándose desde el andén al paso del metro.

La memoria de Miquelarena perduró durante décadas en la célebre exclamación, entre indignada y jocosa, que un día Pedro Mourlane Michelena le dirigiese, ante cierta escena de tono carpetovetónico que ambos presenciaron: «¡Qué país, Miquelarena!». Y suya es la traducción más hermosa del célebre poema de Kipling: «Si logras que tus nervios y el corazón te asistan, / aun después de su fuga de tu cuerpo en fatiga…». Tal vez Miquelarena lo recitase en el instante último, antes de que su cuerpo en fatiga se lanzase desde el andén de aquella estación, fugitivo del cielo gris de París, que tal vez le recordase el de Bilbao, cuando el mundo era joven y estaba preñado de ilusiones.

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