Miguel Pradilla, el pintor de las mil caras que no quiso ser como Picasso

El artista diseñó para Francia el primer coche descapotable pero nunca pudo escapar del yugo de Francisco Pradilla, el gran pintor histórico del siglo XIX

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Pintó más de 4.000 cuadros pero no renunció a su pasión por el motor, y trajo a España el primer coche de carreras extranjero. Fue un laureado deportista y creó su propio equipo de ciclismo, pero nunca consiguió que se le conociese por sus propios méritos. Para el resto del mundo, siempre fue el hijo de Francisco Pradilla, el gran pintor del siglo XIX, conocido por representar en sus lienzos episodios históricos nacionales como «La rendición de Granada» —que ahora cuelga en el Palacio del Senado— o a personajes míticos como «Doña Juana la Loca». Ni siquiera los colores vivos con los que renovaba el arte de su progenitor, maestro y bestia negra al mismo tiempo, sirvieron para que su nombre evitase los derroteros del olvido.

Tampoco que su estilo rompiese con las vanguardias de sus coetáneos, y que nunca, como hicieron tantos otros, intentase seguir los pasos de afamados artistas contemporáneos como Picasso. Y para luchar contra esta desmemoria impuesta por la rebeldía de Miguel Pradilla, su nieta, poco después del cincuenta aniversario de su muerte, reivindica su obra.

La casa en Madrid de Sonia Pradilla es el museo que nunca albergó con la dignidad que merecía la obra de este pintor desfasado. Nada más cruzar la puerta, brota un aire marino, pesado y fresco; el ajetreo del oficio: mujeres que limpian la pesca, hombres que dirigen el timón de goletas cuyas velas resoplan con los caprichosos virajes. Se siente el crepitar de los pasos de una vivienda antigua en la que cada pared exhala historia. La vida de desconocidos que otro extraño de este siglo pintó alrededor de España cuelga de los tabiques, iluminados para la ocasión. Memoria histórica de tiempos que, como la vida, pasaron sin pena ni gloria.

«De mi bisabuelo Francisco está todo dicho. De Miguel, en cambio, nadie se ha acordado desde su muerte, en 1965; este es mi pequeño museo, creo que existe una deuda con él y es mi deber intentarlo, porque han aflorado muchas cosas al recopilar este trabajo. Viendo todo esto, así, sin conocerle, te puedo decir que le llego a querer», confiesa Sonia. En un angosto pasillo hay una exposición de cuadros de pequeño formato o gabinete, esos bocetos que Pradilla trazaba, siempre al aire libre, para luego hacer el trasvase a un cuadro en el taller. «Sin ser presuntuosa, es mi particular rincón del Prado», cuenta la nieta.

Miguel Pradilla González (Roma, 1884) se crió entre colores lejos de España, el país que inspiraría sus mejores obras. Los veía en los cuadros de su padre Francisco Pradilla y no tardó en sentir la necesidad de mezclarlos en sus propios lienzos. Fue una persona llena de contradicciones, y pese a seguir la llamada del destino, evitó que César, su único hijo superviviente, siguiese sus pasos.

Miguel y las mujeres

Miguel Pradilla también heredó de su padre la necesidad de moverse por el mundo y, sobre todo, por un país en el que por casualidades laborales no nació, pero siempre sintió como suyo. Quizás por eso de haber nacido en Italia y escalar sus montañas junto a Francisco, pintando el horizonte, siempre quiso saber qué había más allá. Viajó por toda España, pero siempre volvía a inmortalizar esas escenas costumbristas que le enamoraron. La atracción por Galicia vino de fábrica, pues fue la Comunidad cobijo del amor de Francisco y su madre, hija de un presidente de la zona portuaria de Vigo, con la que el que fuera director del Museo del Prado se casó furtivamente. Pero también le cautivaron de esa zona las faenas, el mar y sus orfebres. Algo similar le sucedía con Asturias… y con las mujeres. En su obra, estas copan la mayoría de los lienzos, los planos importantes, e incluso desempeñan tareas que, por aquel entonces, eran de hombres. «Es cierto que hay bastantes más mujeres que hombres en sus obras. Yo creo que le debieron gustar mucho. De mi abuela, por ejemplo, se enamoró en la calle, por Madrid. Ella era muy guapa, tendría diecisiete años; él, veintitantos. Siempre contaba mi abuela que cuando paseaba con sus amigas y lo veía por la calle, le gritaba: "¡Que viene el viejo!", y ella y sus amigas salían corriendo, entre risas. Date cuenta de que en esa época los hombres de su edad eran considerados casi ancianos», rememora con una sonrisa Sonia.

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Enamorado de los paisajes y los constantes cambios de la naturaleza, también él, un inquieto ecléctico, se dejó llevar por la modernidad que empezaba a abrumar al mundo. Pero a su manera.

No sucumbió, en cambio, a plasmarla en sus cuadros, siempre pintados al aire libre. La pintura, para él, era algo tradicional, herencia paterna, que solo podía corregir trasladando al lienzo con su mirada optimista, más luminosa. Por eso no cedió a las vanguardias de coetáneos como Pablo Picasso, que prefirieron huir de la realidad, desfigurarla, y crear una paralela en la que nada parecía como realmente era. Prefirió remontar su inspiración al impresionismo, seducido por el brillo de amaneceres y paisajes más acorde a su forma de ser y entender el mundo que tanto le gustaba capturar con su pincel, pero también terminó eclipsado por el género demodé.

Maestro y bestia negra

Aunque su único ejemplo, como siemprereconoció, fuera su padre. «Me eduqué en la escuela de mi padre y fue mi único maestro. Viéndole pintar a él, escuchando sus impresiones, observando sus pinceladas, sus rasgos, he ido aprendiendo porque junto con la enseñanza surgió en mí una vocación irrefrenable», admitía el propio Miguel en una entrevista concedida a la revista 'Fotos' el 17 de diciembre de 1944.

El legado, en cambio, no siempre es bondadoso. Aunque luchó por rescatar a su padre, al que idolatraba, del olvido, fue él quien terminó cayendo en sus redes. Debutó con su paleta de profesional a los 22 años pintando un cuadro que adquirió el director general del Banco de Río de la Plata (Argentina) y obtuvo medallas por sus obras en Florencia, Múnich y Venecia, pero ahora, cuando se acaba de cumplir el 50 aniversario de su muerte, ya nadie lo recuerda.

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