Los tres Gregorios junto al reloj en el Cigarral
Los tres Gregorios junto al reloj en el Cigarral - Colección ABC
LIBROS

«Memorias del Cigarral (1552-2015)», una forma de vida

Gregorio Marañón Bertrán de Lis reconstruye la historia del Cigarral de Toledo y la memoria de su abuelo, Gregorio Marañón

Madrid Actualizado: Guardar
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Gregorio Marañón Bertrán de Lis ha publicado un libro sorprendente, de elegante factura y cuidado estilo, en el que la imagen y la palabra se suceden y se integran en un discurso perfectamente trabado que tiende a desvelar la memoria de una de nuestras formas de vida sepultadas por la Historia. Una forma de vida que se hace centro en la casa, en la morada elegida y construida para en ella poder llevar a cabo un propio destino, lugar que se abre hacia dentro y hacia fuera, hacia la intimidad del sujeto y de su vida familiar y hacia la vida pública conducida en el espacio ciudadano.

Marañón Bertrán de Lis (Madrid, 1942) reconstruye la memoria de una casa, la suya, el Cigarral de Menores de Toledo, memoria que se remonta hasta la Toledo imperial, cuando Jerónimo de Miranda, a la sazón recién nombrado canónigo de la catedral, lo compra en 1592 y lo dispone para su residencia, y sigue su curso, pasando por distintos propietarios y momentos de auge y decadencia, hasta llegar al abuelo del autor, Gregorio Marañón, médico insigne, humanista, intelectual y principal representante, junto a Ortega y Gasset, de la Generación de 1914.

Con Gregorio Marañón cobra el Cigarral su momento de mayor esplendor y renacimiento

En sus orígenes, pues, la memoria del Cigarral se liga al problema religioso e inquisitorial que iba a dominar la vida de entonces: Jerónimo de Miranda era descendiente de judíos conversos y la suya era una espiritualidad próxima al erasmismo, algo que lo colocaba en el disparadero de las sospechas y de los miedos que atenazaban la vida española de la época.

Jerónimo de Miranda fue un sincero cristiano que llegó a ocupar posiciones de prestigio en la jerarquía eclesiástica, pero ello no le libró de esa sospecha a priori que iba a envolver como una sombra la vida española condicionando poderosamente su desarrollo. El Cigarral es, desde el principio, memoria de quien sufrió ese dislate a la vez que imaginaba un mundo mejor; memoria de quien, en el fondo, estaba más próximo a algunos de los condenados ilustres de aquel tiempo ( Agustín de Cazalla, Bartolomé de Carranza, Ana Henríquez) que al discurso oficial de una Iglesia sometida al poder de la Inquisición.

Edad de Plata

Con Gregorio Marañón, ya en pleno siglo XX, cobra el Cigarral su momento de mayor esplendor y renacimiento. Ello se debe en parte a la personalidad de su nuevo propietario y sobre todo a la posición central que ocupó en la vida cultural de la nación. Su liberalismo, entendido más como forma de vida que como ideología, impregnó el ambiente de la nueva casa, un espacio compartido en el diálogo sin más exigencia que el mutuo respeto y la propia responsabilidad frente a la palabra, entendida como acción intelectual. Por allí pasaron las personalidades más ilustres de nuestra Edad de Plata, de Unamuno a Lorca, de Azaña a Madariaga, dando vida a eso que Ortega había llamado pocos años atrás «experimentos de nueva España».

Hubieran podido ser algo más, pero la Guerra Civil acabó con todo ello. No es casual que una de las obras más emblemáticas de Marañón se titule «Españoles fuera de España», libro que se parece mucho a otro de Américo Castro titulado «Españoles al margen». Quizá en la Transición, hoy tan denostada, empezara un significativo intento para poder llegar a ser españoles de otro modo, en concordia y tolerancia, sin olvidar ningún pasado y sin permitir a ningún pasado que nos cierre la puerta del futuro. No soplan vientos favorables, pero el Cigarral sigue en pie.

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