Dibujo a grafito de la exposición de Valls
Dibujo a grafito de la exposición de Valls
ARTE

La oda al Mediterráneo de Xavier Valls

En el X aniversario de su muerte, Fernández-Braso recupera a Xavier Valls desde su dibujo, la base de todo

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Sin duda, quedará como uno de los más felices acontecimientos de esta temporada esta exposición dedicada íntegramente, por primera vez y en coincidencia con en el décimo aniversario del fallecimiento del artista, a los dibujos de Xavier Valls (Barcelona, 1923-2006). Objetos raros y deliciosos que ocasionalmente aparecían en sus exposiciones, ornando algún rincón de la galería, para dar razón a su pintura y certificar su autenticidad radical por cuanto apelan a ese mismo proceso puntillista mágico y lento, a ese materializarse, como espectros, las cosas a partir de la luz o, más precisamente, de su impresión en la retina y, sobre todo, en la razón: «No es la realidad lo que le atraía, sino su espectro en la luz, después de su lenta destilación en el proceso de observación», señala Miguel Fernández-Braso; porque Valls es un divisionista mas no un pleinairista; pinta -y dibuja- en el estudio: los cuadernos que acompañan a este conjunto de grafitos documentan un proceso fundamentado, paradójicamente, en la palabra, en el relato, en la descripción y la precisión.

Lo mínimo y austero

Valls era hombre exquisito, analítico y racional en su trato y en su arte; y es ese gusto, en cierta medida morandiano, que sus dibujos evidencian por el motivo sencillo y modesto, por el objeto suave y liso, por lo mínimo y austero, el que retrata al poeta, que vive, siente y se emociona, y habla de la experiencia de vivir de un modo concreto y lúcido, de cómo ser y estar en el mundo. Pintor «de lo exquisito y lo sutil, de lo íntimo y severo (…). Su pintura absorbe la poesía de la experiencia vivida, de lo supuestamente intrascendente, con un claro sentido de la medida», prosigue su galerista. El mensaje es claro: Valls predica la mesura, la contención, la austeridad y, sin embargo, ese cierto ascetismo, que hallamos también en Morandi, en Luis Fernández o en Cristino de Vera, dio siempre lugar a una pintura jovial y luminosa, positiva y esperanzada a la que cabe calificar de mediterránea.

Porque la treintena larga de dibujos aquí expuesta -todos realizados a lápiz salvo una tinta china temprana, de 1962, que responde al mismo planteamiento- evidencia ante todo un afecto por el paisaje mallorquín y ampurdanés, entendidos estos como fuente inagotable de sorpresas, de simetrías, concordancias, equilibrios, patrones de orden gombrichianos, matices, contrastes, modulaciones, desvanecimientos y armonías. Un paisaje, el mediterráneo, que seduce por su sencillez e inocencia y que Valls encara siempre, como señala Calvo Serraller en su texto, recuperando esa «frontalidad de lo figurado» que es propia del arte antiguo y que es en sí misma un manifiesto contra el efectismo y la espectacularización del mundo característica de nuestra era. Algo que es aún más evidente en sus característicos bodegones -con escasísimos objetos, al modo morandiano-, en los interiores y en los tres estudios de figura, que son las joyas de esta exposición inédita.

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