ARQUITECTURA

Manuel Gallego: «La arquitectura debe conquistar libertad»

El Premio Nacional de Arquitectura 2018 ha recaído en un hombre que siempre ha huido de la fama mediática

Manuel Gallego EFE

Fredy Massad

Frente a los «arquitectos estrella», el Premio Nacional de Arquitectura de 2018 ha recaído en Manuel Gallego (Carballiño, Orense, 1936), quien ha dedicado su larga trayectoria a anteponer el interés general a su lucimiento personal.

¿Qué sensación le produce este premio a su trayectoria?

Es una alegría. Aunque, en realidad, más bien me hace reflexionar sobre qué es un premio, porque no sé muy bien qué es eso que llamamos «una trayectoria». Supongo que alude a la continuidad, la persistencia de unas ideas. Si es un premio a eso, qué bien, ¿verdad? Pero no creo que sea por eso, estas cosas se mueven por otros caminos. Quizá a alguien que ahora es influyente mi obra le interesa y por eso ha apoyado mi reconocimiento. Pero es cierto que me alegra haberlo recibido.

El jurado destaca que es usted profeta en su tierra. ¿Han sido la globalización y la pérdida de arraigo local, a veces por un afán de celebridad para el arquitecto, factores perjudiciales para la arquitectura?

Soy un arquitecto que ha trabajado poco y no me considero muy reconocido. Quizá si a un cierto nivel, el de no ser competitivo y no molestar nunca. Respecto al arquitecto estrella sería aún más beligerante si pudiera. Creo que genera un contexto tan fuerte que todos estamos actuando condicionados por él y con muy poca libertad. Enfrentarse a él es una toma de posición visceral para no aceptar ciertas cosas.

Obsesión por alcanzar una fama, infame a veces, pero que se da por bien ganada si reporta ubicuidad mediática.

Sí. Y ése es el inconveniente que tienen los premios. Que te lo creas y entres a jugar en otro terreno. Por eso creo que es mejor tomarse un premio con alegría, agradecer la generosidad y ya está. El tema de los premios se utiliza peligrosamente.

Arquitectos estrella: «Enfrentarse a ellos es una toma de posición visceral para no aceptar ciertas cosas»

De esa actitud de divismos y globalización mal entendida ha derivado muchísima arquitectura basura.

Ha surgido algo que es aún más inquietante: la despreocupación del que la vive, que pasa a ser un consumidor, un cliente. Todo se concibe para ese potencial consumidor pero no para un sujeto fundamental, que es quien debe estar en tu pensamiento al hacer una casa.

¿Tiene esta situación posibilidad de revertirse?

No hay muchos visos de cambio, pero quiero ser visceralmente optimista. Creo que tiene que cambiar porque siempre ha sido posible ir en contra de determinadas situaciones y ser subversivo. Y hoy, las posibilidades que se están utilizando para anular la diferencia, pueden utilizarse también para volverla a conquistar.

El jurado destaca que anteponga el entorno, el paisaje y el interés general al sello personal. ¿No debiera ser considerado esto norma y no excepción?

Naturalmente. Ése debería ser el pensamiento fundamental a la hora de hacer arquitectura. No entiendo que pueda ser otro. Estamos en medio de una situación que obliga a reflexionar mucho. Yo fui educado en un Movimiento Moderno tardío, mal entendido, a través de una España que acababa de pasar una guerra. Había figuras de portentoso talento, pero que estaban pegando tiros cuando la modernidad estaba construyéndose y llegaron tarde a ella. Yo fui educado en eso. Hicimos mal muchas cosas.

Edificio administrativo para la Xunta de Galicia en Pontevedra

¿En qué sentido?

Personalmente he buscado la arquitectura que fuese la que me enseñaban en la escuela, la del Movimiento Moderno, pero que además coincidiera con lo que yo había vivido: con mis recuerdos de lo que yo entendía que era vivir en una casa. Es decir: cómo coincidía la modernidad con la arquitectura anónima y popular. Cómo lograr que dos culturas contradictorias fueran la misma. Siempre he entendido que una cultura se impone sobre otra cuando la conquista y le ofrece más, no cuando la tiraniza y la fuerza a cambiar. Mi empeño constante ha sido experimentar por ahí. O más bien tantear, pero con mucho esfuerzo.

Lograr una síntesis: «He buscado una arquitectura moderna, pero que coincidiera con lo que había vivido»

¿Percibe algo de sobreactuación e impostura en este supuesto retorno hoy a los valores de la arquitectura anónima y tradicional?

Sí, totalmente. La sensación es como de que hay una alerta de que es algo que vende muy bien, que convierte la arquitectura en producto de consumo. Este concepto de «arquitectura pobre» que está calando es un disfraz que la arquitectura se ha puesto para caer bien. El intento de salir de un sitio para buscar otro. A mi entender el propósito básico de la arquitectura tiene que ser conquistar libertad.

¿Cómo puede hacerse eso?

La libertad sólo la da el conocimiento. Lo fundamental es conocer. Conocer qué se quiere hacer y el contexto, ser consciente de las propias limitaciones, cuestionar tu propia forma de actuar, cuestionar la moda… Ser consciente de que, cuando ya sabes algo, tienes que dejarlo para abrir un nuevo camino. Uno logra muy poquitas cosas, pero que son muy grandes para uno mismo cuando las consigue. Un paso pequeño es abrir una ventana.

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