ARTE

Lucio Muñoz, entre la turbulencia y el reposo

Hace 20 años fallecía Lucio Muñoz. Y con 20 obras, Marlborough, en Madrid, ilustra la trayectoria de un informalista excepcional

Detalle de «R-97» (1995), técnica mixta sobre tabla

Javier Rubio Nomblot

Veinte años. Se trata, en efecto, de un homenaje en forma de pequeña retrospectiva: un recorrido por el imaginario peculiar de uno de los informalistas más exquisitos de la generación de posguerra a través de una veintena de obras escogidas, lo que permite, prácticamente de un solo vistazo, comprender su evolución -basada en un diálogo fecundo con la madera- desde esa abstracción oscura típica de los años 50 hasta el ascetismo de sus últimas creaciones, pasando por la que probablemente fuera su etapa más fecunda, los años 80 y principios de los 90, a la que pertenecen la media docena de cuadros, espléndidos, que vemos nada más entrar en la galería Marlborough .

Faltan los estudios

No hay dudas sobre el lugar que ocupa Lucio Muñoz (Madrid, 1930-1998) entre los abstractos líricos de los 60 y 70 , pero acaso no se haya estudiado aún lo importante que fue la obra de aquellos años para toda una generación de artistas españoles: con aquellos paisajes que se aparecían mágicamente entre grandes trozos de madera quemada, trapos, cementos, resinas y sutiles veladuras , Muñoz demostró que una fusión coherente, elegante, natural, lógica y perfecta entre «figuración» y «abstracción» era posible en un momento en el que todos los pintores buscaban, en la estela de los Neue Wilde (y -¿por qué no decirlo?- de su más famoso epígono ibérico), el modo de conseguir que la materia -su exaltación- dejara de ser un obstáculo para la ejecución del dibujo y la expresión de la idea.

En cierto modo, lo que Muñoz halló en los años 80, lo que nos asombra e hipnotiza en sus cuadros, solo se encuentra realmente en la obra que Richter realiza unos años más tarde. Hay un componente romántico en esas piezas, como señala Guillermo Solana en su texto, «una fascinación por las ruinas» -primero, las que provocó la guerra, y luego, los siempre misteriosos restos que jalonan el desierto almeriense- que ilumina repentinamente una pintura que en el principio fue dramática y sombría.

Pasión por el proceso

En la sala dedicada a sus obras de los cincuenta, sesenta y setenta, piezas como Pintura sobre tabla (1959), cuyo argumento es simplemente mostrar cómo la madera ha sido arrancada, son excelentes testigos de la pasión del primer informalismo por el proceso: «El arte informalista de la posguerra acentuaba la violencia del proceso de creación. […] La materia pictórica era modelada como si fuera carne humana y luego atacada, causándole erosiones, arañazos, cortes, heridas de toda clase», señala Solana.

Lucio Muñoz falleció hace veinte años mientras trabajaba en el gran mural Ciudad inacabada para el hemiciclo de la Asamblea de Madrid. Una obra característica de su etapa final, en la que la madera tiende a aparecer cada vez más desnuda , sin añadidos cromáticos y matéricos: «Después de tantos años he concedido a la madera el protagonismo total y la total responsabilidad de la expresión en el cuadro. Ahora todo lo tiene que decir la madera en su propia lengua». Hay en su obra última cierta tendencia al virtuosismo, aunque el artista siguió siempre trabajando con maderas viejas y gastadas por el tiempo. Es ésta, también, una obra ascética, con un componente espiritual y aun místico : las composiciones, cada vez más racionales y geométricas, evocan a veces altares o retablos: son espacios aparentemente vacíos pero llenos de misteriosos recovecos, estancias extraordinariamente cálidas, lugares, en fin, para la meditación y la paz.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación