«Díptico. Baudelaire y Michael Jackson», de Lorraine O'Grady
«Díptico. Baudelaire y Michael Jackson», de Lorraine O'Grady
ARTE

Lorraine O'Grady, blanco sobre negro

La de Lorraine O'Grady en el CAAC de Sevilla es una exposición con la que se recupera la fecunda carrera de una gran artista –mujer y negra– desarrollada parcialmente en la sombra

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Cuesta encarar a Lorraine O’Grady. No porque resulte complicado su desarrollo, nudo y desenlace personal, sino porque presenta muchas caras y cada una de ellas da para un encuadre fotográfico bien distinto. Para varios capítulos de una misma novela, también podríamos decir. Fascina que a sus ochenta y tantos años se mueva cual Tina Turner en los escenarios: pisando fuerte, con su agitada y negra melena entreverada de canas como seña de identidad de una raza o de un color de piel que viaja hasta sus ancestros caribeños –lo de O’Grady viene de Irlanda– y se revuelve en las luchas raciales y reivindicativas de toda clase y condición «made in USA», de los años setenta hasta nuestros días.

A todo este quehacer callejero de performance cotidiana se suma el formar parte de esa lista de artistas mujeres (cada vez más numerosa), cuya valía ha saltado a la palestra tarde, muy tarde, a edad, más que madura, casi anciana. Recordemos a la cubana Carmen Herrera. El caso de Loraine O’Grady está cortado por el mismo patrón.

O’Grady nace en Boston en 1934 y vive toda la eclosión neoyorquina del Soho y sus agitaciones artísticas, musicales y políticas. Sin embargo, no llega al arte en esos momentos de juventud, sino con cuarenta años ya entrados. Antes, se licencia en Literatura Española y ejerce de crítica musical en revistas como «Rolling Stone» y «The Village Voice». Por eso, no sorprende que en una de las series aquí expuestas (« The First and the Last of the Modernists») se codeen Baudelaire y Michael Jackson. Astillas del mismo palo de la modernidad en ciclos cronológicos bien distintos. Por mucho que cueste creerlo, ella lo demuestra en una colección de retratos en paralelo donde la ambigüedad sexual y estética de ambos casa a la perfección. «Charles y él encarnaron el mito moderno del artista que sufre hasta límites rayanos en el cliché, pero ambos eran mucho más que eso», argumenta.

Una mujer práctica

En esta serie entra en liza otro personaje vital para Baudelaire y para O’Grady: Jeanne Duval, la que fuera compañera (pareja) del poeta y crítico de arte francés durante veinte años. De origen haitiano, mulata. O’Grady la considera su álter ego y la relaciona con su progenitora. «Lena (mi madre) tenía 80 años menos que Jeanne, pero el mundo que experimentaron como mujeres negras de piel clara que se trasladaron del Caribe a una metrópoli fue esencialmente el mismo». No hacen falta mayores detalles en este juego de identidades sobre el color de piel, la raza y los conflictos sociales, de reconocimiento propio y ajeno. La habilidad de Lorraine O’Grady reside en sacarlo a la luz con una sencillez o evidencia tan inteligente como poco pedante. Sin recurrir a discursos eruditos ni impostados, se monta una de sus mejores series. Una mujer práctica que ahuyenta ese «power» tan masculino como falto de sutileza.

Antes de llegar a esta brillante puesta en escena, Lorraine O’Grady tiene otras series no menos efectivas. La que le abre las puertas del arte –ella empieza a pensar que es a esto a lo que se quiere dedicar, ni a la música, ni a dar clases de Literatura...– se titula « Mlle. Bourgeoise Noir Removes the Cape and Put on her Gloves». La acción consiste en «colarse» en fiestas y eventos varios del «stablishment» vestida con un traje confeccionado con guantes blancos. Corrían los años ochenta, y Nueva York era ese hervidero de variopintos y glamurosos festines. Luego, con el paso de los años, y en otros actos llevará uno de estos guantes como adorno y elemento testimonial. Un «work in progress» sobre el poder y las discrimaciones de género y raza.

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