Laura Revuelta - Cinco minutos de gloria

Lorca, la hija de Leonard Cohen

La polémica en torno al Centro García Lorca de Granada y el legado del poeta resulta descorazonador y no augura nada bueno para el futuro a menos que se impongan el sentido común y el diálogo

Laura Revuelta
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La hija de Leonard Cohen se llama Lorca. Lorca Cohen engendró en 2011 el hijo del cantante y compositor Rufus Wainwright y su pareja, Jörn Weisbrodt. Un matrimonio gay con madre (amiga) de alquiler ilustre y lorquiana por línea paterna. La admiración del poeta canadiense Cohen por el poeta granadino ha cruzado el charco varias veces y no estamos aquí para descubrirla como nuevo continente. Viva Katherine es el nombre de la niña con dos padres y una madre y por sus venas corre sangre de reyes, como se diría en un drama andaluz con los gitanos a la luz de la luna llena. Desbarrar en torno a Lorca y sus tópicos resulta tan sencillo como esto. Basta con ponerse lorquianamente cursi y tiznar la voz de mal fario aflamencado.

Ni Leonard, ni Rufus, ni toda su parentela han perdido el norte lorquiano. No desbarran. Aman al poeta y su pasión la han llevado hasta las últimas consecuencias de un ejercicio poético-vanguardista-consanguíneo. ¿Federico García Lorca es de alguna manera el abuelo de esta niña, Viva Katherine? Diría que sí. Por eso, mientras escribo este artículo, escucho la voz ahumada de Leonard Cohen y el inclasificable ejercicio vocal de Rufus Wainwright. Si Granada tuviera lo que hay que tener ya hubiera hecho hijo adoptivo a Leonard Cohen y a toda su parentela. Permítanme estas licencias argumentales. Vengo a hablar de asuntos muy serios que no dan para risas y sí para llantos, como si recitáramos la «Muerte de Ignacio Sánchez Mejías». A las cinco de la tarde. Mientras, dejo que suene la familia Cohen, con Rufus Wainwright al piano.

Santo y seña

Granada hace mucho que con Lorca no tiene lo que hay que tener. El más común de los sentidos no asoma ni en la lontananza de la Huerta de San Vicente, donde escuché recitar no hace muchos años (2008) al poeta norteamericano John Giorno a la sombra de los árboles del jardín y vi a los artistas Gilbert & George acostarse en la pequeña cama de Federico. Como legado queda una de sus obras fotográficas cargadas de ese humor británico vestido con traje de cuadros y brillantes zapatos de cordones. Las suelas gastadas. Les hablo de la exposición « Everstill», donde Hans-Ulrich Obrist reunió a un buen puñado de artistas contemporáneos para intervenir en la Casa Museo de la Huerta de San Vicente. Hans-Ulrich, quien tiene una agenda donde no falta ni sobra nombre ni número de teléfono, llamó a lo más granado del arte y, con solo decir Lorca como santo y seña, llenó la pequeña casa familiar de una muestra tan exquisita que, ahora, cuando los acontecimientos en torno a la figura del poeta granaíno se atragantan, recuerdo con más nostalgia que nunca.

El legado de García Lorca corre el riesgo de de quedar cautivo por los siglos de los siglos hasta que le salgan telarañas

Vamos a los hechos recientes, que poco tienen que ver con los pasados. Este ha sido el año en el que se ha inaugurado el Centro García Lorca en la ciudad. Un grandioso edificio, obra de arquitectos como mandan los cánones, con una gran cámara acorazada en su interior donde estaba previsto que se guardaran los papeles y documentos del poeta, que hasta el momento descansan en el que fuera otro de sus hogares de juventud, la Residencia de Estudiantes. Digo bien estaba previsto, porque, tal y como se presenta el panorama por aquellos lares, el drama lorquiano se avecina más negro que una tormenta de Bernarda Alba. Solo Dios sabe dónde acabarán los papeles y manuscritos de Lorca. Hasta aquí puedo contar, pero no me cuesta ir mucho más lejos en mi opinión cuando confieso que puede que haya mejores refugios intelectuales que esa cámara acorazada de lujo arquitectónico. Una reclusión forzosa, que no asegura más futuro que el no futuro sobre el legado de Lorca. Entre huesos y papeles por los que dispuntan unos y otros se diluye la memoria del poeta.

Malos presagios

A los primeros pasos del Centro García Lorca me remito. No hará falta recordar los problemas de pagos e impagos que saltaron a la prensa; de dimes y diretes entre la Fundación, el Consorcio, el Ayuntamiento... que los hay, los ha habido y los habrá si el menos común de los sentidos no se sienta a dialogar y le da la razón a quien la tiene. El que Cohen llamara a su hija Lorca es un acto poético, sin duda, más limpio que remover tierras para descubrir unos huesos que exhibir como reliquias laicas o levantar pirámides donde se usa el nombre del poeta en vano. De nuevo, nos cuidan y quieren mejor fuera que dentro y puede que ahí concluya todo este drama. Fuera y lejos, como todos los exilios, de carne y hueso o memorialísticos. Tengo tan buenos recuerdos de aquellas jornadas artístico-poéticas en la Huerta de San Vicente que me cuesta digerir lo que está pasando ahora, y con tan malos presagios. «La teoría del duende» se titula la exposición recién inaugurada en el Centro, donde se iban a exponer las obras de artistas contemporáneos de lustre con una selección de manuscritos de Lorca apenas vistos, bajo la batuta de Enrique Juncosa. Laura García Lorca se ha negado a «soltar» ni un solo documento para la muestra porque no se fía de esa cámara acorazada ni de sus «guardianes». Entiendan la ironía: no es cuestión de inseguridad sino de que el legado del poeta quede cautivo por los siglos de los siglos hasta que le salgan telarañas; que ni ojos ni manos amigas puedan pasar por ellos una sutil caricia, un estudio, una puesta en valor del poeta no solo como mito sino como escritor que fue y es en la Historia. A esta triste secuencia se suma la de la exposición de apertura del Centro con jóvenes artistas españoles capitaneados por Virginia Torrente que pasó el calvario de los impagos, de los retrasos incomprensibles en la inauguración. -«Señor -¿Qué? -El público -Que pase» fue su título. «El Público» es la obra más extraña de Lorca y extraño y penoso resulta todo este drama lorquiano.

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