Karmelo Iribarren, fotografiado en el paseo de La Concha de San Sebastián
Karmelo Iribarren, fotografiado en el paseo de La Concha de San Sebastián - JOSÉ USOZ
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Karmelo Iribarren: «La cultura ha estado en manos de unos pocos que se repartían los privilegios»

Lleva treinta años escribiendo versos en los márgenes, pero es ahora cuando los focos, mediáticos y editoriales, le apuntan. Sin darle, ni darse, demasiada importancia, el poeta recibe a ABC Cultural en su San Sebastián natal

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No todo el tiempo transcurre, ni todo el mundo vive, a la misma velocidad. Es esa la sensación que te invade cuando estrechas la mano de Karmelo Iribarren (San Sebastián, 1959) en el paseo de La Concha, frente al Hotel de Londres y de Inglaterra, donde el poeta me ha citado. «En la barandilla de la playa», puntualizaba su e-mail. Apenas ese rastro, sin teléfono de contacto y con la ansiedad del tiempo que se agota, siempre, en las grandes ciudades.

Pero estás en Donosti, con Karmelo Iribarren, y el tiempo parece haberse detenido: en la cafetería del hotel, en el casco viejo, en el bar que regentó durante veinte años, en las calles donde fueron asesinados Gregorio Ordóñez

o Fernando Múgica... Siempre con la poesía como compañera de camino, y de conversación. Así ha sido durante los últimos treinta años de la vida de Iribarren, aunque sea ahora, gracias a la publicación de «El amor, ese viejo neón» (Aguilar), cuando los focos le apuntan.

¿Cómo está viviendo esta nueva atención que suscita?

¿Sobre mí?

Sí.

[Ríe]. Bueno, yo no noto nada.

Bueno, lleva 30 años escribiendo poesía, pero es ahora cuando las grandes editoriales le reclaman. ¿Cómo lo lleva?

Me ha parecido un poco extraño, no contaba con ello, no lo esperaba. Tampoco lo añoraba.

Pero sí le parece justo.

Yo creo que han sido los lectores los que han propiciado que mi nombre esté ahí ahora. A mí la crítica no me ha considerado para nada. No es que a mí me importe mucho, y menos ahora, pero como la poesía que hago tiene ese punto de poco académica, a mí siempre la crítica me ha mirado un poco…

¿Por encima del hombro?

Sí, yo creo que sí.

¿Y a qué que se ha debido?

No creo que haya mala fe.

¿Considera que la crítica que se hace en España es buena?

Yo creo que no. Quizás hace 20 años era un poco más respetable, pero la que se hace hoy…

Está claro que si hoy estamos sentados aquí es gracias a los lectores.

Sí, es así. Alguien podrá decir que es gracias a que me han sacado los libros, pero me los han sacado porque los compra la gente.

Con lo difícil que es vender poesía en España…

Bueno, ahora no, ahora están los jóvenes poetas…

De hecho, comparte editorial con algunos de ellos en Verso y Cuento, la colección de Aguilar. Hay quien no les quiere llamar poetas, porque aseguran que lo que hacen no es poesía. ¿Usted cómo lo ve?

Es un fenómeno que ha cogido a todo el mundo a traspié. Es sorprendente, es bueno porque ha hecho que gente que antes no se acercaba a la poesía se acerque. Me gusta verlos en las listas de más vendidos, porque me hace mucha gracia. Tiene otra lectura: esa gran poesía, la otra, no la compra nadie. A los lectores estos serios de poesía debería darles que pensar.

En lugar de eso, lo atacan.

Todavía no he conocido a nadie que me diga qué es poesía y qué no. Puede haber, en algunos autores, una cierta «facilidad adolescente», pero tienen un impulso, una fuerza y unas ganas que es importante. El tiempo les irá diciendo a ellos y ellos le irán diciendo al tiempo. De momento, están ahí, venden libros y no les va nada mal. ¿Qué quieren, que los lectores de esta gente lean a John Ashbery, que no se entiende ni él? Lo que les pasa a estos poetas mediocres es que estos chavales tienen ese punto de poetas callejeros, de la vida, que es lo que tenía yo…

Y que sigue teniendo.

Bueno, y que sigo teniendo. Pero que es ese rollo como de estar fuera de la academia…

En los márgenes, vaya.

Eso es, eso es. Yo he leído algún artículo, metiéndose con esta gente, que me ha parecido…

No sé si quienes les critican son conscientes de que gracias a ellos la rueda sigue girando y se siguen publicando libros.

Pues claro. Hay un punto de envidia, les molesta su relevancia. Al principio, lo vieron como algo de lo que se reían, pero la bola se ha ido haciendo grande y ahora están en los números uno, y eso ya les jode mucho.

Lo que está claro es que la poesía está de moda.

Pero a estos lo que les gusta es que de la poesía no se hable demasiado y que lo que se diga lo digan ellos.

Entramos en la distinción entre alta y baja cultura.

Eso es. Es que, en el fondo, tienen un concepto elitista y, en ese aspecto, son muy poco inteligentes. Esto puede durar lo que dure, pero por criticarlo no lo vas a tumbar. Es la distinción entre la academia y la calle. Yo siempre he estado en la calle, estos chicos también, y los de la alta cultura suelen estar en los libros. A mí me decían: «Habla de bares…». ¿De qué vas a hablar? En este país la cultura siempre ha estado en pocas manos, los que sancionaban lo que era y no era cultura siempre eran unos cuantos que estaban bien instalados, se repartían y repartían privilegios, medallas…

¿Y eso se ha terminado?

No es que se haya acabado, pero sí se ha movido un poco. Con internet todo se democratiza, para bien y para mal. Mucha gente empieza a tener opinión propia y empieza a decidir. La gente funciona más libremente y tiene más referencias, más posibilidades de formarse un criterio. Otra forma de militancia de los críticos es no hacer la crítica. Pero eso se ha resquebrajado un poco, esa forma de actuar ya no es tan poderosa.

Se ha inclinado la balanza.

Yo creo que sí, o por lo menos ha abierto un poco las ventanas.

Buena falta hacía que entrara un poco de aire...

Sí, porque era siempre el mismo rollo. Además, estos chavales escriben cosas que interesan a determinada gente, que conectan con una determinada sensibilidad, que puede ser más o menos adolescente…

Pero es que eso de conectar con una determinada sensibilidad es, al fin y al cabo, lo que tiene que hacer la poesía.

Exactamente, y estos lo consiguen. ¿O va a ser negativo que una chica de 17 o 18 años se conmueva leyendo un poema? ¿Esa chica se tiene que conmover leyendo La tierra baldía? ¡Si no entiende nadie a Elliott! ¿Eso tiene poca calidad intelectual? Yo no lo creo. La poesía, a fin de cuentas, es unos renglones que estén bien y que emocionen. Y punto. Nadie empieza sabiendo, y yo conozco a cantidad de poetas correctos, que me han aburrido toda la vida. Y no interesan a nadie, con todos los respetos.

¿Le molesta que le definan como poeta urbano, maldito?

Lo de poeta maldito no me ha gustado nunca. Urbano sí, porque de la noche lo fui mucho: un poeta nocturno. Viví mucho la noche, trabajé en un bar durante veintitantos años, de madrugada. Las calles las he recorrido a las cinco de la mañana todos los días. Siempre me he considerado un poeta fuera de la academia, fuera del circuito.

Estando en las calles a las cinco de la mañana se tiene que vivir mucha poesía.

Pues sí, había de todo. En los ochenta esto era terrible. No fue tan fácil sobrevivir. Era una locura: la música, la noche, la droga… Yo me salvé porque era más de beber.

Se podía haber quedado por el camino, pero tiró hacia adelante.

Sí, sí.

Pero le vio las orejas al lobo.

Si vas a trabajar con resaca no haces nada, no aprovechas los días. Pero también vi cosas bastante dramáticas. Yo cambié de vida sin cambiar de escenario.

Eso es mucho más difícil. Es más fácil hacer la maleta.

Hoy me estaba sirviendo un whisky y mañana estaba en el bar, pero ya no me lo sacaba y ya nunca me lo saqué.

¿Y cómo se consigue eso?

No me gusta tomar decisiones, pero cuando las tomo…

Es radical.

Sí, soy muy radical. Tampoco me costó demasiado. Tal vez porque yo bebía, pero paraba.

¿Nunca se llegó a plantear marcharse de Donosti?

Me lo planteé, pero por otros motivos. Esta ciudad a veces era agobiante… Es maravillosa: el cine, la comida... Pero hay otra ciudad que está por ahí metida, en la que se producen determinadas cosas, y eso es insufrible.

Por cierto, ¿ha leído la novela «Patria»?

Sí.

¿Y qué le ha parecido?

Aramburu no me gusta mucho como escritor, pero este libro me ha gustado, me ha parecido inteligente. Aramburu está fuera, pero alguien le ha asesorado bien, porque aparecen muchas cosas que no las sabe cualquiera. Es de esos libros que son necesarios, para que se vea un poquito… eso que decíamos antes de abrir ventanas.

Para mirarnos un poco en el espejo y ver lo que ha pasado en los últimos 30 años.

Sí. Me decía una mujer, respecto a la novela: «Joé, pero qué duro, qué vida». Yo le dije que la novela de Aramburu es muy verídica, pero que esto fue más duro.

Antes de despedirnos, me gustaría preguntarle por los premios literarios en este país.

Es un asunto…

¿Delicado?

Sí, es un asunto complicado. Yo nunca me he presentado a ningún premio. No sé porqué. Yo creo que estaba seguro de que no lo iba a ganar... El problema es que no se salva ni uno. Yo no sé... A lo mejor llego a viejo y he ganado alguno… Aquí no, aquí es la hostia.

¿En España se puede vivir de ser poeta?

Yo creo que no. Igual a partir de una edad… Por ejemplo, desde hace veinte años Gamoneda podría vivir de la poesía… Él sí, pero son casos muy concretos.

Y, aún así, usted sigue escribiendo poesía.

Sí, es una forma de estar en el mundo, para mí. Si no, ¿qué hago? Es una costumbre… Los poemas se quedan ahí, atrapan un poquito la emoción y la velocidad del mundo.

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