Detalle de «Cuando cuento estás solo tú... pero cuando miro hay solo una sombra», de Farideh Lashai, obra que se inspira en los «Desastres» de Goya
Detalle de «Cuando cuento estás solo tú... pero cuando miro hay solo una sombra», de Farideh Lashai, obra que se inspira en los «Desastres» de Goya
ARTE

Imágenes rotas: Goya en Farideh Lashai

Guerra y arte recorren los trabajos de Francisco de Goya y la iraní Farideh Lashai, autora de la obra invitada del Museo del Prado, a quien también veremos en una galería en Madrid

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Esta es la historia entre una mujer iraní del siglo XXI y un español de comienzos del XIX que se encuentran estos días en el Museo del Prado. La frontera entre Oriente y Occidente y los 200 años que los separan se diluyen a través de la imagen, medio de expresión que usaron primero Goya y después Farideh Lashai para denunciar el drama que rodeó su existencia: las guerras fratricidas, la crueldad entre hombres, la tortura. Goya inicia el camino de la modernidad con un mensaje nuevo y eterno contra la injusticia, y Farideh lo hace suyo reescribiendo Los desastres de la guerra.

Las vidas de ambos quedan enhebradas por algunos paralelismos: Goya vivió la invasión napoleónica de España, mientras Farideh asistió a los acontecimientos de la Historia moderna iraní: de la llegada de Mohamed Mosaddeq, a la del sha Reza Pahlevi, también la guerra Irán-Irak. Ambos sufrieron exilios voluntarios y se refugiaron en el arte durante la enfermedad y la introspección del final. Esta es, en fin, la historia de una fijación: la de Farideh Lashai en la obra de Goya.

Algunos Nocturnos de Chopin deben tocarse con un senza tempo, dejando que la melodía, como si fuera una voz humana que no se libera de la angustia, fluya en círculos que entran en nosotros. El Nocturno de la obra de Lashai se cuela en El Prado, forzándonos a mirar de manera distinta las Pinturas negras, Los fusilamientos y La carga de los mamelucos. Y es que, la pequeña sala que queda entre los lienzos de Goya es en la que encontramos Cuando cuento estás solo tú... pero cuando miro hay solo una sombra, la obra de Lashai invitada por el Museo y patrocinada por la Fundación de Amigos de la institución. Esta obra, ya expuesta en el Museo de Gante y que viajará después hasta el British Museum -su propietario-, jamás encontrará un emplazamiento tan excepcional. Las Pinturas negras nunca saldrán de España. Por eso, antes de marcharse a Bilbao, Miguel Zugaza pensó que debía estar allí, entre ellas, dotándolas de un sentido llegado de lejos y completándolas con una luz distinta a la del farol que ilumina la camisa blanca del hombre a punto de ser abatido en El 3 de mayo.

Un vínculo maternal

Cuando cuento... (2013) es el título, basado en La tierra baldía, de T. S. Eliot. Porque, del mismo modo que se dice que la poesía es la novia de la literatura persa, la lírica era la forma de vida de Lashai (1944-2013), una de las artistas contemporáneas más importantes de Irán. Para esta alquimista de la escultura, la pintura o el diseño de cristales la escritura era su columna central: «Yo viví en la ciudad de Rasht hasta que tuve 6 años. Aquellos primeros años dejaron una extraña huella en mí. Al final, el lugar donde uno nace es como una madre: estamos unidos por un vínculo primario», dice en Shal Bamu, su autobiografía.

De joven, Farideh viaja a Alemania. En Fráncfort quedó marcada por la obra de Bertolt Brecht, de quien tradujo al farsi al menos siete textos, además de obras de Natalia Ginzburg. De vuelta a Teherán es encarcelada tres años en la prisión de Qasr: Farideh Lashai no conocía las reglas.

A modo de lema

El bellísimo texto del catálogo escrito por Ana Martínez de Aguilar, comisaria de la exposición y responsable de la traducción al español de la autobiografía de la artista, lleva por título «He custodiado cada cosa dentro de mí». Esta frase sintetiza el carácter y la vida de una mujer errante. En este libro deja que los recuerdos fluyan de manera desordenada desde su infancia, rodeada por el paraíso natural y las selvas, por la poesía mística iraní y el caos político. Los saltos en el vacío se mezclan con los recuerdos, los de su madre y los de su abuela. Es una historia matrilineal en un contexto patrilineal que refleja la vida personal y política del Irán del siglo XX y XXI.

Todo aquello era hilvanado en palabras escritas, en palabras pintadas: «La alegría que me producía escribir me bastaba: poder capturar un momento con palabras. Escribir hacía que surgieran imágenes como en pintura. De hecho, yo pintaba momentos... Una mancha de color sucede a otra, la atraviesa, de la misma manera que las imágenes se suceden una detrás de otra en la palabra escrita. La síntesis de mi trabajo emerge ahora adquiriendo la forma de un collage». Esta manera de pintar en capas se concreta al final de su vida cuando, enferma de cáncer, empieza a usar la videoinstalación. Era su manera de huir del olor de los pigmentos y, al tiempo, de concebir un mensaje más completo: al lienzo quieto le añadía movimiento, música, narración.

Un foco se proyecta sobre cada «Desastre», incorporando los personajes y animándolos un par de segundos

Para Cuando cuento... Farideh se adueña de Los desastres y los manipula sacando de cada escena a los personajes; quedan sólo paisajes vacíos: «Un montón de imágenes rotas, en que da el sol» (La tierra baldía). Ya no reconocemos los grabados, son otros, convertidos en fondos neutros para cualquier otra escena de desolación. Fue Brecht el primero que se fijó en los paisajes vacíos de Goya; aquel mensaje resonaba sin cesar en Farideh y vuelve a él cuando, a las puertas de la muerte, ve las primeras imágenes en televisión del estallido de la Primavera Árabe.

Las figuras han sido escaneadas y pasadas a película digital. Los nuevos fotograbados se disponen en una retícula formada por 80 de los 82 de la serie originaria. Los paisajes vacíos van adquiriendo vida a medida que un foco de luz se proyecta sobre cada Desastre, incorporando los personajes y animándolos un par de segundos. El haz de luz evoca el reflector que dirige nuestra mirada en teatro. Farideh parece hacer magia. Una vez más, Brecht, y aunque algo más lejos, la influencia del teatro chino y el iraní.

Matizar el dolor

Toda la obra de Farideh está cargada de sutileza. También en los tiempos: los escasos dos segundos que iluminan cada escena son los justos para impactar en nuestra retina sin dejar que esta se cierre para matizar el dolor. La luz alumbra la crueldad, después la escena desaparece en la sombra mientras el foco sigue iluminando un nuevo grabado. Es un ritmo menos violento, una repetición más intermitente que viene, quizás, de Persia: allí la aparición y desaparición de los momentos terribles de la Historia forma parte de su cultura.

En Occidente, la saturación de imágenes violentas a las que nos someten los medios ha anestesiado nuestra capacidad para asimilar el drama del camión bomba de Kabul o la metralla de Mánchester sobre los cuerpos infantiles. Gracias a este ritmo distinto, Farideh reeduca nuestra mirada, nos obliga a hacernos preguntas, insiste en dejarnos solos, también cuando la luz se apaga: «El vídeo supuso un puente con la literatura y abrió un enorme espacio en mi manera de expresarme. Aporta algo inesperado a mi pintura, crea una sensación sorprendente. Además, cuando el vídeo se para, la naturaleza del cuadro ha adquirido un significado distinto». Y esta sensación es tan real que, después de estar un rato frente a la obra de Farideh, emprendemos los pasos hacia las Pinturas negras. Entonces su voluntad se cumple desde algún cielo persa: en Duelo a garrotazos, los ojos ya no se quedan atónitos ante los dos hombres que se apalean, sino que deambulan y se detienen en el fango que les cubre hasta las rodillas y por el cielo cargado de nubes.

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