Henry Kissinger departiendo con Richard Nixon en la Casa Blanca
Henry Kissinger departiendo con Richard Nixon en la Casa Blanca
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Henry Kissinger, legado final

Con sus luces y sombras, Henry Kissinger lo ha sido todo en el mundo de la diplomacia: secretario de Estado de Nixon y Ford y consejero de Seguridad Nacional. En «Orden mundial» traza las líneas maestras de la política internacional futura

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Henry Kissinger (Fürth, Alemania, 1923) y Richard Nixon hablaban dos lenguajes distintos y procedían de mundos opuestos. Si Kissinger era un judío emigrado y un producto típico del universo académico de la Costa Este, Nixon fue un paranoico enfermizo que detestaba a los intelectuales y tenía una especial obsesión por la influencia que pudieran alcanzar los judíos dentro de su gobierno. Sin embargo, aunque nunca establecieron una relación de simpatía mutua, conformaron un dúo que es recordado como el fiel reflejo de la villanía política. Ambos se encargaron de dirigir el destino de un país polarizado que vivía en una incipiente guerra cultural azuzada por un conflicto armado real, la trágica intervención en el Viet Cong. Kissinger fue el encargado de negociar la paz en Vietnam, lo que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1973.

La polémica estalló dentro del propio jurado y, aún hoy, son muchos los que exigen que se revoque el galardón.

No es difícil encontrar razones para censurar a quien fuera una de las principales figuras de la escena internacional de la segunda mitad del siglo pasado. El diplomático estadounidense se convirtió en un icono cuya sombra se mantiene hasta el presente. Entre 1969 y 1976, Kissinger fue el prohombre más activo en los pasillos de la Casa Blanca; primero, como consejero de Seguridad Nacional y, posteriormente, como secretario de Estado de los presidentes Nixon y Ford.

Contra viento y marea

Su bibliografía atesora miles de páginas que son testimonio de su labor en aquellos días. Pocos líderes a nivel internacional han tenido tanto interés en escribir sus memorias y defender su legado contra viento y marea. Tampoco podemos olvidar que durante su estancia en la secretaría de Estado dejó claro que no se podía dar ningún paso diplomático sin dejar constancia por escrito. Eso sí, jugó con los entresijos de la legislación archivística norteamericana para proteger estas fuentes hasta, por lo menos, cinco años después de su muerte.

No hay equilibrio posible al recorrer la biografía kissingeriana. Si eliminamos las perspectivas conspirativas más alocadas, que le convierten en un alienígena de cuerpo humano, probablemente haya tres maneras contradictorias de acercarse al personaje. En primer lugar, tendríamos la lectura mefistofélica, que encarnan los periodistas Seymour Hersh y Christopher Hitchens, para quienes Kissinger es una figura que sólo se puede dibujar con tintes lóbregos, colaborador en genocidios, torturas sistemáticas y golpes de Estado. En el otro extremo, nos encontraríamos con los hagiógrafos del gran estadista, encabezados por Niall Ferguson, que lo define como un idealista en el primer tomo de la biografía que está escribiendo. No olvidemos que el propio protagonista se ha caracterizado en diversas ocasiones como un Quijote de las relaciones internacionales.

Kissinger cree que el equilibrio entre potencias no es sólo deseable, sino que es posible

Entre estas dos tendencias se establecería una minoría que prefiere bosquejar un perfil con claroscuros, como Walter Isaacson, quien describió a Kissinger como un Narciso redivivo que atesora una brillantez política que no puede ser negada. Con todo, la principal tentación de la mayoría de estas lecturas es que, como recordaba el historiador Greg Grandin, nunca estuvo solo a la hora de tomar las decisiones y no fue el único responsable de la política internacional estadounidense.

Kissinger no fue sólo un político, también obtuvo el reconocimiento público como maestro lúcido y agudo. Publicado a sus 91 años, « Orden mundial. Reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la Historia» es su legado final. Este particular recorrido se inicia con la caída del Imperio Romano y concluye reflexionando sobre cómo la tecnología transformará las relaciones internacionales. Entre medias, un completo repaso de la Historia mundial atravesando diferentes regiones, culturas y épocas.

La obra está madurada desde la atalaya de la paz de Westfalia, unos complejos acuerdos, firmados en 1648 para poner fin a la Guerra de los Treinta Años, que permitieron el inicio de un período de estabilidad en el continente europeo gracias al equilibrio entre las diferentes potencias. El realismo pragmático de Westfalia es lo que seduce al diplomático norteamericano. Para Kissinger, las lecciones que se pueden rescatar de este pacto, teniendo en cuenta lo frágil que han sido los sistemas posteriores, servirán para evitar los obstáculos del presente.

Equilibrio duradero

Henry Kissinger defiende que ningún orden mundial ha sido real hasta la fecha. En la actualidad, buscar un equilibro duradero es mucho más complejo. Las diferencias culturales y políticas lo condicionan. Los valores no son comunes y suponen una dificultad expresa para el entendimiento en un marco común. Sin embargo, teme que el caos pueda reinar con sus peligrosas consecuencias. Cree que un equilibrio entre potencias no es sólo deseable, sino que es posible. Y Estados Unidos tiene un papel esencial del que no puede desprenderse. Comenzamos a leer al Kissinger universitario, aunque el político sea omnipresente entrelíneas.

El autor de estas páginas reconoce que se equivocó al hablar en el pasado del sentido de la Historia, porque esta es cambiante. Y deja caer bastantes interrogantes de fuste, sobre todo, para aquellos políticos que quieran recoger el guante de la construcción de un nuevo orden mundial. «Cuando todo se tambalea es necesario que algo, no importa qué, permanezca inalterable para que los perdidos puedan encontrar la conexión y los extraviados un refugio». La frase es del histórico diplomático austríaco Metternich y está citada como de soslayo, pero el lector no puede dejar de pensar que esa es la voz del último Kissinger. Todo aquel que quiera vislumbrar algunas de las líneas maestras de la política internacional futura, aunque sea con la nariz tapada, tiene la obligación de repasar esta obra, que busca articular un resguardo seguro para el siglo XXI.

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