Retrato de Martin Heidegger en 1965
Retrato de Martin Heidegger en 1965
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«Heidegger y los judíos», un nazismo metafísico

Donatella di Cesare acaba de publicar en España su ensayo «Heidegger y los judíos», que coincide con la aparición en nuestra lengua de los volúmenes VII-XI de sus «Cuadernos negros»

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De Martin Heidegger, había escrito Georg Steiner que era el más grande de los filósofos y el más pequeño de los hombres. No es desacertada la fórmula, como diagnóstico moral. Pero resulta insuficiente a todas luces. En el juicio del comportamiento personal de un individuo -infame, en el caso de Martin Heidegger-, se juega poca cosa que no quede en el clausurado mundo del mérito y el demérito privados. En el análisis de su obra, se juega todo cuanto concierne al universo simbólico -y al material, por tanto- sobre el cual esa obra actúa. Y que es irreversible.

El nazismo, empíricamente inocultable, del profesor Martin Heidegger corre el riesgo de acabar por convertirse en camuflaje que oculte el problema esencial: el nazismo de una obra, la suya, que ha determinado toda la formación de la filosofía en el siglo XX. Que «Ser y tiempo» sea -o no sea- soporte conceptual del discurso nacional-socialista, es algo de muy distinta dimensión al trivial dato de afiliación personal de Martin Heidegger. Donatella di Cesare (Roma, 1956) ha abordado ese incómodo problema, con el apoyo textual que los cuadernos de trabajo del filósofo alemán, los Cuadernos negros, proporcionan. El azar editorial ha querido que la edición española del libro de Di Cesare, «Heidegger y los judíos. Los cuadernos negros», haya coincidido en el tiempo con la aparición en nuestra lengua de los volúmenes VII-XI de esos «Cuadernos», correspondientes a los años 1938-1939.

Documentadísimo

Donatella Di Cesare asienta su documentadísimo trabajo sobre un desplazamiento de las hipótesis habituales. El nazismo y el antisemitismo de Martin Heidegger no se asientan sobre algo tan trivial como los tópicos racistas de uso en la Alemania del primer tercio de siglo. El antisemitismo heideggeriano tiene una dimensión «metafísica» y está anclado en el corazón mismo de la doctrina de «Ser y tiempo». Los «Cuadernos negros», el revelarnos el «taller de trabajo» del filósofo, nos permitirían atisbar esos fundamentos de un modo particularmente cristalino. Y, aún más, lo permitirá la edición española de la correspondencia con su hermano Fritz que está en curso de publicar la editorial Herder.

La mitología del retorno a grecia, uno de los tópicos del nazismo, aparece en Heidegger

La apuesta política que cerraba su discurso de toma de posesión del rectorado de la Universidad de Friburgo, en 1933, llamando a los estudiantes alemanes a comprender que «sólo el Führer mismo es la realidad y la ley de la Alemania de hoy», es poco dudosa. Pero eso ha sido ya más que establecido por los trabajos de Farías y Fest. Lo que Di Cesare esclarece en este libro es lo que ella llama un antisemitismo de «raíz teológica» e «intención política». En suma, un antisemitismo de alta academia, «un antisemitismo más abstracto y, a la vez, más peligroso por ello que una simple aversión: un antisemitismo asentado sobre la jerga del "olvido del Ser"», que el ilustre pensador carga en el debe del desarraigo judío. «El pensamiento más elevado, avenido al horror más insondable. No es difícil comprender el escándalo» que eso levanta en la academia, anota Donatella di Cesare. «La grandeza del filósofo y la mezquindad del nazi constituyen una antinomia extravagante, una paradoja inaceptable».

Exuberante follaje

Di Cesare va recorriendo pacientemente los pasajes de brutal complicidad antisemita que la retórica heideggeriana camufla bajo su exuberante follaje. La carta del 2 de octubre de 1929, por ejemplo, en la que Martin Heidegger se queja ante un alto funcionario del ministerio de educación, Viktor Schwoerer, de la nefasta influencia intelectual judía en las universidades alemanas: «Estamos frente a la alternativa de dotar nuevamente a nuestra vida espiritual alemana de fuerzas y educadores auténticos y autóctonos, o bien la entregamos definitivamente a la creciente judaización, tanto en sentido amplio como estricto». Y, de modo más brutal, la carta de 1916 a su futura esposa Elfride, mucho más radicalmente antisemita que él mismo: «La judaización de nuestra cultura y de nuestras universidades es, sin duda, espantosa, y creo que la raza alemana debería procurarse aún otro tanto de fuerza interior para llegar a la cima. ¡De lo contrario, el Capital!».

Steiner dijo de Heidegger que era el más grande de los filósofos y el más pequeño de los hombres

La mitología del retorno a Grecia, que fue uno de los tópicos mayores del nacional-socialismo en Alemania, aparece, en el Martin Heidegger de los «Cuadernos», ligada a la necesidad de depurar la «degeneración» espiritual del judaísmo: «La cuestión concerniente al papel del judaísmo mundial no es racial -escribe Heidegger-, sino la cuestión metafísica referida a esa clase de humanidad que, careciendo sencillamente de vínculos, puede hacer del desarraigo de todos los entes respecto del Ser la tarea que le es propia en la historia del mundo». No se puede prefigurar la Shoá de un modo más cínicamente elegante.

Eje grecolatino

Di Cesare desmenuza esa inserción del llamamiento al exterminio en el núcleo conceptual más duro del pensamiento heideggeriano: «A los judíos se los excluye del Ser. El eje grecolatino, que da comienzo a una nueva historicidad, no puede por definición hacerle sitio al judío, el adversario, o mejor, el enemigo metafísico, que igual que ha mentido durante siglos, haciéndose pasar por lo que no es, disimula y oculta al Ser y, favoreciendo el predominio del ente, impide la transición, le impide al alemán acceder al camino por el que remontarse hasta el otro comienzo». Y la clave de «Ser y tiempo» sería ésta: «hacer frente al enemigo para decidir la historia del Ser. El enfrentamiento tiene dimensiones planetarias y profundidad ontológica. Si ‘la patria ["Vaterland"] es el Ser mismo’, no parece que el "Dasein2 del judío tenga ya cabida en ella, ni siquiera provisional».

Las conclusiones finales de Donatella di Cesare son demoledoras. Tanto cuanto textualmente fundadas: «El judío con el que Heidegger se encuentra en las alturas, en el camino de la historia del Ser, le estorba el paso, le impide alcanzar la fuente de la "Reinheit", de la pureza… A los ojos de quien piensa que la cuestión del Ser es la única cuestión auténtica para occidente, el lugar de los judíos empieza a hacerse incierto, inseguro y vacilante… Parece que ni siquiera para Heidegger haya un lugar para el judío. ¿Y qué lugar podría tener en la historia del Ser, contra la que tan de cerca conspira? Inexorablemente, el no lugar de los judíos se hace concreto». Y su exterminio queda ontológicamente prefigurado.

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