Elisabeth Moss y Joseph Fiennes juegan al «scrabble» y a algo más en «The Handmaid’s Tale»
Elisabeth Moss y Joseph Fiennes juegan al «scrabble» y a algo más en «The Handmaid’s Tale» - HULU/HBO
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«The Handmaid´s Tale», enjambre de obispas

Desorientados por la desaparición de millones de personas o sometidos en el futuro imaginado por Margaret Atwood, los humanos se agarran, al menos en la ficción, a los clavos ardientes de las teorías y religiones más variopintas

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Se ha vuelto la ficción un tanto mística, de una religiosidad distópica y desconcertante. El mejor ejemplo reciente es «Handmaid’s Tale», adaptación de la novela de Margaret Atwood «El cuento de la criada» -publicado en España por Bruguera y ahora reeditado por Salamandra. Dice poco de la tele y del cine su vaguería a la hora de traducir títulos-, que narra un futuro aterrador y machista, una vuelta a un régimen teocrático y puritano. La escritora colaboró como consultora de la serie y el resultado es magnífico en todos los sentidos.

En este mundo ficticio, el fundamentalismo religioso se ha impuesto, pero las iglesias están destruidas. Impera una religiosidad de metralleta, dictatorial. En general, todos los valores han sido subvertidos: la fe es medio atea y el militarismo, paramilitar.

Todo está descafeinado, empezando por unos seres humanos casi estériles, como en «Hijos de los hombres». Las mujeres fértiles son utilizadas como esclavas sexuales, pero sin sexo real (otra contradicción). Son madres forzosas, vientres de latrocinio, más que de alquiler. Mientras, las esposas de los mandos han sido expulsadas del mundo laboral y deben conformarse con una vida confortable y humillante: el acto sexual se convierte en un inapetente rito, un trío gélido y nada libidinoso. Puede que sea el «apocalipsis de amor» que anunciaba Arrabal la noche mágica y beoda del milenarismo, con Sánchez Dragó.

El aspecto visual tiene fuerza: las criadas van de rojo, color obligatorio que simboliza la fertilidad, aunque es un rojo algo cardenalicio dentro de un vestuario monjil. Juntas, parecen un enjambre de obispas.

Ambiente «trumpiano»

Hay algo «trumpiano» en el ambiente y orwelliano en la inspiración. «Una rosa es una rosa, excepto aquí», dice un personaje. Estrictamente hablando, es una serie de terror. Ha sido producida por Hulu y en España se puede ver en HBO. Elizabeth Moss, la inmortal Peggy Olson de « Mad Men», es su protagonista. Aquí tiene la suerte (ya veremos) de caer en gracia a su dueño y comandante (Joseph Fiennes), un tipo aficionado al «scrabble», un papa menos papista que quienes lo rodean.

La serie entronca, de lejos, con « The leftovers». De cerca también, gracias a la actriz Ann Dowd, que brilla en ambas producciones con sendos papeles antipáticos. Al igual que ocurría en la novela «Ascensión», de Tom Perrotta, que además es productor y cocreador de la serie, la historia irrumpe con un arranque sensacional, pero luego se desmoronaba. Por fortuna, en televisión es posible remontar el vuelo y «The leftovers» ganó adeptos con su segunda temporada y los mantiene en la tercera. Ha dejado atrás sus peores tics y ha volado por encima de la novela. Por otro lado, es difícil no sentirse estafado una o dos veces por capítulo. El espectador es un pelele fascinado por algo que no termina de comprender, como en «The OA», otra que tal baila.

El punto de arranque (la desaparición simultánea del 2 por ciento de la población mundial) fue una semilla potente, un «big bang» de teorías y explicaciones, ecosistema en el que surgen predicadores, estafadores, gurús… Todo el mundo está muy perdido, aunque no tanto como el espectador o el propio protagonista (Justin Theroux), un policía que junto a la placa lleva una carga invisible: ha heredado la enfermedad mental de su padre (fantástico Scott Glenn).

«Perdidos»

Que Damon Lindelof sea el otro creador es garantía y motivo de pánico a la vez. El padre de «Perdidos» no se caracteriza por ser un obseso a la hora de atar cabos sueltos. Ya es triste que en una serie tan brillante recibamos como una buena noticia que estemos viendo la última temporada.

A cambio, su forma de unir la mística con la ciencia más loca es ejemplar. La forma que tiene el protagonista de explorar sus dudas es absurda y fascinante. El «parto» en la bañera, el suicidio hacia una nueva vida… Nunca sabemos cómo los guionistas romperán las leyes de la naturaleza, pero por si acaso siempre queda a mano la banda sonora de Max Richter, hipnótica y engañosamente simple. Ya lo hacía Michael Giacchino en «Perdidos».

El reparto es potente, sin ser obvio. Los responsables han tenido el buen ojo de aumentar la cuota de protagonismo de Carrie Coon (la podemos disfrutar también en la tercera de «Fargo»), rodeada de una camada de secundarios brutal. Además de Scott Glenn, destacan Christopher Ecclestone y Regina King. Cuando salía, Liv Tyler quedaba casi siempre eclipsada.

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