Imagen de la serie «Negreiros» (2010-2011)
Imagen de la serie «Negreiros» (2010-2011)
ARTE

Guimarães o el alma del mundo

Entra en la galería Binomio la raíz primitivista de José de Guimarães, cada día más profunda y personal

Madrid Actualizado: Guardar
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Aunque vive desde hace décadas entre París y Lisboa, la obra de José María Fernández Marques (José de Guimarães; Guimarães, Portugal, 1939) sigue desarrollándose, cincuenta años después, bajo el influjo de aquel primer encuentro decisivo con África en 1967 –tanto que al año siguiente le dedicaría un manifiesto, «El arte perturbador»–, que de hecho le abocó a reconocer un mundo infinito, el del arte tribal o primitivo de todos los continentes, en el que sigue tratando de encontrar lenguajes y verdades universales.

En cierto modo, Guimarães repite la aventura de los cubistas y, consecuentemente, la del arte moderno: es Matisse, coleccionista de máscaras africanas, quien ilumina al Picasso germinal de «Les demoiselles» –es África, se ha dicho, la que insemina a Occidente–, y Guimãraes tiene una de las colecciones de arte africano más importantes del mundo, expuesta en varios países y a la que en 2009 se le dedicó por fin un monumental catálogo titulado «África».

Trayectoria fecunda

Mas también, en el Centro Internacional de las Artes José de Guimarães, inaugurado en 2012, se exhibe una maravillosa colección de arte primitivo, con piezas chinas y precolombinas, culturas estas y otras a las que el artista ha dedicado estadios de una trayectoria fecunda, insuficientemente estudiada (el texto fundamental sigue siendo la monografía de Pierre Restany), algunos de cuyos jalones son el apoyo, desde finales de los setenta, de la Fundación Calouste Gulbekian o la participación en la Bienal de São Paulo de 1981 y en la de Basilea de 1985.

Con todo, «Negreiros», esta última individual madrileña –la primera fue en Juana Mordó en 1983–, podría aludir más a la hibridación o la implantación que a la interpretación o el mestizaje; más a la biografía y el formalismo que a la expresión. La luz parisina, por ejemplo, se cuela en «Guaranís», una serie de exquisitos relieves luminosos, pero también son racionales las estudiadas geometrías de las esculturas de hierro pintado –con sus puntos y números situados en lugares estratégicos– y aún los guiños abstracto-geométricos en los paisajes de las series de «gouaches»: «Negreiros», «Ritual da serpente», «Metrópolis»…

Aunque toda esta exposición está dedicada a unas formas fetiche muy concretas, los perfiles de mujeres de color cuyos labios, convertidos en signo, le permiten al artista incorporar diversos mensajes y contenidos simbólicos (y los dibujos a tinta son simplemente magistrales), destacan también las series de dibujos eróticos y todos aquellos «gouaches» sobre papel en los que Guimarães busca sintetizar las formas de la Naturaleza –animales, plantas, rostros…– , manifestándose así la raíz primitivista de una obra que se hace cada día más profunda y personal, más esencial y más moderna.

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