LOS LIBROS DE MI VIDA

«El Gatopardo», cuando todo cambia para seguir igual

«El Gatopardo» de Lampedusa es no sólo una prodigiosa novela histórica sino además una reflexión sobre el efecto devastador del tiempo

Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Palermo, 1896-Roma, 1957)
Pedro García Cuartango

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Resulta difícil aportar algo nuevo al escribir sobre «El Gatopardo», la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa , llevada al cine de forma magistral por Luchino Visconti, que supo captar la atmósfera de una Sicilia anclada en el tiempo que evoca al autor.

Digamos de entrada que es una obra maestra, una de las creaciones literarias más importantes del siglo XX. Fue publicada por la editorial Feltrinelli en 1958, un año después de la muerte de Lampedusa a causa de un tumor pulmonar. Sufrió el rechazo de Mondadori y Einaudi, que consideraron que jamás podría tener público, dada la subjetividad de su escritura. Fue Giorgio Bassani quien quedó deslumbrado al leer el borrador, que decidió editar de forma inmediata. Había conocido a Lampedusa tres años antes en un cónclave de autores, al que acudió para acompañar a su primo. Le recordaba como un hombre alto, aristocrático y silencioso . Fue un éxito fulminante, que sorprendió al propio Bassani.

Lampedusa comenzó a escribir «El Gatopardo» en torno a 1955 y su redacción le llevó casi dos años. Prácticamente falleció nada más terminar la tercera y definitiva versión, que es la que ahora podemos disfrutar. Desgraciadamente, jamás pudo intuir que su trabajo se convertiría en un clásico. «El Gatopardo» ha sido analizada por muchos críticos como una novela histórica. Y ciertamente lo es porque Lampedusa narra el desembarco de las tropas de Garibaldi en Sicilia, acaecido en 1860, para poner fin a la dinastía de los Borbones. El acontecimiento acabó con la anexión de la isla al reino de Cerdeña en uno de los episodios clave que desembocaría en la unificación de Italia.

Un gesto de dignidad

El protagonista de la acción es el príncipe Salina, en cuyo escudo figura un gatopardo, heredero de una de las más viejas familias de Sicilia y rico terrateniente que vive siguiendo las tradiciones de un pasado feudal. Su contrafigura es su sobrino Tancredi, un joven audaz e inteligente, que apuesta por sumarse a la causa de la revolución que encarna Garibaldi. Salina se da cuenta que los cambios son inevitables y permite que el hijo de su hermana se convierta en aliado de quienes pretenden acabar con todo lo que él representa.

Es Tancredi, y no Salina como se acostumbra a citar, el autor de la célebre frase que condensa el espíritu de la novela: «Es preciso que todo cambie para que todo siga igual». Y eso es precisamente lo que sucede, ya que los vencedores no sólo respetan y rinden pleitesía a Salina sino que además le ofrecen ser senador por designación del rey Víctor Manuel.

En un gesto de dignidad, el aristócrata rechaza el cargo tras argumentar que es demasiado tarde para mudar de ideas. Salina le dice al embajador real que cualquier intento de transformación de la isla va a fracasar ya que la esencia de aquellas tierras, castigadas por el sol y la miseria, es inmutable.

Vicios de la nobleza siciliana

Es precisamente este pesimismo el que llevó a Elio Vittorini y a Leonardo Sciascia a criticar la obra desde el punto de vista político, ya que observaban en las tesis de Lampedusa una justificación del inmovilismo. Un punto de vista muy discutible en la medida en que la disección de los vicios de la nobleza siciliana es implacable. No en vano Lampedusa, nacido en Palermo, era también príncipe y duque de Montechiaro y se había educado en ese mundo que describe con tanto conocimiento.

Lampedusa estudió derecho y luego se alistó en el Ejército. Fue hecho prisionero en la guerra de 1914, donde permaneció en un campo de concentración en Hungría hasta que logró fugarse. Retornó a Sicilia y ya no volvió a salir nunca de sus posesiones. Se casó en Riga con una psicoanalista letona, lo que le impulsó a aprender el ruso.

Era un infatigable lector y un hombre de vasta cultura , pero su carácter le empujaba al aislamiento. Tenía una forma de ser esquiva y retraída. Y sentía aversión por unos cambios a los que jamás se terminó de adaptar. Hay mucho de su personalidad en la figura de Salina. Por ello, «El Gatopardo» es también una reflexión sobre el tiempo. Late una profunda nostalgia en su mirada al pasado y la añoranza de un mundo desaparecido que no volverá.

Pero también hay en la obra una crítica hacia una aristocracia parasitaria y envejecida que se niega a perder sus privilegios. Salina es consciente de esa contradicción y se adapta a la amenaza que representa el nuevo régimen porque sabe que esa es la única manera de mantener sus privilegios. Una novela, en suma, que podría ser muy útil para quienes han hecho de la política un arte de supervivencia.

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