Detalle de «When Trees Speak», de Héctor Hernández Rosa
Detalle de «When Trees Speak», de Héctor Hernández Rosa
ARTE

«Futuro Presente», el futuro es presente. También, pasado

Injuve lleva a la Sala Amadis el proyecto «Futuro Presente». Un ciclo de dos exposiciones que se complementa con una serie de propuestas que aportan profesionalización al arte emergente

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Para empezar, debo confesarles que desde hace ya bastante tiempo el término «arte/artista emergente» genera en mis carnes críticas un efecto de inquietud, casi de estremecimiento; por no decir cuando menos que de duda y escepticismo. Me explico: bajo ese concepto se han venido perpetrando demasiados proyectos y propuestas que, en muchas ocasiones sólo se sustentaban por la pura y dura edad de sus integrantes. Soy el primero que considera necesaria la justísima y legítima tarea de apoyar y dar voz a los jóvenes creadores; pero tampoco los años (cuantos menos mejor) deberían servir de único salvoconducto para el ofrecimiento y consecución de oportunidades.

Los «sumergentes»

Por otra parte, ¿qué ocurre con esos creadores que ya han superado las edades «oficiales» de emergencia y se encuentran, tras haber demostrado su calidad y valía, en plena media carrera, sin galería o sin la oportunidad de seguir haciéndose oír en espacios y proyectos institucionales? También quiero romper una lanza por esos artistas a los que -tristemente, y no es un chiste fácil- yo llamaría «sumergentes». Sin duda, el futuro es presente pero el pasado también...

Así las cosas, estas y otras ideas rondaban por mi cabeza cuando me dirigía a ver la exposición «Futuro Presente» en Madrid. Pero he aquí que debo confesar también que esta primera entrega me ha servido para reconciliarme bastante con la indudable excelencia de mucha emergencia. Se trata de una muestra recientemente inaugurada en la Sala Amadís, y que forma parte de un total de dos propuestas expositivas, enmarcadas dentro de un proyecto del mismo título. Su objetivo fundamental es el de dar visibilidad -desde una óptica lo más profesional posible- a una serie de artistas emergentes. Para ello se lanzó una convocatoria abierta para artistas menores de 30 años a través de la cual se seleccionaron 22 proyectos que son los que se expondrán en esta sala durante los meses de mayo y junio. Una propuesta bien comisariada -digámoslo ya- por Semíramis González y que se enmarca en el Programa Creación INJUVE.

Asimismo, junto a estas dos propuestas se llevarán a cabo una serie de charlas, conferencias y visionados, que tratan de orientar formativamente a los artistas del presente de cara a un próximo futuro.

Esta primera exposición presenta distintos trabajos de un conjunto de doce creadores: Nora Aurrekoetxea y Laura Ruiz Sáenz, dri* Turrado, Belo C. Atance, Helena Goñi, Deebo Barreiro, Irati Inoriza, Ángela Losa, Helena C. Varea, Javier Rodríguez Lozano, Alberto Gil, María Gómez Tirado, y Héctor Hernández Rosas.

Interesante orografía

Como todo proyecto colectivo, encuentro cimas y huecos en su, en líneas generales, interesante orografía. Se observa, por un lado, una mayoría de creadoras, lo que supone un certificado de la buena salud de que goza el arte hecho por mujeres, así como también un significativo número de propuestas realizadas por artistas del País Vasco. Dicho queda.

Dentro de la difícil búsqueda de una coherencia que agrupe en cierto modo las principales tendencias presentes sí que pueden constatarse unas líneas conceptuales y formales bastante recurrentes. Así, aspectos vinculados a la identidad, a lo genérico, al territorio sepia y borroso de la memoria, al cuestionamiento de conflictos personales y colectivos, a una cierta estética compulsiva y repetitiva de patrones de conducta, al cuerpo como lienzo y soporte, o a una naturaleza confrontada con el artificio de nuestra cultura, crean un amplio y sugerente fresco temático y discursivo.

Contra la censura

Dado el buen tono general de los participantes, quiero destacar algunas proposiciones a mi juicio más felices. En esta línea estaría la sugerente reflexión contra la censura que nos propone Irati Inoriza, convirtiendo los cuerpos de atletas olímpicos en burdas tachaduras negras vistas a través del subjetivo prisma del integrismo islamista. Como también lo es la reiteración mecánica con la que traduce Alberto Gil las derivas urbanas de un «flânneur» contemporáneo en busca de una resistencia seguramente inútil pero gráficamente atractiva. O la no menor belleza que pueda residir en el canto a lo improductivo, a lo innecesario, a lo infructuoso, tal como nos repite insistentemente Helena Varea en una suerte de letanía salmódica.

Nada más poético y liberador que hacernos creer útil la inutilidad. O también el negro altar de la memoria erigido por María Gómez Tirado en las esquinas de la sala y en las esquinas de los recuerdos. Negro es igualmente el color de una quemadu ra urdida por Nora Aurrekoetxea y Laura Ruiz Sáenz que cae desde el techo al suelo. Tierra chamuscada para el paisaje baldío que queda después de la batalla y del conflicto.

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