LIBROS

Fritz Thyssen, el error de haber creído en Hitler

«Yo pagué a Hitler» es un valioso relato sobre cómo los industriales financiaron el ascenso del líder nazi

Fritz Thyssen ABC
Jaime G. Mora

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La primera confesión de un nazi arrepentido se debe a la pericia de un negro literario: Emery Reves , que además de escribir libros para otros y de ser el agente literario de Winston Churchill fundó en los años treinta una editorial para combatir el nazismo. En su afán por denunciar el peligro nacionalsocialista, contactó con Fritz Thyssen (1873-1951), un metalúrgico alemán que con su fortuna y su influencia ayudó al ascenso de Hitler… y que acabó en un campo de concentración.

Antes de la detención de Thyssen, cuando estaba en el exilio, Reves convenció al aristócrata de que contara su experiencia. Con los datos que aportó Thyssen y una buena dosis de imaginación, el escritor dio forma a «Yo pagué a Hitler» , que salió publicado en 1941, sin el visto bueno de quien figuraba como autor, ya preso, y que desmentiría algunas de las revelaciones cuando fue juzgado, después de la caída de Hitler.

Con las reservas necesarias en un libro nacido del resentimiento hacia el régimen que despojó al autor de sus negocios y bienes personales, e incluso de la ciudadanía alemana, «Yo pagué a Hitler» es un valioso relato de cómo el líder nazi se valió de la ayuda de los industriales alemanes para financiar su eclosión. Pues para los grandes empresarios Hitler era una oportunidad para frenar al comunismo y hacer frente a las draconianas condiciones del Tratado de Versalles .

«En un Estado sacudido por la crisis, como lo era Alemania de 1918 y 1933, un industrial se ve arrastrado, quiera que no, al torbellino de la política», reconoce Thyssen, a quien la complaciente exposición de los hechos deja en buen lugar. «Creí que, apoyando a Hitler y a su partido, podría contribuir a la reinstauración de un verdadero Gobierno y un Estado de orden, que permitieran que todas las actividades, y especialmente los negocios, funcionaran de nuevo normalmente».

Hijo del fundador de la United Steelworks, que llegó a controlar el 75 por ciento de las reservas de hierro de Alemania y a emplear a 200.000 personas, Fritz Thyssen se consideraba ante todo un amante apasionado de Alemania. La sensación en los años veinte de que el país se hundía en la anarquía, las sucesivas crisis económicas y su apuesta por unir a todos los partidos de la derecha fue lo que acercó a Thyssen, tío del barón Heinrich Thyssen , al Partido Nacionalsocialista.

«10.000 marcos oro. Fue mi primera contribución al partido», escribe Thyssen. «Pero estos fondos no se los entregué ni a Hitler ni a Scheubner-Richter , tesorero del Kampfbund (la organización patriótica que dirigía políticamente Hitler), sino a Ludendorff », el general que allá por donde iba recomendaba ir a los mítines del jefe nacionalsocialista. «Hitler era sin duda un buen orador, un agitador político que sabía arrastrar con su palabra a las masas alemanas, pero nada más».

Durante los diez años que le duró a Thyssen la fascinación por Hitler, el empresario entregó al partido un millón de marcos. Y no solo eso. Pagó la reforma del piso del líder nazi Hermann Göring , financió la sede de los nacionalsocialistas e hizo de enlace entre el dictador y los grandes industriales, que entre todos reunieron seis millones de marcos para la causa. Hitler le devolvió en 1933 el favor nombrándole diputado en el Reichstag y también consejero de Estado vitalicio.

Con Thyssen en el Congreso empezó el deshielo. «El incendio del Reichstag, organizado por Hitler y Goering, fue el primer paso de una colosal estafa política», dice. El industrial se fue alejando del líder nazi poco a poco, disconforme con la represión a la Iglesia Católica y la nefasta política económica. La cuestión judía solo le hizo protestar en 1938, tras la Noche de los Cristales Rotos. Hasta el 33 «no había concedido mucha importancia al alboroto antisemita». De hecho, él despidió de su empresa a todos los empleados judíos.

La ruptura definitiva llegó poco después, con la invasión de Polonia. Desde Zúrich, donde se encontraba de vacaciones, escribió una carta en la que manifestaba su oposición a unas políticas suicidas: «Hoy, como ayer, estoy contra la guerra. Exijo que la opinión alemana sea informada de que como diputado del Reichstag voté contra la guerra». Thyssen fue despojado de todos sus bienes y, tras un tiempo en el exilio, fue detenido cuando hacía una visita a su madre en Bélgica.

Los últimos años del nazismo los pasó entre los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau , donde sus viejos amigos lo libraron de sufrir las peores condiciones, y finalmente en una cárcel del Tirol. En 1945 fue liberado por las fuerzas aliadas. En el juicio por su colaboración con el nazismo fue condenado a pagar medio millón de marcos como compensación a las víctimas, pero se libró de los cargos más graves. Murió cinco años después de su liberación, en Argentina, donde su libro ya se podía leer en español. «Mi único error ha sido creer en usted –decía–, nuestro jefe, Adolf Hitler, y en el movimiento por usted iniciado».

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