TEATRO

Eusebio Poncela: «Mi padre era muy bueno. Yo soy un bicho malo»

Tan polémico como excelente actor, encarna ahora al turbio Barret en «El sirviente», de Robin Maugham. Un juego de poder de alto voltaje, en una puesta en escena dirigida por Mireia Gabilondo. La cita, en el madrileño Teatro Español

El actor, en el patio de butacas del madrileño Teatro Español Maya Balanya
Carmen R. Santos

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Protagonizó, junto a Antonio Banderas , una tórrida y polémica escena de sexo homosexual explícito en el no menos controvertido filme «La ley del deseo» (1987), de Pedro Almodóvar . Pero la polémica no quita el sueño a Eusebio Poncela (Madrid, 1947), sino más bien todo lo contrario. Acarrea fama de raro y marginal, mezclando sus orígenes vallecanos y su más que coqueteo, en otros tiempos, con las drogas, con una elegancia cosmopolita y un singular encanto.

¿Su «rareza» no tiene algo de pose? ¿Juega usted al malditismo?

No, no. Para nada. Lo mío viene incorporado. Soy un exceso en mí mismo, y eso no me deja tiempo para postureos. Y le diré, más que raro, lo que pasa es que no pocas veces se me ha encasillado en prejuicios: por ser pobre, por ser gay, por ser toxicómano, y ahora por ser viejo. Y, sobre todo, parece que no se perdona que alguien haga siempre lo que le da la real gana y que vaya por libre. No pertenezco a grupitos, ni siquiera a asociaciones de actores, por lo que en todo momento he estado muy desprotegido. Algo que, naturalmente, no me preocupa en absoluto.

¿Leyó usted la novela de Robin Maugham, luego pieza teatral? ¿Y ha visto la película de Losey?

No he querido leer la novela y el filme lo vi hace muchísimos años. Volví a él antes de empezar los ensayos, pero lo olvidé pronto. En este montaje íbamos a hacer otra cosa. Hemos cambiado el final.

¿Cómo es su Barret?

Es un delincuente de alma, un marginal de corazón. No es un sentimental sino un pasional. Lo que busca sobre todo es que le dejen ser, nada más y nada menos, aplastar la invisibilidad a la que muchas veces se condena a la clase obrera. Y le he otorgado un toque de humor, me gusta mucho el humor, acentuando una voz venenosa, dulcemente venenosa. Detesto a la clase dominante, y este trabajo tiene algo de venganza contra ella y homenaje a mi padre, que perdió la guerra y le hicieron la vida imposible. Mi padre era muy buena persona, tan bueno y delicado que estaba despersonalizado y acabaron con él. Yo tengo exceso de personalidad y soy un bicho malo.

«No soy ningún santo, pero ojo con "mi primo" Almodóvar, a quien deseo lo mejor»

En la obra ni el sirviente ni el señor salen bien parados, y establecen una relación tóxica de interdependencia...

Claro, claro. Ni Barret ni Tony son unos angelitos, y de alguna manera se necesitan mutuamente en una lucha de dominación y vampirización. Los dos se traicionan a sí mismos y los dos pierden, como pierden las clases sociales en colisión.

¿Hoy sería igual esa relación?

La obra se ambienta a finales de los años cuarenta en una Inglaterra clasista. En nuestros días, la relación entre clases ha cambiado mucho, aunque sigue existiendo el conflicto. Sin embargo, en Latinoamérica, donde yo viajo mucho, especialmente a Argentina, y soy muy conocido, está muy viva una relación entre señores y sirvientes en la que estos son invisibles. La mucama, a la que muchas veces se obliga a ir con ropa de criada (cofia, delantal...) es prácticamente una esclava, no se le tiene el menor respeto y es maltratada por su señora, una esnob de cuarta categoría.

«Hay que tener un bagaje: Stanislavski, Artaud, Meyerhold... que luego depuras. Intento no solo interpretar, sino crear»

Hablando de Argentina, usted se fue al país austral un tanto sorpresivamente y pasó tiempo allí...

Más allá de que me propusieron algunos trabajos, me fui sobre todo para desaparecer. Aquí estaba enganchado a las drogas y la situación era insostenible. Me dije «hasta aquí». En Ushuaia, donde fui primero, no era posible conseguir ninguna sustancia. Llegué en invierno, cuando hay muy pocas horas de luz. Al principio, al verme allí, me sentí extraño, me dio un poco pena de mí mismo, y me dije: «¿Pero, nene, qué haces aquí?». Pero tenía que poner tierra de por medio, o mejor todo un océano, para protegerme. Nunca he ocultado que fui toxicómano y, por supuesto, no me enorgullezco de esa etapa. Por la droga cayó mucha gente, es un mundo sórdido y nada gratificante. Logré deshacerme de las drogas como en un matrimonio que se separa en buenos términos. Algunos piensan que todavía continúo en el asunto, pero no es así. No piensan que pudiese salir solo por mí mismo. Pero sí, fue de esa manera, y el que no se lo crea que se dé un baño caliente. Seguro que influyó la genética -¡muchas gracias, papá!-. Soy un genio de la supervivencia, y no solo en esta cuestión. ¡He pasado por tantas cosas! He tenido una vida muy complicada. Aunque si me refiero al asunto del enganche y a cómo conseguí dejarlo no es por exhibicionismo, sino por si le sirve a alguien en el camino. Se puede salir.

¿Por qué decidió dedicarse a la interpretación?

No lo sé, pero le aseguro que desde siempre quise. A los tres años ya quería ser actor, aunque no sabía lo que era eso, y participé en funciones infantiles en el colegio. Nunca dudé de mi vocación. La única gente que me interesa son los artistas. Somos los únicos que damos algo de verdad. Podemos acertar más o menos, equivocarnos o no, pero vamos a corazón abierto. Es muy raro que, por ejemplo, un político dé algo, más bien nos acuchillan y meten el teatro, la cultura, en un gueto. Mi oficio es mi pasión, desde que empecé hasta ahora. Y también me entusiasma la pintura. Pinto divinamente.

«Quien piense que todavía sigo enganchado a las drogas que se dé un baño caliente»

Esta faceta suya es poco conocida. ¿Ha pensado en exponer su obra pictórica?

Expuse una vez en Buenos Aires hace tiempo. Pero no, no deseo exponer. Regalo los cuadros a mis amigos.

¿Su familia le apoyó al decirle que quería ser actor?

Ni me apoyó ni dejó de hacerlo. Mi padre no me dijo nada, aunque me venía venir. Como antes le comenté, mi padre era una persona machacada por una guerra en la que luchó en el bando perdedor, y por lo que sucedió después. Estaba ensimismado. Ni se inmutó cuando se lo dije. Y luego tuve mucha suerte, empecé a trabajar pronto, ya desde que estaba estudiando en la Real Escuela de Arte Dramático (RESAD) de Madrid. Y comencé a brillar rápidamente, o me lucí, qué sé yo. A los jóvenes actores me gusta mucho darles un consejo: «Brilla». En El sirviente, todos los días se lo digo a Sandra Escacena, compañera de reparto junto a Pablo Rivero, Lisi Linder y Carles Francino. A Sandra, que con dieciocho años recién cumplidos es ya una actriz maravillosa, le dijo antes de salir al escenario: «Brilla. Haz el favor de brillar hoy».

¿Qué recuerda de la primera obra en la que participó, «Mariana Pineda»?

Era un piolín, estudiante de la RESAD, pero tenía que ganar dinero. Me gustaba mucho esta obra de Federico García Lorca, aunque a veces se vea como menor. La dirigía Alfredo Mañas y la protagonista era María Dolores Pradera, que me parecía una señora extraordinaria, me fijaba mucho en lo que hacía. Me recuerdo a mí mismo en los años sesenta en el vestíbulo del teatro Marquina de Madrid, donde había unos 80 aspirantes. Con codazos, me puse en la primera fila. Me vio Alfredo Mañas y me dijo: «Tú».

«Haré un "Lear", dirigido por Carlota Ferrer. Me fascina la locura, y a la vez le tengo temor. Meterme en la piel del viejo rey loco es de un atractivo irresistible»

¿Y de la película «Arrebato», clave en su carrera?

Mire que he trabajado con grandes directores, pero con ninguno me he sentido tan cercano como con Iván Zulueta. Aparte de que éramos vecinos y teníamos muchas cosas en común, me siento muy hermanado con las imágenes de Arrebato y de Párpados, la otra película en la que me dirigió.

¿Tiene algún método interpretativo preferente?

Un actor tiene que conocer de todo para su trabajo, desde lo que puede ser una tontuna hasta lo imprescindible. Hay están Stanislavski, Artaud, Meyerhold... Hay que tener un bagaje que luego vas depurando, y pasando por experiencias personales. Intento no solo interpretar, sino crear.

¿Ha visto «Dolor y gloria», de Almodóvar? ¿Es usted el personaje del actor con quien se encuentra el protagonista?

Aunque no he visto la película, diría que sí. Vive en El Escorial, como yo, y hace más de treinta años que se habían perdido la pista.

No sé si creerle. ¿No siente curiosidad por verla?

Ninguna curiosidad. Y por lo que me han dicho, pienso que no me gustaría. Por lo que me han contado, parece una justificación de sus cosas. Yo no soy ningún santo, pero ojo con «mi primo» -y no lo pienso solamente yo-, con el que, por otro lado, tanto nos reímos juntos.

¿Por qué se pelearon?

No hubo exactamente una pelea. Más bien, un desencuentro, un deterioro día a día. Y luego, adiós. Además, en la vida, las relaciones se diluyen, terminan... Entre dos personalidades como la de Almodóvar y la mía casi era inevitable el choque. Soy un desobediente absoluto, y si hay mucho mamoneo, imposiciones... me planto. Desde «La ley del deseo no he vuelto a verle», pero a Pedro le deseo lo mejor. Los dos seguimos nuestro camino, yo he tenido una vida intensa, y me imagino que Pedro también, y ya está. Ahora los dos somos un poco unas viejas glorias. [Se calla un momento, y apostilla «es broma»]

¿Proyectos?

Haré un «Lear», dirigido por Carlota Ferrer, que me dirigió en «Esto no es la casa de Bernarda Alba». Me fascina la locura, y a la vez le tengo temor. Meterme en la piel del viejo rey loco es de un atractivo irresistible. De Shakespeare he hecho «Romeo y Julieta» y «Macbeth». No podría encarnar a Hamlet, un hombre que hace círculos alrededor de sí mismo. No es lo mío.

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