ARTE

Estados decisivos del alma en Marc Chagall

El Museo Guggenheim ilustra con una completa muestra la etapa definitiva en la que se configura el universo de Chagall y que dio pie a una de las figuras más personales del siglo XX

Óleo sobre lienzo «El carro volador», de Chagall

Noemí Méndez

Lucía Agirre, comisaría de la exposición Marc Chagall. Los años decisivos (1911-1919) , como viene siendo habitual en sus propuestas, no defrauda en la elección, ni en el montaje de las piezas de esta cita. Entre lo didáctico y la experiencia de las obras, propone un recorrido que ayuda a comprender mejor la figura de Marc Chagall. Clasificado en multiplicidad de estilos y corrientes, a veces de manera superficial o errónea, gracias a esta muestra podemos acercarnos a lo que, a priori, parecen los años determinantes en la germinación de un estilo tan reconocible y persona l como el de este artista bieloruso. Los años decisivos del título comprenden un pequeño periodo de menos de una década dentro de la larga vida del artista, que llegó a vivir casi un siglo.

Centrada en esta etapa, en la que Chagall vive en París y entra en contacto con la creación de la época en La Colmena (allí conoce a grandísimos artistas y creadores como Delaunay o Apollinaire ), la exposición permite ver cómo la aparente simplicidad de trazos y colores esconde en realidad un entramado muchísimo más complejo en cuanto a su iconografía y significado.

No podemos sino agradecer a Chagall la capacidad de emocionar por medio de un lenguaje propio

La tradición judía de Chagall -en concreto provenía de una familia jasídica- en una etapa tan concreta que precede y que, convive, en parte, con la revolución rusa y la caída de los zares , lo convierten en un artista cuyo contacto con el arte es limitado hasta su llegada a París. Y no es sino su capacidad de reflexión interna innata la que le conduce a volcarse en su pulsión creadora.

Lo que no se ve

No en vano, Chagall encuentra más interesante todo lo que ocurre en el mundo invisible, en el imaginario, que en los estímulos que provienen del exterior. Él genera sus propios códigos de tamaños, ambientes y colores en lo que se convierte en un encuentro casi místico entre su capacidad creadora y su motor emocional interno. El artista entremezcla diferentes recursos iconográficos de la tradición jasídica con las nuevas inspiraciones y libertades que disfruta en la capital parisina.

Por todo esto, compositivamente, se convierte en un generador de imágenes imposibles que no puede compararse en términos representativos con ninguno de los ismos que le rodean. El artista es, por lo tanto, una rara avis que huye de cualquier encasillamiento que le coarte la libertad a la hora de crear.

Se conviertió en generador de imágenes imposibles no comparables con ningún «ismo» del XX

Otra de las luces que arroja la muestra, es la necesidad de Chagall de representar exactamente lo que desea; es así como vemos cuadros aparentemente iguales en diferentes etapas de su vida que, atienden, en realidad, al miedo que el artista tenía a perder algunas de las piezas más importantes para él, ya que una vida en un periodo de entreguerras y migraciones le había hecho dejar atrás buena parte de sus creaciones.

«El arte me parece sobre todo un estado del alma» , sentenciaba. Y es que, por mucho que intentemos encontrar un lugar donde situarlo con coherencia, siempre habrá un distintivo en su obra que hará situar sus piezas «entre corrientes», ya que su espíritu in- quieto, y su sensibilidad extrema, que parecen entremezclar la nostalgia de sus tradiciones con la ilusión de sus avances vitales, le hace recrear escenas nada convencionales, ni reconocibles nunca existentes más allá de su imaginario personal, donde se fusionan ambos extremos y se coordinan con naturalidad. Creador de un nuevo mundo, Chagall huye del Cubismo, del Suprematismo, del Orfismo, del Fauvismo… pero en su huida de todos, deja un rastro de admiración y permeabilidad hacia todo lo que le rodea.

Siempre positivo

Incluso en los años más duros, en los que el artista se ve atrapado por la I Guerra Mundial, un atisbo de esperanza, de pasión por la vida y las cosas bellas que lo rodean , impregna sus obras. Chagall pinta las emociones, los recuerdos, los momentos emblemáticos de su vida, pasados por un filtro interno que sólo él puede comprender y traducir mediante manchas, colores y elementos que, a nosotros, nos llegan como códigos espirituales. Él pinta emociones, más allá de la propia figura y representación.

Es importante destacar en la muestra del Guggenheim las series de delicados dibujos que, con trazos limpios, sintetizan la esencia de esas formas tan características del artista. No podemos sino agradecer a Chagall la capacidad de emocionar por medio de un lenguaje totalmente personal, fuera de normas y complejos , que ha ayudado posteriormente a muchos artistas, ya que, fuera de cánones, estilos o tendencias, él luchó de manera innata por la libertad y la capacidad humana de crear.

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