LIBROS

La España que se encuentra cuando no se busca

«Por carreteras secundarias», de Alfonso Armada, explora las tierras, gentes e historias ignoradas y olvidadas de nuestro país

Carretera a Villibañe (León) CORINA ARRANZ
Miguel Ángel Barroso

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Sostiene el antropólogo Marc Augé que en la era de la globalización la ciudad como tal ha desaparecido, convertida en una gigantesca colección de «no lugares» (un centro comercial, una habitación de hotel, una ronda de circunvalación... espacios intercambiables donde el ser humano es anónimo). La urbanización del mundo ha creado grandes metrópolis interconectadas entre sí por filamentos urbanos y que, juntas, constituyen una metaciudad virtual . Y, sin embargo, es en ese ecosistema denso, asfixiante, donde (casi siempre) se escribe en este tiempo el relato de nuestra especie .

Hace unos años el periodista, escritor, poeta y dramaturgo Alfonso Armada (Vigo, 1958) se planteó hacer un reportaje sobre cómo salir de Madrid a pie, misión harto complicada por la red de filamentos urbanos que la cercan. Esta idea subyace en el arranque de su último libro, Por carreteras secundarias , un viaje a la España que se encuentra cuando no se busca, ignorada, olvidada, fuera de foco, semivacía . Carreteras donde el TomTom pierde el norte, pueblos donde el censo de muertos supera con mucho al de los vivos, ríos que aspiran a algo mejor que enfriar la fiebre de una central nuclear, palomares de adobe que se disuelven en la tierra de la que nacieron, gentes cuyas vidas no interesan a nadie, soledades cuya banda sonora es el susurro del viento y el canto de la chicharra.

Paraísos perdidos

Y, a pesar del argumento, a pesar de esa fotografía de portada de Corina Arranz (colaboradora necesaria del proyecto) donde aparece un sillón sucio y desvencijado cubierto por una tela (¿la sábana de un fantasma?), no estamos ante un viaje a la desolación absoluta. La carretera secundaria es «mucho más humana, mucho más hermosa, mucho más solitaria que la autopista y la autovía» . En los «no lugares» de Armada -al contrario de lo que ocurre en los «no lugares» de Augé- encontramos paraísos que no se han sabido vender (y por eso siguen siendo paraísos), refugios como un hotel de Beteta (Cuenca) de esos «que aman los escritores, los viajeros que huyen del bullicio, leen libros y periódicos que no consideran al lector imbécil...», pueblos mágicos como Peñalba de Santiago (León), donde la tentación eremítica aún es posible, y restaurantes que ofrecen «comer como un cura a precio proletario».

Y está, claro, ese paisanaje con ganas de ser escuchado. Descubrió el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón -y así lo expresó en la presentación de este libro- un carácter quijotesco en el autor . Manuel Azaña estaba convencido de que los españoles continuamos la ruta del Quijote , poblamos su tierra, hablamos su lengua e interactuamos con los personajes de sus andanzas, transmutados aquí en barqueros del Ebro, pastores de Tierra de Campos, horticultores, venteros afectados por las carreteras de circunvalación...

Es la de Armada una literatura vivida, no planeada («nadie nos espera ni a nadie buscamos»), compasiva pero no complaciente (hay lugares de los que salir huyendo y no volver jamás). Un viaje que se detiene en los meandros y que, sin embargo, en su versión original «sufrió» la premura del cierre, ya que fue publicado en ABC como minirreportajes diarios durante dos veranos. Preferimos los textos condicionados por el espacio reducido del papel, tecleados a vuelapluma y con precisión periodística, que las versiones extendidas para la web, aunque sabemos que la tentación de embalsar el meandro es muy grande en alguien imposible de embridar cuando se pone a escribir.

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