Refugiados sirios esperan transporte tras cruzar la frontera con Turquía
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En la era de los enjambres y de las bandadas

La humanidad ha entrado en una nueva fase. En este discurso, que leyó al recibir el premio que lleva el nombre del pensador y periodista Frank Schirrmacher, Hans Magnus Enzensberger, uno de los grandes intelectuales europeos, aborda las migraciones del siglo XXI. Un análisis sobre el éxodo de refugiados y los «muros»

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Probablemente Schirrmacher, cuyo nombre lleva este premio, no habría tenido inconveniente en apartarse del ceremonial que acompaña a esta clase de acontecimientos. Salutaciones, «laudatios», diplomas, agradecimientos, música y flores. A Frank nunca le interesó lo inminente. La crisis del medio al que pertenecía le producía zozobra porque pensaba que un periódico importante está obligado a abordar las cuestiones vitales de la política, la demografía, la técnica y la biología. No quería resignarse a la amenazante desaparición de esta clase de periodismo. Con el fin de hacer justicia a sus propósitos, en la medida en la que pueda, quisiera hacer una incursión en un terreno resbaladizo. El fenómeno que me ocupa, a mí y también a otros, es el de las bandadas o los enjambres.

¿Cómo un bípedo tan desvalido como el hombre ha conseguido someter al mundo durante un período de tiempo tan considerable? Como muchos otros seres vivos, el hombre fue, desde su misma aparición en la Tierra, un nómada. El «Homo sapiens», una denominación un tanto osada para nuestra especie, siempre ha estado moviéndose. Ha ido y venido de un continente a otro. Durante miles de años se puso en marcha solamente en pequeños clanes, familias o grupos. Pero en los dos últimos siglos ese impulso se multiplicó de forma exponencial. Desde entonces, nuestra movilidad ha llegado a lo inabarcable.

Terreno minado

Para eso que la mayor parte de nuestros contemporáneos llama «globalización», o aceleración, o crecimiento económico, o lógica del capital, eso que en los últimos años se intenta recoger en el concepto de «Antropoceno», se podría encontrar un término monosilábico [en alemán]: enjambres o bandadas. Con eso la humanidad ha entrado en una nueva fase. Con una afirmación de este tipo uno se adentra en un terreno ideológicamente minado. Pues cualquier comparación de la propia especie con otras es bastante peliaguda. Como ya lo experimentó Darwin. No todos estuvieron satisfechos con que dijera ciertas verdades sobre los primates. A pesar de eso, me gustaría detenerme en las otras especies. Grandes migraciones no son inhabituales para la mayoría de ellas. Los insectos, las aves, los peces y los mamíferos, que quieren librarse del descenso de temperaturas y de la creciente escasez de alimentos, se ponen periódicamente en marcha cada año. Mariposas de todo tipo se desplazan de México a Canadá y de Suecia a África. El charrán ártico emprende viaje desde el Ártico hasta el Polo Norte, en movimiento de ida y vuelta. Hay insectos que recorren hasta 1.500 kilómetros.

Una situación totalmente distinta suponen las migraciones colectivas de la langosta de tierra, que no acontecen periódicamente. Los entomólogos han demostrado que la vida de estos insectos transcurre de dos formas distintas: la fase individual o solitaria, y la fase gregaria o en bandada. Cuando una generación se reproduce hasta alcanzar una densidad de población crítica el territorio resulta, entonces, pequeño, y los insectos comienzan a migrar. Las bandadas o enjambres son cada vez más grandes y pueden cubrir distancias de miles de kilómetros, dependiendo de las condiciones climáticas y de los recursos locales que encuentren.

Frágiles garantías

Eso es lo que hacen seres vivos que se mueven mejor que los seres humanos cuando lo hacen de forma colectiva. Las agrupaciones de insectos se han descrito una y otra vez como superorganismos (W. M. Wheeler). Está aceptado que sus colonias se comunican eficazmente mediante señales químicas. Los sociobiólogos afirman incluso que se trata de una especie de sistema nervioso colectivo. Además, en las sociedades de insectos se impone una división del trabajo que recuerda a la formación de castas. Pero, en este punto, la mayoría de los entomólogos prefieren mantenerse cautelosos. Otros, en cambio, se sienten llamados a hacer comparaciones atrevidas con las sociedades humanas de clases.

Todos están de acuerdo en que las hormigas, las termitas y las abejas obedecen a programas genéticamente predeterminados a los que deben su supervivencia. Quien destroza un hormiguero con un palo comprueba que docenas y docenas de miembros se ponen de inmediato a realizar tareas de reparación sin que necesiten para eso una orden o un mandato. Evidentemente los seres humanos no disponen de esos mecanismos de autorreacción. Para imponernos como especie dependemos de garantías tan frágiles como la Razón, la Conciencia y la Educación. Necesitamos usos o hábitos como las leyes, las concepciones morales y las religiones; en una palabra, necesitamos lo que consideramos Cultura. Salta a la vista que nuestras fases de comportamiento en enjambres o en bandadas difieren y suceden de forma bien distinta a las de los insectos. Los cambios en las fases humanas no obedecen a la naturaleza. Las principales fuerzas de reacción son fáciles de enumerar: miseria económica y poder político. Los factores de arranque son también bien conocidos: seguridad, agua, subsistencia, un techo en el que cobijarse, atención sanitaria, ayuda, asilo, trabajo y toda clase de papeles. La cuestión de si nuestras emigraciones tienen carácter legal o ilegal es una cuestión que los seres humanos se plantean en último lugar.

Desde la caída del Muro de Berlín, el número de muros ha aumentado en todo el mundo

Pero la fase de movilización en bandadas, en la que participamos cada uno de nosotros, no la siguen únicamente los necesitados. Incluso el anacoreta, el vagabundo o el trapense ya no pueden quedar al margen de ella. También quien lo describe forma parte de ella. No hay inmunidades. La furiosa adicción al movimiento de la especie se impone en todos los niveles, también entre los ricos. Cuanto más acaudalada es una persona con más ahínco se pone en marcha en busca de beneficios, de rendimientos, de participaciones accionariales. En estas migraciones de los pueblos impulsadas por el capital no participan únicamente millonarios, estrellas, científicos renombrados, deportistas, músicos y criminales, sino también miembros totalmente corrientes de la clase media. Entre los grupos migratorios más importantes está el segmento sumamente adaptable y flexible de los agentes mercantiles, los contrabandistas, los corredores de bolsa, los saboteadores de la Red y los traficantes de drogas, armas y seres humanos.

Multiviajeros aéreos

En general puede afirmarse que la movilidad de la especie ha alcanzado dimensiones patológicas en el siglo XXI. En todos los continentes se amplían o se construyen nuevos aeropuertos gigantescos, dado que el número de pasajeros crece sin cesar. Las órdenes de compra de los fabricantes de aviones comerciales están a rebosar. El mercado de aviones privados vive también un «boom», ya que los ejecutivos e inversores tienen que estar moviéndose constantemente, igual que los políticos. Puede que esos multiviajeros aéreos sean una minoría. Pero no ocurre lo mismo con el número supercreciente de congresos, ferias, seminarios o conferencias. No sólo los políticos, los investigadores y los médicos organizan sus cumbres; lo hace también cualquier asociación o grupo que se va a cualquier lugar del mundo. Todo tipo de especialistas se mueven en enjambres o bandadas a todas partes: ictiólogos, fabricantes de zapatos, galeristas o lingüistas. Incluso los climatólogos desarrollan una nerviosa actividad viajera. ¿Y qué decir de los poetas sin recursos? Tampoco ellos van a ser menos y «lumpenizarse», así que se juntan en cientos de simposios desde México hasta Nueva Zelanda.

Quien descalifica esas excursiones tildándolas de exageraciones grotescas olvida que forma parte de otro enjambre o bandada mucho más grande: la de los turistas. Los viajes de vacaciones están considerados por todo el que sea parte de la clase media como un derecho humano inapelable e inalienable. Desde Edimburgo nos informan de que los quinientos mil habitantes de la ciudad se encuentran, en la época del Festival, con otros tantos visitantes que bloquean, día y noche, las calles, parkings, bares y pensiones. A la Oktoberfest de Múnich acuden más de seis millones de visitantes. Un caso muy especial es el de Venecia, cuyos puertos están saturados de cruceros gigantescos. No sólo hay enjambres o bandadas físicas, las hay también digitales, igualmente potentísimas. Se movilizan porque hoy todos podemos ver en la pantalla o en internet lo que pasa en lugares donde no estamos. El movimiento en bandada no depende ya de un influjo físico presencial: un emisor lejano basta como punto de atracción.

Por contagio

Otra migración en bandada la forman los atascos diarios de las ciudades y las autopistas. La paradoja está en que esa bandada no se mueve. La masa de conductores se ve obligada a estar parada durante horas contra su voluntad porque las vías circulatorias mutan en aparcamientos, estado cuyo final nunca es previsible.

En general, esta fase de movilización en bandadas se perpetúa y propaga, como todos los comportamientos gregarios, por contagio. El instinto de imitación adopta, en esto, con frecuencia formas ridículas y oscuras. Cualquier zona peatonal demuestra el poder de ese instinto. La omnipresencia de «bombones Mozart», relojes de imitación y souvenirs espantosos no pasa inadvertida a ningún paseante. No es fácil librarse de la sensación de que los miembros de la bandada o del enjambre sufren de bulimia.

Quien habla de la fase de movimiento en bandada no puede guardar silencio sobre internet. Hace tiempo que sus evangelistas ven en la Red la solución de los principales problemas del futuro. Son muchos los que se han despedido ya, bien es cierto que contra su voluntad, de esas esperanzas. Nadie sabe con exactitud cómo va a desarrollarse este sistema nervioso abstracto y global de la civilización humana. En internet participan unos 3.000 millones de usuarios, es decir, más del 40 por ciento de la población del planeta. Es llamativo que pueblos perdidos o remotos, los habitantes de los más míseros suburbios y los refugiados disponen de móviles. Arreglárselas sin esos teléfonos no es una opción para los inmigrantes. Los móviles no son para ellos un artículo de consumo corriente, sino un bien tan vital para la supervivencia como el agua o encontrar un techo que los cubra, y eso porque garantizan la cohesión de la bandada. Por lo demás, resulta difícil juzgar el nivel de inteligencia de la bandada, que tanto se ensalza. A ella se refieren no sólo las redes sociales, dominadas por un puñado de grandes corporaciones que ganan dinero con la publicidad y la venta de datos de sus usuarios. Pero del potencial de la Red no viven ellas únicamente. En la Red florecen también innumerables foros, ONG y grupos de oposición, de autoayuda y de autodefensa, que se han formado en todas partes y donde la censura no actúa.

La movilidad de nuestra especie ha alcanzado dimensiones patológicas en el siglo XXI

Al mismo tiempo, braman en internet enjambres y bandadas de fanáticos, de denunciantes, de paranoicos, de predicadores del odio y de criminales de toda índole. Esto lleva a pensar que la famosa inteligencia colectiva del enjambre con todos sus hábitos refleja con bastante exactitud el estado intelectivo del género humano. La inteligencia del enjambre representa tanto a la chusma como a los héroes cotidianos, y no tiene en este sentido tampoco límites. Por lo demás, con el crecimiento de las bandadas se intensifica la vigilancia de los servicios secretos, cuyos colaboradores están al margen de cualquier control. También aumenta el número de prohibiciones y de impedimentos. Un indicio casi inofensivo de esa realidad son las barricadas que levantan las empresas de comunicación, como Correos o las compañías telefónicas, o los gigantes de la publicidad o de la transmisión de datos como Google, Facebook y Apple, para impedir cualquier comunicación con sus «clientes». Su meta es la inaccesibilidad. Las denominadas «hotlines» les sirven como alambradas.

A vida o muerte

No sólo desvergonzadas, sino amenazantes, son otras formas totalmente distintas de defensa frente a esos movimientos en bandada, en los que el juego es ya a vida o muerte. Elisabeth Vallet, una observadora de Montreal, publicó en 2014 una investigación sobre fronteras, vallas y muros. Pudo demostrar que, desde la caída del Muro de Berlín, el número de muros no sólo no ha disminuido, sino que ha aumentado en todo el mundo. La «barricadización» no se ha frenado o atenuado desde la «guerra fría»; antes al contrario, se ha estimulado. Entre 1989 y 2014 se han levantado un mínimo de 6.000 kilómetros de constructos de ese tipo, en la frontera de Estados Unidos con México, pero también en Israel, la India y España. Arabia Saudí proyecta, al parecer, un muro de miles de kilómetros de longitud para protegerse de Yemen; Túnez planea fortificarse contra el caos libio; Estonia desea asegurar su frontera oriental con una larga valla; Tailandia quiere cerrar el paso a los musulmanes radicales malasios; y la India tiene proyectada una línea de 2.900 kilómetros para defenderse de Pakistán.

También los gobiernos europeos están intentando reducir, a la vista del crecimiento velocísimo de los movimientos de población, y sirviéndose de todas las artimañas posibles, la afluencia de emigrantes mediante el desánimo, las normativas, los controles y las expulsiones. Los eslovacos temen las mareas provenientes del caos de Ucrania; los checos se parapetan contra la llegada masiva de emigrantes de los Balcanes. Hungría ha levantado una valla en la frontera con Serbia, y su mayor deseo sería aislarse completamente. Los británicos se arrepienten de haberse dejado convencer para construir un túnel bajo el Canal de la Mancha. En todas partes surgen partidos contrarios a la inmigración que quieren convertir Europa en un fortín.

Para imponernos como especie dependemos de garantías tan frágiles como la Razón, la Conciencia y la Educación

En 1932, un eminente entomólogo, Gottfried Samuel Fraenkel, nacido en Múnich, escribió, poco antes de ser forzado a exiliarse, acerca de la migración de las langostas o los acrídidos: «Una movilización masiva en un territorio reducido lleva a la aparición de la fase de la bandada. El inicio de un proceso de formación de esa fase en bandada lleva dentro de sí la tendencia a seguir desarrollándose en esa dirección. Pues las bandadas o enjambres que entran en contacto entre sí se unen. La formación de la fase de bandadas, así como de migraciones en bandadas más grandes, puede extenderse durante varias generaciones. Pero en la región temporal esa especie no puede resistir mucho tiempo. Desaparece siempre en el transcurso de una o varias generaciones».

«El proceso de reducción tiene lugar» –y es el mismo Fraenkel quien llega a esa conclusión– «cuando el número de miembros disminuye, ya sea por condiciones climáticas adversas o por el desarrollo de parásitos. Ese proceso puede llevar, al final, a la desaparición completa de la especie».

Miedos irracionales

Estas observaciones pueden desencadenar miedos irracionales, precisamente porque parecen lógicas. Pero no son tan evidentes. Gottfried S. Fraenkel no era un adivino. No se consideraba competente en cuestiones sociológicas o históricas. Llamativa es, sin embargo, la fecha en la que se publicó su investigación. ¿Pudiera ser que su diagnóstico de 1932 estuviese más relacionado, de lo que él mismo era consciente, con la gran crisis económica de 1929 y el imparable ascenso de Hitler?

Con todo el respeto debido al gran entomólogo, quisiera contradecirle en lo que se refiere a las implicaciones que tiene para el género humano. Por una parte, cualquier comparación entre nosotros y las 14.000 especies de langostas conocidas renquea. Somos decididamente diferentes. Por otra parte, nuestra capacidad de pronosticar está, afortunadamente, muy poco desarrollada como para prever adónde conducirán nuestros movimientos en bandada. Mientras la capacidad de cálculo de nuestras máquinas aumenta cada vez más rápidamente, las situaciones humanas escapan a cualquier cálculo que vaya más allá de un par de días. Lo único evidente es que no dominaremos esas situaciones a base de consideraciones morales.

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