FOTOGRAFÍA

Dionisio González: la fascinación de la utopía

El artista asturiano lleva años «fusionando» lo arquitectónico en sus fotografías. La muestra del CACMálaga subraya todas sus virtudes

«Dauphin Island XI» (2011)

Juan Francisco Rueda

La última década de creación de Dionisio González (Gijón, 1965), absolutamente centrada ya en la arquitectura y las demandas y problemáticas sociales derivadas del ejercicio de construir, así como su dimensión política -o micropolítica-, es revisada en esta exposición, rotunda y fascinante.

Rotunda, en primer lugar, para con la propia obra de González, que se proyecta en sala con toda la complejidad y ambición que posee. En segundo lugar, por ello mismo, por la manifestación de esa autoexigencia formal y de contenido; porque arroja un caudal reflexivo sobre la arquitectura, su sentido y misión social . Y fascinación produce en el público, tanto en el general como en aquel que posee un conocimiento más profundo de la arquitectura.

Realidad y ficción

Fascina el espacio que «construye» entre realidad y ficción, o entre realidad y utopía . Aviva el espíritu e interés del que se acerca a su obra: ese espacio de incertidumbre entre lo que existe -lo que se sabe- y lo que no se está seguro de que exista, alentado por la verosimilitud de sus proyectos arquitectónicos integrados en entornos depauperados, en la naturaleza o en el maremágnum de grandes urbes (como Nueva York), o ciudades históricas y patrimoniales amenazadas por distintas causas, como Venecia.

La utopía, con sus dosis de imposibilidad, delirio y deseo de justicia, siempre ha fascinado, y de buen grado uno entra a explorar el relato o fabulación propuestos. El procedimiento de González es similar en casi todo su trabajo, articulado en series en las que afronta casos concretos: fotografiar «in situ» esos contextos para intervenirlos digitalmente incorporando los edificios que idea , generalmente sintetizando postulados high-tech -de ahí su vinculación con la etiqueta «futurista»- y de las tradiciones de la arquitectura del siglo XX (Movimiento Moderno), y de la vernácula, en la que «proyecta» sus «máquinas de habitar».

Esos edificios ficticios encierran respuestas y propuestas a las problemáticas arquitectónicas y urbanísticas en las muy diferentes zonas en las que decide poner su mirada (marginalización, medioambiental, saturación, consumo y «hurto» del espacio público...).

También fascinan los recursos, tamaños y soluciones que emplea González, basculando entre la tradicional maqueta a prismas holográficos, de la fotografía en blanco y negro en pequeño tamaño a otras que rozan los 10 metros; o de vídeos a fotografías cuyos soportes adquieren tridimensionalidad . Todas esas opciones son efectivas y no efectistas, por más que puedan causar admiración y sorpresa en el espectador. Es más, se enuncian con cierta noción de un concepto que Vitruvio ya empleó: el «decoro»; es decir, se eligen soluciones formales que no son gratuitas, sino que funcionan añadiendo sentido y contexto . No es éste capricho vacuo, encerrando muchas de ellas -de un modo accesible en algunos casos y en otro más soterradamente- cuestiones ciertamente gruesas. Ocurre con los soportes de las fotos que adquieren tridimensionalidad, en ocasiones mediante ángulos rectos y otras con contracurvas. No es tampoco cuestión menor la confrontación entre línea recta y curva: revela incluso una dialéctica que establece dos posicionamientos antagónicos en la arquitectura del primer tercio del siglo XX.

Encuentros necesarios

Algunas series y propuestas de edificios para lugares concretos rememoran soluciones de la arquitectura utópica de las primeras décadas del XX. Ocurre con «Dialectical Landscape», que toma como «teatro de operaciones» Nueva York. Ante ella, aflora el proyecto que Antonio Sant’Elia describiera en 1914 como Città Nuova , acaso su idea de la Milán del año 2000. Curiosamente, con la creación del parque The High Line , sobre y a lo largo de la línea ferroviaria elevada que recorría el distrito de la carne, parece atenderse algunas de esas nuevas necesidades que requieren algunas megalópolis y que llevan a González a incluir azoteas y promenades ajardinados.

Deslumbrante resulta, aunque más alejada de la dimensión propositiva del grueso de su trabajo, la serie «Construir, habitar, existimar» . En ella, con un despliegue amplísimo de soluciones, y a través de la ficción, revisa críticamente la Historia de la arquitectura de la primera mitad del siglo XX.

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