ENTREVISTA

Darío Sztajnszrajber: «La filosofía no ofrece certezas, es más un paseo sin rumbo»

El autor argentino nos propone salir de la caverna filosófica y perdernos. Sus «shows» y su libro «Filosofía en once frases» se han convertido en un fenómeno de masas

Darío Sztajnszrajber en el Palacio de Linares (Madrid), sede de Casa de América JAIME GARCÍA

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Cerrada la Casa de América en Madrid por mor del horario, decenas de fans que esperan en la puerta le piden a nuestro hombre que se haga un selfi con ellos, o les firme un autógrafo, o les aclare un punto de la charla que acaba de dar. Darío Sztajnszrajber (el teclado no se ha vuelto loco: 11 consonantes de 14 letras en su apellido, de origen polaco, léase más o menos «estansraber»), nacido en Buenos Aires en 1968, es un filósofo multimedia, performer , influencer , que convierte sus shows en rotundos éxitos, que tiene casi 300.000 seguidores en Twitter y acaba de publicar Filosofía en once frases (Ariel), un libro para irse al rincón de pensar con argumentos para no aburrirse.

¿Todos somos filósofos?

«Filósofo» es una palabra a la que todo el mundo tiene miedo, que parece referirse solo a grandes creadores de ideas. Hay una necesidad de «profanar» la palabra y socializarla. Cualquier persona que sepa superar su cotidianidad utilitaria es capaz de hacerse preguntas existenciales y estremecerse. Sin haber leído a Kant en alemán puede colgarse del cielo y cuestionarse sobre sí misma. Aunque a aquel que sale diciendo cuatro pavadas y se autoproclama filósofo le diría: mostrame qué estudiaste, qué escribiste, qué reflexión podés hacer.

Utiliza las redes sociales, el teatro, la música, la radio y la televisión. ¿Cómo llegó a la conclusión de que esas herramientas podrían ser útiles para difundir la filosofía?

El gran problema de la filosofía es que suele acabar enclaustrada en una academia, en sus propias prácticas institucionales, sin alcanzar a la sociedad en su conjunto. En la universidad mis clases son como una performance para que los alumnos se enganchen. Los recursos pedagógicos son, incluso, más importantes que los contenidos, porque uno accede a estos muy fácilmente en esta era de internet; lo complicado es cómo transmitirlos con eficacia.

Pero usted desborda el ámbito de la filosofía y se convierte en un «fenómeno fan».

Hablaría más de entusiasmo que de fanatismo, de que se puede llegar a la filosofía por otros medios y que ese encuentro es transformador. Una señora se acercó y me dijo que hacía sus labores domésticas escuchando mis actuaciones por YouTube. Quería abrazarme como si fuera un amigo, pero no creo que tenga que ver tanto conmigo como con lo que transmito.

¿Está la sociedad actual un poco despistada?

Al contrario, tiene muy claro lo que quiere, y eso supone reproducir dispositivos de poder que construyen un sentido común que guía nuestros deseos, nuestra subjetividad, que no invita a escapar de nosotros mismos. La filosofía es más como un paseo sin rumbo para distender las certezas.

«Nietzsche decía que la convicción es una cárcel. Otra cosa es vendernos al mejor postor»

¿En las redes gana la filosofía espontánea o la frivolidad?

Veo más frivolidad en la televisión tradicional o más falsedad en la forma que muchos ciudadanos se saludan cada día en la oficina. Es fácil tomar las redes sociales como chivo expiatorio o pensar que la banalidad está ligada a las nuevas tecnologías; si acaso ponen en evidencia lo que ya está en la sociedad. En Twitter se pueden generar disparadores que perturben al que los lea y busque indagar a partir de ahí.

El hombre ¿qué es más? ¿Un ser racional, dotado para el amor... o el lobo para el hombre, como dijo Hobbes?

Es un tránsito, un puente, un momento efímero. Todos pasaremos, el problema es cómo. Cuando nos creemos algo definitivo nos convertimos en lobos para otros hombres, pues pensamos que con nuestra razón podemos dominarlo todo.

Otro filósofo, Groucho Marx, decía «estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros». ¿No es la clave de bóveda de la clase política?

Nietzsche sostenía que toda convicción es una cárcel. Si el principismo se convierte en dogmatismo es malo. Reinventarse es bueno. Otra cosa es el pragmatismo estratégico que se vende al mejor postor. Si la política no está al servicio del otro para paliar su indigencia, su debilidad, no tiene sentido.

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