ARTE

Cuatro mil cuadros en un día

CaixaFórum propone una lectura al arte hegemónico de EE.UU. en el siglo XX a través de una técnica: la del grabado

«Gasolinera estándar» (1966), de Ed Ruscha. Serigrafía en color

Miguel Cereceda

Al entrar en la exposición El sueño americano , nos recibe una bellísima serie de serigrafías de Warhol en ocres, morados, amarillos, azules celestes y naranjas, con imágenes explícitas de una silla eléctrica. La imagen confunde y perturba. Se trata de una representación ya muy asentada en nuestro imaginario visual. La reconocemos de inmediato. Es hermosa. ¡Pero se trata de una silla eléctrica! Y eso nos aturde. El mismo Warhol, apologista del mercado, del consumo y de los billetes verdes, resulta a la vez un corrosivo crítico de las contradicciones del sistema capitalista .

En Mi filosofía de A a B escribía: «Cuando Picasso murió, leí que había hecho 4.000 obras de arte en su vida, y pensé: “¡Caramba! Yo podría hacer eso en un solo día”». Aunque luego descubrió que la cosa resultaba más complicada: «Por mi técnica, creí realmente que podría hacerlo. Y todas serían obras de arte, porque serían el mismo cuadro». La técnica de Warhol era la serigrafía . Y aunque reconoce que llegar a producir quinientas le costó un mes de trabajo, lo cierto es que producía y vendía sus obras como churros.

Sin duda, la gráfica ha sufrido muchos avatares a lo largo de la Historia. Desde la xilografía medieval, hasta la moderna estampa digital, ha pasado por ser arte popular y asequible, arte al servicio de la revolución o, como en Warhol, una mercancía exquisita fácilmente reproducible y también más fácil de comercializar .

«Vote McGovern», de Warhol

La exposición de CaixaFórum es buena muestra de estas distintas posibilidades de la gráfica. No se trata en modo alguno de una cita de carteles y obra impresa de los principales artistas norteamericanos del siglo XX , sino de un verdadero recorrido canónico por la Historia del Arte estadounidense de los últimos sesenta años. Y cuando digo «canónico» quiero decir que aquí se repite el esquema ascensional del relato de la gran Historia del Arte americano del siglo XX tal y como lo formularan en su momento el primer director del MoMA , Alfred H. Barr , o el célebre crítico Clement Greenberg . Un relato que ha sido reiteradamente puesto en cuestión, pero que, a pesar de ello, sigue vivito y coleando. De hecho, el esquema empieza en el Pop, con obras de Warhol y Roy Lichtenstein , con piezas soberbias de Rauschenberg y con algunas de las célebres banderas de Jasper Johns ; continúa con algunos de los maestros del Expresionismo Abstracto ( De Kooning o Motherwell ). Vienen a continuación los principales representantes del Minimal, como Donald Judd y Frank Stella , y luego los conceptuales, con Sol LeWitt y Bruce Naumann a la cabeza.

El esquema solo se rompe cuando el relato tradicional de las vanguardias se agota (a finales de los setenta), y entonces irrumpe, de un modo también aparentemente canónico, el discurso feminista, con las Guerrilla Girls, Kiki Smith y Louise Bourgeois ; los conflictos raciales, con la presencia de artistas afroamericanos como Emma Amos, Kara Walker y Willie Cole ; o con la discreta presencia de cierto arte político. Como si no hubiese habido arte político, feminista o conflictos raciales hasta los ochenta.

En fin. No se trata de una crítica. La exposición es excelente, por más que su recorrido argumental sea excesivamente tópico y esquemático. Como si, para «engrandecer» la dignidad de las artes gráficas, fuese necesario parodiar el gran relato del arte americano.

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