ARTE

El constante asombro de Dorothea Tanning

El Museo Reina Sofía recupera el olvidado (y también con altibajos) trabajo de Dorothea Tanning, pieza femenina clave del Surrealismo

Detalle de «Maternidad» (1947), de D. Tanning

Carlos Delgado Mayordomo

La integración en los museos de la producción elaborada por mujeres ha sido generalmente precaria y difusa. A principios de los setenta, el pensamiento feminista comenzó a poner en evidencia sistemas de exclusión en las corrientes centrales del arte. El objeto de esta reivindicación no será tanto hacer un hueco a las mujeres en las narrativas oficiales como el derribar un canon a todas luces sexista. Dentro de la amplia nómina de creadoras contemporáneas desplazadas por un sistema patriarcal, la norteamericana Dorothea Tanning (1910-2012) ocupa un lugar relevante: por un lado, asumió con directrices propias la influencia del Surrealismo , movimiento al que también se vincularon numerosas artistas atraídas por su antiacademicismo; por otro, articuló un discurso cuyas implicaciones ideológicas cuestionaban la cosificación de la mujer en la sociedad burguesa.

Afán perturbador

La actual retrospectiva en el Museo Reina Sofía es la primera gran revisión de su trabajo, e incluye pinturas, dibujos, collages , esculturas e instalaciones creadas entre 1930 y 1997. La comisaria, Alyce Mahon , ha estructurado la muestra en bloques que indagan en cuestiones tan variopintas como sus autorretratos, su fascinación por el ajedrez o sus escenografías para ballet. Pero el núcleo emblemático de su producción reside en los capítulos vinculados al Surrealismo, donde Tanning explora, con afán perturbador, imágenes de la infancia, de la realidad materna y de los códigos morales de la familia.

Estos trabajos, de rebosante imaginación, definen ámbitos oníricos donde la mujer no se establece como alteridad, sino como un Yo complejo y transgresor. Un ímpetu crítico que se desvanece en sus pinturas producidas desde finales de los años cincuenta, interesadas en la recreación de atmósferas y cuerpos evanescentes ; es su trabajo más irregular, si bien Tanning retomará un enérgico pulso a mediados de los ochenta, cuando emprenda composiciones de una asombrosa gestualidad y soltura pictórica.

«De qué amor» (1970)

Tanning, que murió a los 102 años, mantuvo a lo largo de su vida una heterogénea dimensión creativa que alcanzó también el ámbito literario. Pero la muestra más clara de su interés por nuevas vías de expresión se localiza en sus esculturas blandas , iniciadas a mediados de los sesenta y confeccionadas con telas y objetos encontrados. Frente al coetáneo auge del Minimalismo, Tanning optará por reivindicar una producción artesanal, de dimensión táctil y dotada de una sensualidad fetichista. Visto en perspectiva, es el trabajo que mayor resonancia tendrá en las generaciones posteriores, no solo desde la incorporación de la costura a la práctica artística ( Sarah Lucas ), sino también desde la recuperación de lo doméstico y lo siniestro a través del cuerpo ( Robert Gober o Mike Kelly ).

Pero más allá de esta genealogía, las esculturas blandas de Tanning deslumbran por sí mismas: cuerpos que se oponen a lo canónico, que encaran tabúes relacionados con la muerte, el deseo y la sexualidad , y que desestabilizan las convenciones de la identidad. Obras, en definitiva, que anuncian la categoría de «lo abyecto», teorizada posteriormente por Kristeva, y que tanta repercusión alcanzará en los discursos culturales de la posmodernidad.

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