ARTE

El círculo «vicioso» de los Brueghel

No acudan al Palacio de Gaviria, en Madrid, con «ojos de Museo del Prado». Sólo así disfrutarán de los motivos y las técnicas de una de las sagas más interesantes de la Historia del Arte

Detalle de «Baile nupcial al aire libre», de Pieter Brueghel el Joven (1610)

José María Herrera

El lunes será inaugurada en el Palacio Gaviria de Madrid la exposición «Brueghel. Maravillas del arte flamenco », una muestra itinerante que ha pasado ya por Roma, París, Tel Aviv y Tokio. Orgullosos del éxito obtenido en esas ciudades, los organizadores aseguran que marcará el otoño artístico madrileño, algo improbable porque en Madrid difícilmente sorprenderá a nadie. No digo que los aficionados vayan a dar la espalda a una propuesta como esta , pero dudo que la reciban con el entusiasmo de otras plazas. A fin de cuentas, lo que va a ofrecerse de los artistas elegidos no resiste la comparación con lo que cualquier día del año puede verse en el Museo del Prado .

Una buena idea

La idea de reunir pinturas de los Brueghel y su círculo es, sin duda, una buena idea. Pocas dinastías de artistas han conseguido mantener la buena reputación durante tantas generaciones. Primero el padre, Pieter ; después sus hijos, Pieter y Jan , más tarde el nieto Jan y, por último, los biznietos Ambrosius, Jan Peter y Abraham . Por si fuera poco, una nieta, Anna , casó también con un miembro de otro prolífico clan de pintores, los Teniers , presentes igualmente en la muestra. Al margen del mérito particular de cada uno de estos autores, vale la pena ver cómo se transmite y evoluciona el talento artístico dentro de una familia que vivió durante tanto tiempo de la pintura.

Pocas dinastías de artistas han conseguido mantener la buena reputación durante tantas generaciones

El fundador de la dinastía, coetáneo de Felipe II , fue Pieter el Viejo, autor del impresionante «Triunfo de la muerte» del Prado. Vivió poco, 44 años. Su muerte, en 1569, tuvo lugar en Bruselas dos años después de que el duque de Alba entrara en la ciudad para obligar a los protestantes a profesar la fe verdadera. Los pintores, dependientes de los encargos de monasterios e iglesias, sufrieron de forma especial la inestabilidad religiosa del periodo. Los protestantes no deseaban cuadros , y los católicos preferían no encargarlos mientras las circunstancias no se aclararan. Para sobrevivir tuvieron que abrirse a otras alternativas.

No es que la pintura religiosa desapareciera , pero dejó de ser su principal fuente de ingresos. Brueghel respondió a la situación convirtiendo los asuntos bíblicos en episodios marginales de sus cuadros. Observen, por ejemplo, el «Camino del Calvario» (sobre el que hizo una interesante película Lech Majewski , «El molino y la cruz» ) y verán los difícil que es descubrir a Cristo en la escena.

«Estudio de mariposas e insectos», de Jan van Kessel el Viejo (1667)

Disgustado con la nada legendaria brutalidad de las tropas católicas y con el puritanismo cruel de los protestantes , Brueghel prefirió alejarse de la religión y tratar otra clase de temas poco habituales entonces: la infancia, el paisaje, las labores campesinas, la sabiduría popular, la vida cotidiana de la gente humilde, la Naturaleza... Convencido, como su amigo Abraham Ortelius , autor del primer mapamundi de la Historia, de que el hombre ha nacido «para abarcar el mundo con su mirada», se entregó a la tarea de reflejar la realidad que lo rodeaba olvidando dogmas e idealizaciones. Aquella decisión se convertiría, para sus descendientes, en marca de la casa.

Lo sarcástico y moralizante

Claro que el viejo y genial Brueghel, a diferencia de ellos, no se conformó con dirigir la atención a los asuntos menores de la existencia, sino que introdujo en sus obras un elemento sarcástico y moralizante tomado quizá del Bosco , cuyos cuadros copió e imitó en su juventud. Sus paisajes, por ejemplo, son a menudo un pretexto para abordar temas como la «hybris»: el orgullo desmedido que lleva a alguien a trasgredir fatídicamente los límites. «El suicidio de Saúl», las tres versiones que hizo de «La torre de Babel», «Paisaje con la caída de Ícaro» o «La parábola de los ciegos», constituyen una magnífica prueba de su repugnancia hacia cualquier forma de soberbia.

Lo que va a ofrecerse de los artistas elegidos no resiste la comparación con lo que cualquier día del año puede verse en el Museo del Prado

El materialismo de Brueghel, esa fidelidad a las cosas que le hizo interesarse por todo lo visible, incluidas las operaciones elementales de la vida, desde el apetito sexual a la defecación , se fue estereotipando y almibarando en sus vástagos hasta convertirse en la última generación en una reiterativa sucesión de bodegones, inofensivos motivos florales y anodinos paisajes. Aunque todos trataron de seguir su estela, copiando sus cuadros y su estilo, ninguno puede compararse con él .

De los hijos, el único que llegó a hacer algo destacable fue Jan –la serie del Museo del Prado de los cinco sentidos que pintó con Rubens es tal vez lo más atractivo de su producción–, pero la obra del resto de la familia es, en conjunto, muy menor. Teniers el Joven pintó varias piezas reseñables, aunque también están en la pinacoteca madrileña. Los aficionados a las cuestiones de género tal vez hallen un aliciente inesperado en la búsqueda de la influencia de una pintora invisible, María Bessemers , miniaturista y suegra de Brueghel el Viejo, a quien enseñó la técnica del temple, luego utilizada profusamente por el resto de la saga.

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