Uno de los dibujos realizados por Grass que ilustran «De la finitud»
Uno de los dibujos realizados por Grass que ilustran «De la finitud»
LIBROS

Canto póstumo de Günter Grass

Con «De la finitud», el novelista alemán concluye la gran tarea de «redimir a Alemania» de su desvarío que inició con «El tambor de hojalata», y en la que le acompañaron figuras como Mann, Brecht, Brandt, Böll, Habermas, Enzensberger...

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No es este un libro más, ni menos todavía un libro cualquiera, aunque a veces pueda parecerlo. Es un libro de cierre. Libro póstumo que termina la vida de un escritor que se convirtió en emblema de su tiempo. Fue –justa o injustamente– el escritor alemán de una época, lo mismo que Mann lo fue de otra, Goethe de otra, o Lessing de una anterior. Libro que cierra un tiempo y un estilo de pensamiento, la era socialdemócrata, que, mucho me temo, se va con él en su féretro. Y «cierra» también algo imposible de cerrar: la marca a fuego de la historia alemana de la primera mitad del siglo XX, uno de esos «accidentes» inconcebibles de la historia humana que cayó como un rayo fulminante sobre dos generaciones de europeos.

Esa marca trágica la llevó Grass tatuada en el cuerpo y en el alma, y es origen y determinación de casi toda su obra.

Este libro, « De la finitud», es la contracubierta de aquella grandiosa portada que fue «El tambor de hojalata». Que supone la tarea hercúlea de «redimir» a Alemania de su desvarío visionario, un intento de redención en el que participaron muchísimos hombres ilustres: Remarque, Mann, Brecht, Brandt, Böll, Vögelin, los frankfurtianos, Reich-Ranicki, Habermas, Enzensberger… Algunos de ellos todavía han fallecido hace bien poco, como el mismo Grass, después Helmut Schmidt, y hace tan solo unos días Fritz Stern en Nueva York.

El rostro del pasado

«De la finitud» es el punto final de esa larga travesía que comenzó con «El tambor». Dos libros muy distintos, pero, en su diversidad, fuertemente significativos. El uno comienza con una frase mundialmente famosa: «Concedido, soy un internado en una institución para enfermos…». Con ella debuta en la Historia de la literatura un gnomo malformado que es posiblemente la más redonda representación de una época monstruosa. «El tambor» es una visión casi psiquiátrica de la Historia de Alemania en el siglo XX.

Como expresó el día de su muerte el ex canciller Schröder, Grass obligó a Alemania a ver el rostro aterrador de su pasado. Steiner ya había dicho mucho antes que Grass había utilizado el poder de su maestría literaria para obligar a sus compatriotas a mirar cara a cara a su pasado: «Mediante su ingenio macabro y a menudo obsceno ha hundido [Grass] la nariz de sus lectores en la gran piltrafa, en el vómito de su época». Y, a continuación, Steiner asciende a lo general y plantea una pregunta parecida a la que Adorno «resolvió» con su engañoso «dictum» («tras Auschwitz escribir un poema es barbarie»): «Preguntaba yo… [dice Steiner] si el idioma alemán había sobrevivido a la época de Hitler, si las palabras envenenadas por Goebbels y utilizadas para regular y justificar Belsen podían volver a satisfacer las necesidades de las realidades morales y las intuiciones poéticas. «El tambor de hojalata» apareció en 1959 y hay muchos que afirman que la literatura alemana ha surgido de sus cenizas, que el idioma está intacto. Yo no estoy tan seguro».

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