Hotel La Roseraie, en Niza, donde Frenkel y una larga lista de exiliados se refugian durante la Ocupación
Hotel La Roseraie, en Niza, donde Frenkel y una larga lista de exiliados se refugian durante la Ocupación
LIBROS

El afortunado rescate de Françoise Frenkel

«Una librería en Berlín» es uno de los libros de la temporada. Después de haber triunfado en Francia, y gracias a la iniciativa de Seix Barral, nos llega la historia de Françoise Frenkel

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Hay libros, pocos, que tienen la fortuna de gozar de una segunda existencia, tanto más grata y sorprendente cuanto inesperada y alejada del momento de su primera aparición. Es lo que sucede cuando se produce el rescate de un texto perdido en el oleaje del tiempo que, al ser recuperado en circunstancias diferentes al de su redacción y su publicación original, adquiere un valor y un sentido que no tenía. Es el caso de Rien où poser sa tête, de Françoise Frenkel, uno de los acontecimientos literarios en Francia en el año 2015, que además lleva un prólogo de Patrick Modiano, y del que ya ABC Cultural en una versión sólo digital se hizo eco por medio de la reseña que en sus aspectos esenciales ahora recojo revisada.

El libro fue publicado por vez primera en Ginebra en 1945 por la editorial Jeheber y devuelto a la vida en circunstancias novelescas al encontrarlo el escritor Michel Francesconi en un mercadillo de Niza. Un libro que ahora ha publicado en España la editorial Seix Barral con el título, tan inadecuado como inexacto, de Una librería en Berlín, una ciudad que apenas tiene presencia en el texto más allá de dos decenas de páginas iniciales, y que sobre todo dista de responder al del original francés, en el que la autora trasmite el desasosiego y la inseguridad en la que vivió y que inspiraron sus páginas. Se trata probablemente de una decisión que, como tantas veces sucede, se ha adoptado al margen del traductor, en este caso Adolfo García Ortega, cuya capacidad es tan conocida como su proximidad al mundo que se cruza por el relato de Frenkel.

Publicado en septiembre de 2015 por Gallimard, la editorial de Modiano, tras décadas de oscuridad desde su publicación, Una librería en Berlín se convirtió inmediatamente en el sucesor de Suite francesa, de Irene Nemirovsky, o del Diario 1942-1944, de Hélène Berr, también prologada por el Nobel. Ambas obras cercanas en asunto, protagonista y autoría, aunque el desdichado destino de las dos autoras pudo evitarlo la polaca y judía Frymeta Idesa Frenkel, nacida en 1889 en Piotrkrów, cerca de Lodz, y muerta en 1975 en Niza, ya convertida en Françoise. Un personaje que transita por las sombras, del que se sabe muy poco y de quien no se conoce ninguna fotografía, lo que contribuye a que el halo de misterio, de enigma, que rodea al libro se incremente.

En las páginas dedicadas a Niza es cuando resulta más «modianesca» antes de Modiano

Tras estudiar en París, Frenkel se instala en el Berlín libre de principios de los años veinte, donde abre La Maison du livre français, la única librería francesa en la capital alemana, junto con su marido Simon Raichenstein, cuya actividad finalizará en agosto de 1939, unas semanas antes del estallido de la guerra. Durante los últimos seis años fue Frenkel quien dirigió en solitario la librería, pues desde 1933, tras el triunfo nazi, su marido se había exiliado en París. A su llegada a la capital francesa, Françoise parece que no se reunió con Raichenstein, a quien nunca alude en el relato de su peripecia en la Francia ocupada. Un relato que finaliza en 1943 cuando consigue llegar a Suiza y esquivar el destino de quienes estaban en las listas de los alemanes o del gobierno de Vichy. De Raichenstein sabemos que fue de los detenidos en la redada del Vel’d’Hiv, en julio de 1942, internado en Drancy y enviado a Auschwitz, donde murió en agosto.

Estilo poético

En Una librería en Berlín, y como corresponde a un libro memorialístico, Frenkel relata con un estilo muy correcto y ajustado su vida desde la llegada a Berlín, luego su marcha a París y, tras sumarse al éxodo de la défaite en junio de 1940, su recorrido, mejor diríamos fuga, por la zona no ocupada bajo el control de Vichy hasta que logra cruzar la frontera suiza y ponerse a salvo del destino que, como judía y extranjera, la llevaría a Birkenau o Auschwitz. Como se ve, los citados son unos lugares muy característicos de la geografía de Modiano, un autor con el que Frenkel no solo comparte alguno de sus temas, la Ocupación, sino también un estilo preciso y poético con párrafos muy logrados, que dota al texto de una atmósfera que se puede definir de modianesca antes de Modiano. Es lo que sucede cuando describe sus intentos de cruzar la frontera suiza por Annecy en compañía de otros refugiados, atravesando caminos nevados entre montañas guiados por un pasador del que se adivina les va a traicionar.

Sin embargo, es en las páginas dedicadas a Niza en las que describe el ambiente de los refugiados del Hotel La Roseraie, cuando la autora resulta aun más modianesca, pues inevitablemente nos lleva a Voyage de noces y a Juan-les-Pins, donde, en una espera angustiosa, la enigmática y atractiva Ingrid Teyrsen y su marido, el esquivo Rigaud, aguardaban en el Hotel Le Provençal un destino semejante al que esperaba a la librera franco polaca. Son estos unos párrafos que se encuentran entre lo mejor de Una librería en Berlín, en los que Frenkel recorre el hotel planta por planta mostrando la realidad de los huéspedes y la complejidad novelesca de sus existencias.

Poco se sabe de Françoise Frenkel, pero quizá sea mejor que permanezca en el anonimato

Un entorno que resume el mundo cosmopolita de entreguerras y las aportaciones en forma de fugitivos de mil procedencias que caracterizaba a la Niza de los años cuarenta. Con maestría narradora, la autora nos describe a los habitantes del Hotel La Roseraie: franceses de toda condición junto a judíos de todas las nacionalidades de la Mitteleuropa; una austriaca, su amiga Elsa Von Radendorf; rusos blancos de largo exilio, un exótico príncipe hindú e incluso una española, refugiada republicana, residente desde hacía años en el hotel y compañera de planta de la autora, de la que no da su nombre, y que muere de hambre en la soledad de su habitación sin que nadie supiera de su situación en una demostración de entereza. Es un mundo el del Hotel La Roseraie que, por su diversidad, se podría decir que resulta algo tintinesco si no fuera por el aliento trágico que se cierne sobre ellos y que Frenkel recoge en su relato. Un destino fatal que, gracias a un golpe de la fortuna, logra esquivar el 28 de julio de 1942, cuando una redada de la policía francesa, que se lleva detenidos a todos los huéspedes extranjeros como ella, la encuentra fuera del hotel.

Prófuga

Desde ese momento, la librera, aun más indefensa, sin papeles, sin cartilla de racionamiento ni equipaje, pasa a la categoría de prófuga, a una clandestinidad que le lleva a depender de terceros para poder sobrevivir en una Francia que, desde ese año de la «solución total», se ha vuelto más peligrosa. Y es ahí donde se demuestra que es necesario confiar en el género humano, de cómo la filantropía y el humanitarismo que despliega la autora es al final por donde llega la salvación, aunque haya quien se empeñe en demostrar lo contrario. Ante lo que le sucede y frente a un destino que le lleva durante la Ocupación como una hoja seca a merced del viento, Frenkel muestra serenidad y una elegante distancia irónica, pero sobre todo despliega humanidad y dignidad. Son dos elementos que no es frecuente vayan en compañía y aun menos en los momentos extremos en los que el acoso de los perseguidores en forma de la policía de Vichy y del Comisariado General de Cuestiones Judías, iban tejiendo una siniestra red alrededor de su persona.

Anonimato

Una librería en Berlín es un libro enigmático por su contenido, no solo por haber estado en esa oscura biblioteca del pasado en la que se pierden muchos textos. Es un libro que suscita preguntas -¿como consigue librarse de la detención?, ¿por que no menciona a su marido desde que deja Berlín?- pero sobre todo lo que plantea es el misterio de su autora, de quien se pierde el rastro tras el final de la guerra, aunque se supone que regresó a Niza en 1945, donde murió en 1975. Sabemos que Frenkel fue una polaca que vivió en Berlín durante casi veinte años, pero que se sentía francesa a causa de su literatura, y también que fue una de las supervivientes de la Ocupación.

Poco más se sabe, de ahí que surja la tentación de la quest, de la investigación encaminada a desvelar al personaje que parece emprender el apéndice documental que cierra el libro. Sin embargo, y como sugiere Patrick Modiano en su prólogo, quizás sea mejor que Françoise Frenkel permanezca en el anonimato, en esa penumbra de pasillo mal iluminado que no deja ver más allá de los perfiles, como si estuviera en un hotel de los que aparecen en las novelas del Nobel francés, de donde parece haber salido. Un gran libro y también una feliz iniciativa la llevada a cabo por Seix Barral con su publicación.

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