CINE

Abel Ferrara: «Hacen falta más películas que muestren la violencia del Holocausto o la Guerra Civil española»

El ilustre cineasta maldito que ya no lo es tanto presenta una muestra retrospectiva sobre su obra que organiza la Filmoteca Española en Madrid

Abel Ferrara, a su llegada a la inauguración de la retrospectiva que le dedica la Filmoteca Española EFE
Alejandro Díaz-Agero

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Poco queda de aquel histrión libre que dibujaba su cine en el margen de la canónica hoja de registros que Hollywood planta en su puerta de entrada. El Abel Ferrara (Nueva York, 1951) que pasó por Madrid parece haber dejado atrás los tiempos trufados de cólera y psicotrópicos. Mientras sus dedos juguetean con el tapón de una botella de la que bebe sin necesidad de vaso, él ofrece media hora de charla con motivo de la retrospectiva sobre su obra que organiza la Filmoteca Española. A medio camino, mientras rebusca en sus recuerdos los argumentos que expliquen un cine tan personal como inaprensible, el tapón ya rueda por el suelo.

¿Diría que piensa en el público mientras hace cine?

Puedo imaginar en lo que está pensando. Hacíamos películas para audiencias muy específicas, como la que quería ver cine violento los viernes por la noche. Hollywood no estaba haciendo eso. Sé que nunca lo hicimos de forma correcta. Sé que hay un tempo, una forma de introducir esa violencia que se presupone. No era lo nuestro. Ahora siento que soy un ser humano en mitad del mundo. Si estoy haciendo algo como mejor sé, me funciona y sé que es bueno, todo bien. Así que sí, pienso en el público.

La atmósfera que se respira en sus rodajes es particular.

Es cambiante. Aunque básicamente intento controlar el caos. Es importante administrar la energía. Rodar rápido. Energía, estar preparado para el momento, para el pico de inspiración. No tener miedo a equivocarse. Estos son los ideales. Antes de rodar se suele hablar mucho de cómo será, pero en el fondo sabemos que pase lo que pase no vamos a volver atrás, que no vamos a rehacer según qué planos. Sabemos que lo que salga de ese día será lo que quede. Para mí es muy importante poder sentir esa alegría. Cuando estoy rodando, quiero ser capaz de sentir.

¿Qué le sugieren ahora las películas que hacía en sus inicios?

Depende de cuando las vea. Ahora mismo, es como ver fantasmas, porque muchos amigos están muertos. Veo un grupo de gente que siente que está ante la película de su vida, que quiere cuidar todo al mínimo detalle, y pienso, «venga, tíos, relajaos».

En los últimos años se ha decantado por el documental.

Pero al final las películas son películas. Y lo que hacemos es filmar gente y ambientes. ¿Qué importa si en la cámara aparece una estrella o un anónimo? En “Piazza Vittorio”, el último, rodamos en un bar y conseguimos actuaciones alucinantes. De gente que estaba en la calle. No podíamos creer que hubiésemos conseguido algo así. Es que al final, delante de la cámara todo el mundo es un actor. En el documental tú no creas nada. Quizá los documentales sean algo más puro, por la improvisación, porque el proceso de edición va de la mano de la escritura… Lo intento con la ficción, pero es más difícil. Necesitas una estrella, y llevarla a un sitio concreto.

Ha podido ver cómo los recursos para hacer cine se multiplicaban conforme pasaban los años, pero, ¿cuál es el ingrediente atemporal que no puede faltar en una buena película?

Tiene mucho que ver con la persona que hay detrás, su intención, el por qué hacer esa película. Es más el deseo de expresar tus ideas que los porqués. Esa es la esencia del cine, la expresión. Cuando estoy rodando, yo ya soy parte del público. La película está en el espacio que hay entre tú y la pantalla.

Usted imaginó el fin del mundo en «4:44-Last Day on Earth». ¿Está más cerca hoy que entonces?

Con esta gente en el poder, diría que sí. Es una locura. Toda esta oscuridad, el norcoreano (Kim Jong-un), las reacciones, el lenguaje. La gente olvida la historia. Hacen falta más películas sobre la violencia real que hubo en el Holocausto o la Guerra Civil española. Parece que están tan lejos… Vale, hay una guerra en Siria, en África, genocidios en México. Ellos sí saben lo que es una guerra. Pero no el resto, que sólo conocen el terrorismo y creen que eso es una guerra. Hablan de guerra mundial, ¡y en la segunda murieron 30 millones de personas!

Su país.

Acaba de firmar un acuerdo de venta de armas por 110.000 millones de dólares con Arabia Saudí. Claro que es peligroso. ¿Qué van a hacer con esas armas? Usarlas contra nosotros. Es una locura. Y luego enfrentarlo con el norcoreano. Si le preguntas a la gente, te dice que el país del mundo que más miedo da es Estados Unidos. Pero no lo es. Es Corea del Norte. Si lees a Svetlana Aleksiévich, ves que hasta el último hombre en Nagasaki murió. Chernobil… Hay que leer ese libro (“Voces de Chernobil”). Aunque sea el primer capítulo. Lo de ahora es ver a un “macho” violento. De Isis a Corea del Norte, cada pequeño altercado terrorista es una excusa para alguien. Pero no estamos ni cerca de que mueran 30 millones de personas como en 1945.

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