Ni te mata ni te hace más fuerte
David Lagercrantz firma, por expreso deseo de los herederos de Larsson, la cuarta entrega de la trilogía «Millennium». Lisbeth Salander se suma, así, a una lista interminable de «zombis literarios»
Actualizado: GuardarHay personajes que se resisten a desaparecer. Como el inmortal Sherlock Holmes, a quien Conan Doyle se vio obligado a resucitar por aclamación popular y que, tras la muerte de su creador, ha seguido viviendo mil y una aventuras. Lo mismo que el agente 007.
La interminable lista de zombis literarios –de alguna manera hay que llamarlos– incluye, por ejemplo, a Escarlata O’Hara, la tozuda protagonista de Lo que el viento se llevó, que gracias a Alexandra Ripley volvió a sufrir y a penar en Scarlett. Y ya que hablamos de la señorita Escarlata, cómo no mencionar a su amado y odiado Rhett Butler: Donald McCaig le consagró las páginas de Rhett. Y de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, «extrajo» P.
D. James a la heroína romántica Elizabeth Bennet; nada menos que para introducirla en una historia de crímenes, La muerte llega a Pemberley.
¿Más ejemplos? Alrededor de la segunda mujer de Maxim de Winter, a la que Daphne du Maurier imaginó atormentada por el fantasma de Rebecca (con la inestimable ayuda, todo hay que decirlo, de su ama de llaves), giran Regreso a Manderley, de Sally Beauman, y La señora de Winter, de Susan Hill. Sin olvidar a un peso pesado como el Hércules Poirot de Agatha Christie, que ha puesto sus células grises al servicio de una nueva investigación, Los crímenes del monograma, de Sophie Hannah. Y gracias a Andrew Motion hemos regresado a la isla que Stevenson logró situar en los mapas. La del tesoro.
Sopor y sueño
A esta lista se suma ahora David Lagercrantz, que, como vemos, no es el primero ni será el último a la hora de dar continuidad a los personajes de otro. En su caso, los de Stieg Larsson, a quien el éxito post mórtem, pues no vivió para disfrutarlo, ha convertido en una marca registrada y un negocio seguro. Hasta que a la gallina de los huevos de oro se le agoten las fuerzas. O al lector la paciencia.
Tras Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, Lagercrantz firma, por expreso deseo de los herederos de Larsson, la cuarta entrega de la trilogía Millennium, y lo hace con otra novela de título kilométrico, al menos en español: Lo que no te mata te hace más fuerte. Un thriller de considerable grosor –651 páginas– que sólo alcanza la velocidad de crucero en torno a la página 200. Hasta llegar a ella, lo confieso: me podían el aburrimiento y el sopor y el sueño. Avivados por un estilo campechanote que no ayuda, con expresiones como «a toro pasado», «de buenas a primeras», «deprisa y corriendo», «en un pispás», «como no podía ser de otro modo» y en ese plan.
Sin embargo, los lectores constantes y heroicos que coronen la página 200 se verán recompensados: a partir de ahí la intriga es trepidante y ya no puedes soltar el libro. Pero aunque no lo puedas soltar, durante toda la lectura no te abandona la incómoda sensación de que está –no voy a decir «copiado», Dios me libre– inspirado en la película Al rojo vivo (Mercury Rising; Harold Becker, 1998), sobre un niño autista capaz de desentrañar complejos códigos indescifrables. Argumento que Lagercranzt trasplanta al mundo de la piratería informática, y ahí es donde entra en escena Lisbeth Salander.
Ah, Lisbeth Salander. Ella es lo mejor de la novela. Pero ese no es mérito de David Lagercrantz.
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