Sean Scully ante su obra «Michael» en el Centro Cultura Bancaja de Valencia
Sean Scully ante su obra «Michael» en el Centro Cultura Bancaja de Valencia - EFE

Sean Scully y Liliane Tomasko, una pareja unida por la pintura abstracta

La Fundación Bancaja de Valencia presenta la mayor retrospectiva dedicada al pintor irlandés en España y la confronta con la de su mujer

VALENCIA Actualizado: Guardar
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El largo idilio que mantiene Sean Scully (Dublín, 1945) con España ha dado pie a todo tipo de exposiciones y proyectos, desde abrir un taller propio en Barcelona en 1994 hasta inaugurar un espacio de arte que lleva su nombre en la iglesia románica de Santa Cecilia en Montserrat. Pero nunca hasta ahora se le había dedicado en nuestro país una retrospectiva que abarcara cincuenta años de trayectoria, desde su etapa minimalista estricta a principios de los setenta hasta sus más recientes creaciones, terminadas apenas este verano.

La Fundación Bancaja de Valencia ofrece por primera vez la oportunidad de observar la evolución de este superviviente del arte abstracto. Una exposición comisariada por Javier Molins que cuenta con el aliciente añadido de poner en relación sus cuadros con los de Liliane Tomasko, la mujer con la que comparte su vida desde hace veinte años.

Ambos son pintores con aproximaciones al arte abstracto notablemente diferentes, pero con un nexo común: su inspiración en la contemplación de la realidad. En el caso de Scully, la arquitectura y la naturaleza han sido siempre los principales anclajes del mundo exterior con su pintura, mientras que en el de Tomasko las ideas proceden del ámbito doméstico.

La exposición está compuesta por más de sesenta obras que proceden de la colección de la Fundación Bancaja, el Museo Reina Sofía, el IVAM y la colección privada de los artistas. Muchas de las piezas, traídas desde los talleres de Scully en Nueva York, Alemania y Barcelona, no habían sido vistas por el público nunca.

La huella de Marruecos

Como hijo de inmigrantes y hombre de mundo, Sean Scully siempre ha dejado que sus viajes calaran hondo en su pintura. Su primera visita a Marruecos en 1969 fue clave para el abandono de la figuración de sus inicios y la adopción de la geometría. Fascinado por la ornamentación de las vidrieras y las telas islámicas, en las que manda la repetición, el ritmo, el color y la luz, Scully se lanzó a pintar obras con líneas geométricas perfectas realizadas con la ayuda de tiras adhesivas.

A raíz de su llegada a Nueva York en 1975, su obra se mimetiza con los cánones del minimalismo del momento. Se «despojó de todo» y el color se redujo a cero, como podemos ver en el arranque de la exposición, donde se expone por primera vez la serie de ocho grandes lienzos «Cream Grey» (1977), traídos desde su estudio de la Gran Manzana. Esta sección incluye otra pieza importante, «Black on Black» (1979), representativa de la importancia que ha tenido siempre para Scully –igual que lo tenía para su admirado Matisse- el color negro.

La muestra avanza hacia los años ochenta, la década de la ruptura con los encorsetamientos del minimalismo. De nuevo a raíz de un viaje, esta vez a México, el artista irlandés empieza a pintar del natural y se libera de las tiras adhesivas para empezar a delinear la superficie del cuadro a mano alzada. Esta licencia expresionista, junto con la decisión de comenzar a hacer referencias a objetos reales en los títulos de sus cuadros, fue muy criticada por sus compañeros de generación. A pesar de ello, Scully continuó por ese camino en los años noventa, en los que reaparece la obsesión por Marruecos a raíz de un segundo viaje. Finalmente, el recorrido expositivo culmina con dos pinturas recientes de la serie «Landline», basadas en el horizonte del cielo y el mar.

El equilibrio entre la gestualidad del expresionismo abstracto y la disciplina del minimalismo hizo despuntar a Scully, a pesar de la incomprensión que sufrió al principio. A día de hoy, su misión sigue siendo la misma de entonces: «Quiero reconectar al público con la abstracción, sacarla de su aislamiento y que el espectador experimente una sensación directa relativa al mundo real».

Sus influencias también siguen siendo las mismas: Matisse, Rothko, Mondrian y Paul Klee («Hay un aspecto excéntrico en él, una manera de dotar a la línea de misterio, que ha sido muy importante para mí», explica).

Tomasko, abstracción melancólica

La retrospectiva de Scully en la sala de la Fundación Bancaja da paso a la de Tomasko, que abarca dos décadas de trabajo. Comparada con la monumentalidad plúmbea de los cuadros de Scully, los de la artista suiza transmiten ligereza y melancolía. Su proceso creativo –que podemos comprender a través de una pieza de videoarte incluida en la exposición- comienza con fotografías tomadas con cámara polaroid en su entorno más íntimo; camas, cojines, colchones, cortinas que la propia artista ha apilado previamente formado una especie de «soft sculptures» (esculturas blandas). Después, las imágenes se trasladan a la pintura en una serie de obras que buscan la tercera dimensión, y en los últimos años tienden a una abstracción de curvas, colores vibrantes y técnicas que emulan el desenfoque fotográfico. La suya es, en palabras del comisario, «una pintura más de ausencias que de presencias. El ser humano no está, pero se le presiente».

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