«El beso», una de las obras de Rodin expuestas en el Gran Palais
«El beso», una de las obras de Rodin expuestas en el Gran Palais - EFE

Rodin, el escultor del erotismo del cuerpo y el tormento del alma

El Grand Palais de París dedica una gran retrospectiva a uno de los fundadores de la escultura contemporánea, con más de 200 obras que «dialogan» con las de otros artistas como Picasso o Giacometti

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El Grand Palais inaugura este fin de semana su magna retrospectiva consagrada al centenario de Auguste Rodin (1840-1917), uno de los patriarcas fundadores de la escultura contemporánea, cuyo legado continúa ejerciendo una influencia significativa en todas las disciplinas artísticas. Más de doscientas esculturas, pinturas, dibujos, fotografías de Rodin «dialogan» con una selecta colección de obras de otros grandes maestros, como Bourdelle, Brancusi, Picasso, Matisse, Giacometti, Beuys y Balelitz. El cuerpo humano, desnudo, quizá sea uno de los motivos centrales de una obra descomunal, de la reflexión más espiritual y filosófica al abrazo amoroso más tórrido.

Catherine Chevillot, directora del Museo Rodin, especialista emérita, ha concebido una retrospectiva global, que permite seguir descubriendo los vertiginosos laberintos de una obra que no dejó de crecer y ramificarse sin olvidar nunca sus raíces, roturando sin cesar los fértiles campos del arte que llegaba y continúa floreciendo.

El primer Rodin es un artista clásico. Un siglo más tarde, sus revelaciones carnales continúan «dialogando» con artistas como el fotógrafo Robert Mapplethorpe o el pintor y grabador Georg Baselitz, entre muchos otros. Entre esos extremos radicales, toda la obra de Rodin florece de un diálogo íntimo, apasionado, con la materia más carnal (comenzando por el cuerpo desnudo de la mujer) y su representación plástica, en papel, en piedra, en fotografía.

La relación íntima, turbadora y trágica, entre Rodin y Camille Claudel -su colaboradora, musa, modelo y amante- ha sido objeto de muchos y grandes estudios. Sigue siendo una de las fuentes esenciales de la obra del escultor. Fue una relación crucial para ambos. Ella, hermana de Paul Claudel, el poeta católico, se entregó en cuerpo y alma, para convertirse en heroína y mártir de la fascinación de Rodin por el mar sin orillas de la silueta y la intimidad femenina.

Hubo otras mujeres y modelos en la obra de Rodin. Los estudios consagrados a la obra erótica del escultor, en mármol y papel, recordaron hace años que Rodin descubría en la intimidad femenina más turbadora «el origen del mundo», título de una obra legendaria de Gustave Courbet. Tema esencial que Marcel Duchamp retomaría en su obra última, «Étant donnés». Desde otro ángulo, buena parte de la obra de Henry Moore y el primer Chillida prolongaron a su manera las revelaciones esenciales de Rodin, contemplando en primer plano el cuerpo arrodillado, tendido, en pie o recluido en sí mismo, en el lecho, de una mujer siempre distinta y única.

A partir de esa matriz, la fecundidad creadora de Rodin toma muchos otros caminos. La escultura de historia («Los burgueses de Calais»), el retrato «épico» («Balzac»), el retrato «filosófico» («El Pensador»), la alegoría mítica, la exploración, siempre, de la silueta humana, «medida» y «geometría» seminal de la creación, prolifera de manera majestuosa con una pasión siempre intacta.

Sus contemporáneos y primeros discípulos (Bourdelle) intentaron «seguir» a Rodin. Los nuevos creadores que llegaban (Picasso, Matisse) intentaban comprender y aprender. Las generaciones posteriores (Brancusi) frecuentaron encantadas nuevos territorios por descubrir.

Como otros grandes escultores (Josep Clara, Pablo Gargallo, Julio González, entre muchos otros), Rodin fue un dibujante excepcional. Sus dibujos íntimos, con una tendencia palmaria a la «instantánea» del cuerpo femenino, «anuncian» o «dialogan» con la escuela de los gigantescos dibujantes de la Viena de Wittgenstein, Mahler, Egon Schiele y Gustav Klimt, sus contemporáneos algo más jóvenes.

Con una pasión rara, todavía, entre los creadores de su generación, Rodin utilizó la fotografía como recurso creativo y «herramienta» de trabajo, fascinado, así mismo, como gran coleccionista, que llegó a guardar varios millares de fotografías y negativos, propio y ajenos. Cuando los grandes fotógrafos del fin de siglo intentaban conseguir para sus creaciones el estatuto del gran arte, sin conseguirlo, siempre, Rodin no ocultaba su fascinación personal por la obra de jóvenes maestros de la disciplina emergente. La relación entre Rodin y Edward Steichen abrió terrenos inexplorados hasta entonces del diálogo siempre actual escultura y fotografía. Pintores / fotógrafos como Stephen Haweis hicieron el viaje Nueva York / París para fotografiar la obra escultórica de Rodin.

A través de las fotos de Steichen, descubiertas en Nueva York por Alfred Stieglitz, Rodin es contemplado a una luz definitivamente contemporánea. Cuando Stieglitz fotografía a la pintora Georgia O’keeffe en la intimidad erótica más turbadora, los retratos de Rodin y sus modelos son un antecedente palmario. La huella de Rodin en el Pictorialismo -el movimiento que dio un nuevo rumbo a las relaciones de la fotografía y la pintura- es igualmente significativa.

Mucho más reciente, un fotógrafo como Robert Mapplethorpe, sensible a los tormentos más crudos del alma y el cuerpo humano, ha podido contemplar a Rodin desde su perspectiva más negra, oscura. Sin duda, el escultor contempla sin cesar la dimensión seminal, floral, gozosa, del cuerpo humano. Pero, tras el esplendor de los cuerpos en flor, alumbrando la creación, el escultor también descubre, en muchas ocasiones, tormentos atroces, pasiones insatisfechas. «La puerta del Infierno» es el título de un grupo escultórico célebre, creado ¿a dúo? por Rodin y Camille Claudel. Inspirándose en Dante y Baudelaire, los amantes crearon una obra donde la historia, la pasión y la tragedia se confunden en un enigmático monumento.

La retrospectiva del Grand Palais permite al gran público cosmopolita adentrarse por ese fabuloso jardín de caminos que se bifurcan en muchas direcciones. Rodin era y es un clásico. Pero sus huellas perduran en buena parte del arte del siglo XX. Robert Mapplethorpe descubrió en Rodin una épica del cuerpo humano deambulando errante en la gran ciudad. Dolorido e invicto; como nosotros.

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