Una mujer fotografía uno de los cuadros de Magritte incluidos en la exposición
Una mujer fotografía uno de los cuadros de Magritte incluidos en la exposición - Afp

El Pompidou revisa la obra de René Magritte, uno de los pilares del surrealismo

El museo parisino reúne dos centenares de obras maestras del célebre pintor belga

Corresponsal en París Actualizado: Guardar
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Retrospectiva muy ambiciosa, «Magritte: la traición de las imágenes» se propone revisar en el Centro Pompidou de París el puesto de René Magritte (1898-1967) en la historia general de la pintura moderna, al mismo tiempo que participa en un majestuoso proceso de revisión de los cánones establecidos con la difunta tradición de las vanguardias. Didier Ottinger, comisario de la exposición, ha reunido dos centenares de obras maestras, celebérrimas, en muchos casos, que permiten al gran público y a los especialistas una revisión de toda la obra del gran creador, uno de los pilares de la historia del arte surrealista.

En su introducción al catálogo de la exposición, Ottinger inicia el proceso de revisión de la obra de Magritte estableciendo un paralelismo indispensable con la obra capital de Marcel Duchamp: «Magritte pintó “La traición de las imágenes” entre 1928 y 1929.

Se trata, en cierta medida, de un manifiesto. La obra “representa” una “pipa”. Pero, en verdad, el artista nos está diciendo otra cosa: “Esto no es una pipa”. Si Duchamp hizo su crítica de la pintura tradicional, en parte, con recursos no pictóricos, Magritte somete a las imágenes tradicionales a una reflexión crítica, radical e intransigente».

Nuevo rumbo

Entre Magritte y Duchamp, entre otros creadores esenciales, la pintura y el arte de nuestra civilización toman un nuevo rumbo, parcialmente oculto por la difunta tradición de las vanguardias. Desde los tratados griegos y romanos, el arte había sido, en buena medida, «imitación de la naturaleza». Leonardo abrió nuevas vías, insistiendo en que, en verdad, la pintura es «cosa mental». En el caso de Magritte, esa «cosa mental» viene de Lautréamont y Giorgio de Chirico. Cuando Magritte descubre, en 1924, el «Canto de amor» (1914) de Giorgio de Chirico, esa belleza turbadora e inquietante comienza a roturar nuevos rumbos para la historia del arte, muy alejados de los convencionalismos vanguardistas.

Sin duda, Dadá y el surrealismo tienen el puesto fundacional que tienen. Y la obra de Magritte se inscribe en el magno legado de ambas vanguardias históricas. Tras los fuegos de artificios vanguardistas, Duchamp y Magritte, entre otros, claro está, roturan los surcos de una tierra virgen que ellos fecundan y siembran. Ambos reinstalan el sexo y la geometría del cuerpo femenino, desnudo, en el origen último y el misterio de la creación.

Desde Courbet sabíamos que el sexo de la mujer es «El origen del mundo» (1866). «Étant donnés» (1946-1966), de Duchamp, instala el sexo femenino en la matriz misma de la creación. En «La lumière des coincidences» (1933), entre muchos otros desnudos de Magritte, la geometría olímpica del cuerpo de la mujer es un espejo de la geometría de la bóveda celeste: la geometría de la creación y la geometría del cuerpo femenino iluminan el origen de un mundo que vendrá, a través del alumbramiento y las semillas del gran arte.

Espejismos y misterios

Nacido en el seno de una familia modesta, René Magritte (1898-1967) comenzó una carrera convencional, como artista de formación académica. Hasta que el descubrimiento de Giorgio de Chirico y el movimiento Dadá dieron a su obra el rumbo definitivo, para convertirse pronto en uno de los pilares del surrealismo belga, francés, internacional.

Magritte abandonó pronto los «automatismos» y «originalidades» del primer surrealismo y recurre a la pintura «tradicional» para mejor subrayar los espejismos, misterios, falacias, revelaciones de una realidad que es «otra»: instalado en el más convencional de los estudios, el pintor se divierte descubriéndonos que todo eso que contemplamos son puros espejismos… sus obras descubren otras realidades, la arquitectura onírica de un mundo nuevo, más limpio, más bello y más justo.

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