Huida del Rey Gradlon, que abandona a su hija ante la solicitud de San Guenole, por E. V. Luminais, 1884
Huida del Rey Gradlon, que abandona a su hija ante la solicitud de San Guenole, por E. V. Luminais, 1884

La leyenda de Ys, la ciudad celta tragada por las aguas que recuerda a París y sus inundaciones

Claude Debussy se inspiró en el mito bretón de Ys para componer «La catedral sumergida», un preludio que describe los sonidos fantasmagóricos del templo anegado

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Las imágenes que estos días llegan de Francia, y en especial de París inundada hacen recordar una vieja leyenda celta de origen bretón, que habla de una ciudad que desapareció tragada por las aguas de la costa atlántica francesa. Se trata de la ciudad de Ys, la más bella que jamás existió, un modelo, según el mito, hasta que vio cumplido su destino y se vio anegada, desapareciendo bajo el mar por sus pecados.

Como todo buen mito tiene varias versiones, algunas con más elementos cristianos que otras, dependiendo de las costas del mundo celta que relaten el episodio, pero los elementos centrales se repiten. Un rey guerrero, Gradlon, dominaba las aguas norteñas con puño de hierro y una flota considerable.

Durante años de batallas acumuló riquezas sin cuento y agotó a sus tropas en un continuo batallar.

Hubo una rebelión, y según algunas versiones, el rey, abandonado por sus hombres, que huyeron con sus barcos, comenzó un romance con la reina del norte, Malgven, que le convenció para asesinar a su esposo. Ambos tuvieron rápidamente una hija, Dalhut, mientras emprenden un viaje tratando de volver al reino de Gradlon.

Cuando Dalhut creció, adquirió fama y belleza irresistibles, pero también cultivó un carácter caprichoso e intemperado. Un día pidió a su padre que le construyera una ciudad: esa fue Ys, en la costa de Bretaña. Una ciudad de piedra cerrada por altos muros y, según algunas versiones, construida bajo el nivel del mar o en la misma orilla... Por todo ello, ya se masca la tragedia...

Pronto la hermosa ciudad de la bella princesa comenzó a caer en el pecado, ya que la propia Dalhut organizaba fiestas y nuevos excesos cada noche. Elegía y mataba a sus amantes a diario. Hasta que llegó el día en el que el mar se enfureció y enterró la ciudad, una ola enorme saltó por encima de los muros y la borró de un plumazo. El rey y su hija trataron de escapar a lomos de su corcel, que a duras penas podía con los dos. En esas estaban, con los cascos del caballo huyendo de las olas cuando San Guenole apareció en la orilla -un motivo sincrético de los tiempos de la evangelización de las tierras celtas- y le ordenó al rey que dejara a su hija atrás.

La joven cayó del caballo y se convirtió en espuma de mar, en el mismo lugar en el que estaba la ciudad. La leyenda añade que en determinados días, después de las tormentas o en fechas señaladas se puede escuchar bajo las aguas el tañido espectral de las campanas de la antigua catedral de Ys.

La memoria celta de Bretaña esconde una atávica advertencia en este cuento, no lejano de cierta sed de venganza. Porque la leyenda también recoge que la ciudad más bella del mundo renació tierra dentro, en París -un nombre que significaría «igual que Ys» en lengua vernácula-. Esa versión del mito amenaza con una profecía: cuando París sea, un día, engullida por las aguas, resurgirá la esplendorosa Ys y la venganza estará completa. Por eso vibra y viene a cuento esta vieja leyenda celta cada vez que el Sena inunda la ciudad de la Luz...

El mito ha llegado a nosotros, además de por el folclore, porque aparece desde mediados del siglo XIX en diversas fuentes, sobre todo musicales, como la ópera «Le Roi de Ys» de Edouard Lalo y especialmente en el célebre y bellísimo preludio de Claude Debussy, titulado «La cathédrale englouté».

Curiosamente, este preludio vio la luz en 1910, el año de la gran inundación de París , y sin duda los sonidos espectrales arrancados al piano debieron impresionar a la audiencia que había visto muy poco tiempo antes con angustia sus casas y sus calles anegadas. Barrios enteros se habían evacuado mientras en las zonas altas como Montmartre la ciudad seguía de fiesta. El gran compositor impresionista recreó en esa pieza una resonancia fantasmagórica utilizando a la vez las teclas más graves y las más agudas del piano. Además, cobra presencia la escala de tonos enteros, que había descubierto Debussy en la exposición universal de 1889, al interesarse por las músicas orientales llegadas a la ciudad del Sena. De hecho fue el primer autor que supo atravesar ese puente de culturas musicales.

En alguno de sus pasajes, la mano izquierda del pianista acaricia las teclas de forma que resuenan las fantasmagóricas campanas de una ciudad de Ys, y podemos escuchar la reverberación de la ciudad ahogada.

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