Doce fotógrafos reinterpretan el Prado en su bicentenario

Obras de Vallhonrat, Madoz, García-Alix, Fontcuberta, Isabel Muñoz o Ballester cuelgan en el museo

De izquierda a derecha, Isabel Muñoz, Javier Vallhonrat, Pierre Gonnord, Pilar Pequeño, José Manuel Ballester, Joan Fontcuberta, Alberto García-Alix y Aitor Ortiz, ayer en el Museo del Prado IGNACIO GIL

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Arrancan las actividades del bicentenario del Prado con una exposición en la que doce fotógrafos contemporáneos españoles reflexionan sobre el museo y su colección. Es una iniciativa de la Fundación Amigos del Museo del Prado y continúa la línea argumental de dos muestras celebradas en 1991 y 2007, en las que una docena de artistas (hombres en la primera y mujeres en la segunda) dialogaban con los fondos de la pinacoteca. Advierte Miguel Falomir , director del museo, que el Prado «siempre ha estado abierto al arte contemporáneo desde su fundación. Ha dado aliento y ha sido inspiración para muchos artistas. Sin el Prado sería difícil entender la evolución del arte occidental».

Francisco Calvo Serraller , exdirector del Prado y comisario de la exposición, ha hecho la selección siguiendo dos criterios: que fueran fotógrafos muy representativos desde el punto de vista histórico (todos nacieron entre las décadas de los 40 y los 70) y que trabajaran con géneros muy diversos. Confiesa que está muy satisfecho por el entusiasmo y entrega de todos ellos, que han hecho «un trabajo excelente». Cada uno presenta dos fotografías. Tienen una tirada de 40 ejemplares.

«Sala principal», de José Manuel Ballester. Detalle MUSEO DEL PRADO

Ocho de los artistas acudieron ayer a la presentación y pudieron explicar sus proyectos. José Manuel Ballester (Madrid, 1960) ha optado por continuar su serie «Espacios ocultos», en los que vaciaba célebres obras de arte, eliminando sus personajes. En este caso el vaciado es doble: no solo ha vaciado «Las Meninas» , sino también la sala XII, donde se exhibe. «El Prado ha sido mi gran taller de aprendizaje. Compensé con este museo mi frustración en la Facultad de Bellas Artes», comenta Ballester. La segunda imagen seleccionada es uno de los espacios del Salón de Reinos, aún en ruinas. «Va a convertirse en un gran laboratorio de experimentaciónr», dice el fotógrafo.

Insolente juventud

Pierre Gonnord (nacido en Cholet, Francia, en 1963, vive en Madrid desde 1988) hace un guiño al hecho de que el edificio de Villanueva estaba destinado en su origen a acoger un Museo de Historia Natural. Por un lado, retrata a Christopher , un chico austriaco con jersey azul que llamó su atención mientras contemplaba «El Lavatorio» de Tintoretto. Le pareció muy interesante. Junto a él, el retrato de una corneja disecada que parece viva. «Es la juventud insolente que te reta y un pájaro inteligente al que no se suele valorar pero que yo retrato como algo muy preciado», advierte Gonnord.

«San Hermenegildo», de Isabel Muñoz MUSEO DEL PRADO

Para Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) , el Prado «es una fuente de inspiración». De su colección se fijó, especialmente, en la pintura barroca, las ascensiones a los cielos, crucifixiones y éxtasis de los santos pintados por Herrera el Mozo, Ribera, Valdés Leal... La fotógrafa se sumerge en el agua para retratar, a través de dos bailarines, sus particulares «San Hermenegildo» y «La Ascensión». En ellos hay una mezcla de misticismo, sensualidad, soledad, meditación ... «Sientes bajo el agua una sensación de placer e ingravidez. Hay un hilo muy fino entre el dolor y el éxtasis». Isabel Muñoz agradeció a Miguel Falomir que la fotografía esté en el Prado.

«Sin título», de Alberto García-Alix MUSEO DEL PRADO

Alberto García-Alix (León, 1956) es un tipo duro que no tiene pudor en confesar que sintió una gran emoción –incluso estuvo al borde de las lágrimas– paseando a solas por el Prado. «Para mí fue un redescubrimiento lo modernos que son todos los pintores». Su primera intención fue hacer un trabajo sobre el Imperio español, pero finalmente quedó atrapado (¿y quién no?) con el «Descendimiento» de Van der Weyden :«Me fascinó, no podía dejar de mirarlo», dice.

Homenajes

Para Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) la visita al Prado supuso «una explosión de ideas. Tenía estímulos de sobra, no sabía cuáles descartar». Lleva tiempo visitando museos y archivos buscando imágenes enfermas, deterioradas: «¿Padecen las imágenes? Sí, las hay que sufren». Su elección fue el grafoscopio de Laurent : la vista panorámica continua de la galería central del Prado que hizo el fotógrafo francés entre 1882 y 1883. «Inventó el Google Street View», bromea. Como Laurent, Fontcuberta fotografía la epidermis, la piel de la imagen, con sus cicatrices por el paso del tiempo. «Este trabajo es un homenaje al arte español, a Saura, Millares, el grupo El Paso, a la fotografía, al Prado, al grafoscopio, y a los 50 años de Mayo del 68», comenta.

Javier Vallhonrat (Madrid, 1953) recuerda el impacto y la emoción que le causaron las obras del Prado cuando lo visitó por primera vez: los cielos de Velázquez, los azules de Patinir... y, cómo no, Goya. A modo de collage, el fotógrafo, que trabaja habitualmente con la naturaleza, solapa fragmentos de paisajes de obras de la colección del museo, creando una mezcla entre ficción y realidad. Aitor Ortiz (Bilbao, 1971) suele trabajar con arquitecturas. En este caso se ha centrado en las salas de exposiciones temporales, que retrata vacías, para dignificarlas: «La carga simbólica e histórica del Prado es muy fuerte y era preciso coger cierta distancia». Por su parte, Pilar Pequeño (Madrid, 1944) se ha centrado en los bodegones del Siglo de Oro español y flamenco, en sus geniales juegos de reflejos y transparencias.

«Salmonetes», de Javier Campano MUSEO DEL PRADO

A ellos se suman Chema Madoz (con unas poéticas imágenes en las que los marcos de los cuadros se convierten en escuadras y cartabones), Cristina de Middel (superpone retratos de miembros de una misma dinastía creando una especie de monstruos), Bleda y Rosa (se centran en los retratos ecuestres de Carlos V, de Tiziano, y Fernando de Austria, de Rubens) y Javier Campano (sus salmonetes y perdices son un homenaje a los bodegones de Sánchez Cotán y Bartolomé Montalvo).

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