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Picasso escultor, emperador de la eterna reinvención

Exposición monumental en el MoMA que reivindica al genio malagueño por su revolución escultórica, que fue tan influyente como la pictórica

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Lo primero que se ve al visitar la retrospectiva de las esculturas de Pablo Picasso que el MoMA inaugura el próximo lunes son las esculturas en hojas de metal que el artista malagueño ejecutó al final de su vida. Es un espacio espectacular, con una pared de ventanales que miran al jardín del museo y que transforman estas esculturas casi planas en marionetas de sombras chinescas contra un escenario por el que se cuelan los rascacielos de Manhattan.

Se supone que esta es la última galería de una muestra que organiza la producción escultórica de Picasso en orden cronológico. Pero no importa empezar por el final. «Muchas veces a lo largo de la exposición es difícil creer que sea el mismo artista cuando cambias de sala», explicaba ayer Ann Temkin, comisaria jefe para pintura y escultura del museo, que ha organizado la muestra junto a las comisarías Anne Upland -también del MoMA- y Virginie Perdrisot, del Musée National Picasso-Paris.

Esa es una de las sensaciones que deja la visita a la exposición, que estará abierta hasta el 7 de febrero del año que viene. Picasso tenía tan poco miedo a la innovación y al experimento, que desarrolló conceptos escultóricos radicalmente diferentes. Quizá incluso experimentó con más fiereza que en la pintura, como razonó el director del museo, Glenn Lowry: «Como pintor, tuvo que esforzarse en desaprender una disciplina. Como escultor, sin formación académica, fue mucho más fácil olvidarse de la tradición».

La muestra se abre con una pequeña escultura -«Mujer sentada»-, la primera de Picasso, realizada en Barcelona, cuando el malagueño todavía no se había establecido en París. A su llegada a la capital francesa, no dejó de moldear figuras, pero su visita al Museo Etnográfico del Trocadero en el verano de 1907, animado por su amigo André Derain, facilitó el primer bandazo en sus esculturas -además de cambiar el curso de la pintura con «Las señoritas de Avignon»-: Picasso empezó a experimentar con la talla en madera, de la que arrancó figuras totémicas y volúmenes fracturados en piezas como «Cabeza de mujer», que anticipaban el cubismo. Esa escultura, adquirida por el fotógrafo estadounidense Alfred Stieglitz, atravesó por primera vez el charco para formar parte de la exposición legendaria del Armory Show de Nueva York, en 1913, donde EE.UU. se dio de bruces con la vanguardia europea.

Desde 1909 hasta 1912, Picasso abandonó la escultura. Fue uno de los muchos hiatos a los que condenó las tres dimensiones durante su vida. Pero esos descansos también sirvieron para regresar con conceptos siempre distintos. «La escultura de Picasso representa, en el extremo, la reinvención que caracterizó su trabajo en todas las disciplinas», explican las comisarías.

En otoño de 1912, regresó con obras en cartón como la versión tridimensional de las guitarras cubistas que ejecutó en pintura. Fue un momento de experimentación pura, en la que Picasso se dio cuenta que no necesitaba herramientas o materiales especiales para crear esculturas: alambres, cuerdas, trozos de papel, latón o retales de madera podían ser pegados, grapados o clavados para crear montajes.

Las idas y venidas a la escultura se recogen en cada sala, que muestra la producción en los diferentes estudios que el artista mantuvo: sus trabajos a finales de los años 20 para crear un monumento al poeta Guillaume Apollinaire -sus propuestas fueron rechazadas, pero dispararon su creatividad-; las enormes cabezas, femeninas y fálicas a la vez, que abordó cuando dispuso de un estudio amplio en el castillo de Boisgeloup; sus innovaciones con yeso y objetos encontrados en los años 30 -vivió a medio camino del arte y la vida mucho antes que Robert Rauschenberg-; su reacción a la guerra con obras como «Cabeza de muerte»; o la frenética producción en metal en la etapa final de su carrera.

«Pintar como los pintores del Renacimiento me llevó unos años. Pintar como los niños me llevó toda la vida», dijo en alguna ocasión Picasso. En la escultura, fue un niño de principio a fin.

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