«Autorretrato ante fondo en dos colores» (1904), de Edvard Munch
«Autorretrato ante fondo en dos colores» (1904), de Edvard Munch - efe
Los Paisajes del arte

Tras los pasos de... Edvard Munch

Oslo fue la ciudad donde desarrolló la mayor parte de su trabajo y donde se hallan las obras maestras del pintor noruego más famoso del mundo, que este otoño protagonizará importantes exposiciones en Ámsterdam y en el Museo Thyssen de Madrid

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Con sus más de 640.000 habitantes, es la ciudad de los atardeceres eternos (la luz apenas desaparece hora y media al día), de los fiordos, los vikingos... y de Munch. Pero, en vida del pintor noruego más célebre de todos los tiempos, su nombre no era Oslo, sino Kristiania. Fue en la colina Ekeberg, desde la cual hay una preciosa vista del fiordo de Oslo, donde Edvard Munch tuvo una revelación casi divina que dio origen a uno de los cuadros más famosos del mundo: «El grito».

Así lo explicaba el artista: «Me encontraba paseando con dos amigos. El sol comenzó a ponerse. De pronto el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve sintiéndome agotado y me apoyé sobre la valla.

Lenguas de fuego y sangre se extendieron sobre el fiordo negro azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron caminado. Yo permanecí allí temblando de ansiedad y sentí un grito interminable que atravesaba la naturaleza». «El grito» se ha convertido en símbolo de la angustia del hombre moderno. Munch vivió rodeado de dolor y muerte: su madre falleció siendo él un niño, su hermana Sophie, a los 15 años; él era alcohólico y sufrió constantes alucinaciones y crisis nerviosas (a los 48 años estuvo internado ocho meses en un psiquiátrico de Dinamarca).

Una placa en un punto de Ekeberg (se puede llegar en bus o tranvía) recuerda que allí se gestó el mítico lienzo. No «in situ», porque Munch nunca pintaba lo que veía, sino lo que había visto. La colina acoge hoy un parque de esculturas, un restaurante con unas vistas inmejorables, senderos para pasear, un mirador... De las cuatro versiones que pintó de «El grito», tres están en Oslo. La cuarta fue adquirida en 2012 por Leon Black en una subasta por casi 120 millones de dólares. Dos se hallan en el Museo Munch, donde comenzamos nuestro recorrido, tras dejar atrás Ekeberg. Acoge una exposición donde Munch se mide con Van Gogh, que en septiembre viajará a Ámsterdam. El museo noruego prestará al Thyssen 40 de las 80 obras del pintor que se verán, a partir del 6 de octubre, en la monográfica que le dedicará el museo madrileño.

Pero le quedan los días contados al actual Museo Munch, inaugurado en 1963 y que atesora el impresionante legado del pintor. En 1940, cuatro años antes de morir, y pese a que su relación con esta ciudad tan conservadora fue siempre muy compleja, donó a Kristiania 1.106 cuadros, 15.391 grabados, 4.443 dibujos, 6 esculturas, y 15.000 objetos (biblioteca, archivo, muebles). Con los años se acometieron varias ampliaciones en el museo, que han resultado insuficientes para acoger un tesoro de tal envergadura (es la mayor colección del mundo de un artista). La seguridad quedó en entredicho cuando el 22 de agosto de 2004 unos ladrones robaron a punta de pistola dos obras maestras de Munch: «El grito» y «Madonna». Dos años después se recuperaron.

Finalmente, se decidió convocar un concurso internacional para crear un nuevo Museo Munch, que en 2009 ganó el estudio del arquitecto español Juan Herreros. Debía haberse inaugurado en 2013, en el 150 aniversario del nacimiento del artista, pero ha sufrido constantes retrasos. Tras superar numerosos escollos (no fue fácil aprobar su altura de 55 metros, distribuida en 13 plantas), en agosto comenzarán las obras, seis años después. Junto a Herreros y su socio Jens Richter trabaja un equipo de un centenar de personas de una veintena de disciplinas. El centro, que se inaugurará en 2019, se halla en la península de Bjørvika, al borde del fiordo y junto al río Akerselva, muy cerca del impresionante edificio de la Ópera. Obra del estudio noruego Snøhetta, semeja un iceberg quebrándose, en mármol de Carrara, que costó la friolera de 530 millones de euros.

Se especuló con que el edificio de Herreros competía con él y le haría sombra, algo que niega el arquitecto español, con quien tenemos un encuentro en Oslo: «Hemos recibido mucho apoyo, incluso por parte de los arquitectos de la Ópera. Hubo una manifestación ciudadana con antorchas a favor del proyecto. Es un edificio silencioso, que cumple todas las exigencias energéticas y de sostenibilidad medioambiental. Será el nuevo faro de la ciudad, un transatlántico varado que hace una reverencia a la Ópera». Ambos edificios dibujarán el nuevo skyline de Oslo. «Desde él se podrá descubrir la ciudad vikinga y medieval, pero también la del XIX, el XX y el XXI», añade Herreros. Junto al museo se construirán 300 viviendas, un hotel, oficinas, comercios...

Volvemos tras los pasos de Munch por la ciudad. En el popular barrio de Grünerløkka, al noreste de Oslo, donde creció Munch, quedan en pie algunas de las casas en las que vivió, aunque no están abiertas al público. Hacemos un alto para admirar la iglesia románica Gamle Aker, del siglo XI, que el pintor inmortalizó en una de sus primeras pinturas. Muy cerca, el cementerio, donde Munch está enterrado. Un busto del pintor preside su tumba, siempre rodeada de turistas y curiosos.

En la calle principal de la ciudad, Karl Johan, que suele estar muy animada, se halla el Café Central, que fue a principios del siglo XX un célebre lugar de encuentro de artistas, pensadores, escritores... Allí se reunían los llamados Bohemios de Kristiania, un grupo que promovía el amor libre capitaneado por Hans Jaeger, al que pertenecían Munch, su maestro el pintor Christian Krohg, el escritor Henrik Ibsen... Siempre se sintió muy bien rodeado de escritores. En París fue amigo de Mallarmé y Strindberg. La calle Karl Johan, al fondo de la cual se alza el Palacio Real, fue pintada por Munch en muchas ocasiones. En ella está el Aula Magna de la Universidad para el que el artista recibió uno de sus encargos más ambiciosos: pintó, entre 1909 y 1916, once paneles que ocupan una superficie de 223 metros cuadrados. Preside la sala «El sol».

Ekely, su último refugio

En una calle anexa se halla la Galería Nacional, principal pinacoteca de la ciudad. La sala 19 está dedicada en exclusiva a Munch. Es una especie de capilla donde cuelga una docena de obras maestras: versiones de «El grito», «Madonna», «Chicas en el puente», «La niña enferma»... Al oeste de Oslo se halla Ekely, un barrio muy bucólico con unas viviendas con amplios ventanales que son alquiladas solo a los artistas. Allí compró Munch en 1916 una casa y levantó varios estudios de verano al aire libre y otro de invierno. Tan solo este último se encuentra hoy en pie. No abre al público habitualmente. Allí vivió y trabajó hasta su muerte en 1944, a los 80 años. En la ciudad también se puede visitar la galería Blomquist (hoy una casa de subastas), que organizó importantes exposiciones de Munch. Y Villa Stenersen (residencia de Rolf Stenersen, mecenas de Munch, a quien encargó retratos familiares). No acoge obras originales del artista.

Fuera de Oslo hay otros lugares en Noruega relacionados con el pintor. De Løten (donde Munch nació en 1863), a Asgardstrand (pequeño pueblo pesquero al oeste del fiordo de Oslo, donde compró en 1898 una pequeña cabaña de pescadores). Allí halló inspiración para muchas de sus pinturas, pero también se produjo un extraño accidente. Estando Munch con su prometida, Tulla Larsen, fue herido en la mano izquierda de un disparo. En Hvitsten compró una casa en 1910 (allí pintó paisajes y escenas marítimas) y en Kragerø, otro pueblo costero del fiordo de Oslo, pasó largas temporadas. De 1913 a 1916 también vivió en la isla de Jeløya, donde alquiló una granja. Siete de sus obras adorn an las paredes de un restaurante con el nombre del pintor.

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