Fotografía perteneciente al fondo recuperado por la Casa de la Imagen de Logroño
Fotografía perteneciente al fondo recuperado por la Casa de la Imagen de Logroño - ABC
Exposición Fotográfica en Madrid

«Nunca más», el horror de la Primera Guerra Mundial como algo cotidiano

Hasta el 12 de diciembre el Consulado de Francia en Madrid acoge una exposición con imágenes inéditas, que un fotógrafo español descubrió por casualidad en Tánger hace pocos años

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Blanco cielo, ese que Stanley Kubrick usó para vestir «Senderos de gloria». Ese blanco que, detrás de las ruinas que dejan los edificios machacados por las bombas, detrás del paisaje desnudo del invierno alemán, detrás de los vehículos mecanizados inventados para matar hombres o para cavar las trincheras que sepultaron a esos hombres, inunda el cielo trémulo de las fotografías que el capitán Givord realizó durante la Primera Guerra Mundial. «Nunca más», grito del pueblo francés al final de la contienda, es el nombre de la exposición que el Instituto Francés de Madrid, junto a la Casa de Velázquez, dedican a un archivo fotográfico francés que permaneció durante medio siglo extraviado en Tánger.

En 2003, el fotoperiodista Pablo San Juan se encontró por casualidad en un anticuario de Tánger con varias cajetillas de madera que eran el objetivo preferente de insectos y roedores.

Un vendedor local le había remitido a aquel lugar para conseguir fotografías viejas a bajo coste. Y ese era el contenido de la caja, 50 placas de vidrio con imágenes de lo que parecía la Primera Guerra Mundial. Sin conocer todavía la historia detrás de los negativos, Pablo San Juan contactó con su amigo Jesús Rocandio –un fotógrafo riojano responsable de la Casa de la Imagen de Logroño– que le recomendó insistentemente hacerse con toda la colección. Un archivo de medio millar de negativos acompañado de información sobre donde fue tomada cada foto.

Las imágenes de la colección, además, contaban con la excepcionalidad de que fueron hechas con la técnica estereoscópica. Una tecnología muy popular en esa época, que permitía obtener fotografías dobles, correspondiente una a cada ojo, para imprimir un efecto de profundidad parecido a lo que hoy entendemos como 3D.

Restauradas y digitalizadas por la Casa de la Imagen de Logroño, 45 de estas fotografías han sido cedidas para la exposición que, hasta el próximo 12 de diciembre, se puede visitar en el Consulado de Francia en Madrid (C/ Marques de la Ensenada, 10), dentro de los actos franceses en conmemoración del Centenario de la Primera Guerra Mundial (1914-2014).

La catástrofe como algo cotidiano

El capitán Pierre-Antoine Henri Givord ejerció como oficial en el servicio de abastecimiento francés durante la Primera Guerra Mundial, lo cual le permitía estar presente antes y después de las batallas. Con su cámara Verascope Richard, que en la exposición está presente en un modelo exacto, este capitán francés retrató el reguero de destrucción que la guerra dejaba tras de sí. No en vano, Givord no era periodista, ni buscaba reconocimiento del mundo del arte, solo era un testigo más de los hechos históricos, salvo porque se hacía acompañar por una cámara. Su obra de estilo costumbrista muestra, entre otras estampas, a soldados franceses posando junto al caos tranquilo de las ruinas o a presos alemanes esperando para tomar su porción de comida diaria, todo ello bajo un imponente cielo blanco.

El archivo permite seguir la peripecia bélica de Givord, día a día. La primera fotografía del conflicto la realizó el 8 de febrero de 1916 con una toma de una iglesia bombardeada en Souain, en el departamento de Marne. Solo dos semanas después de esta captura comenzó, el 21 de febrero, la batalla más brutal de la guerra: Verdún. Así, se puede pasear visualmente por los puntos claves del conflicto que recorrió Givord desde su vehículo «Panhard et Levassor type X24», también retratado en su obra y que le permitió desplazarse con independencia por la retaguardia.

Lejos de las acartonadas fotografias periodísticas de la época, este capitán galo presenta los escenarios bélicos con despreocupada naturalidad, entre lo anecdótico y lo cotidiano. Como si de un fenómeno natural se tratara, de horribles consecuencias, sí, pero inevitable.

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