Catherine Meurisse, durante la presentación de su cómic en Madrid
Catherine Meurisse, durante la presentación de su cómic en Madrid - EFE
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«La levedad»: cuando la belleza es el único camino en dirección opuesta al horror

Catherine Meurisse se salvó de ser una de las víctimas presenciales del atentado de Charlie Hebdo por quedarse dormida. Destrozada por el suceso, cuenta en un cómic su proceso de recuperación

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En ocasiones, la caprichosa voluntad de esa omnipotente mano decisoria bautizada como destino se guarda la última palabra. Sucede, por ejemplo, en el tenis, cuando la pelota golpea en la cinta, queda suspendida sobre su canto y, váyase a saber por qué, termina cayendo para uno u otro lado. Puede cambiar el día de un tenista, su temporada o, en el peor de los casos, su carrera. O quizás solo influya en el resultado del partido y no revista ninguna trascendencia reseñable sobre nadie.

La pelota pendida sobre la red de esta historia estaba en el despertador de Catherine Meurisse. Era 7 de enero de 2015 y, por causas que solo cabe relacionar con el destino, la alarma no sonó. Meurisse trabajaba en la revista satírica Charlie Hebdo. Aquella mañana de enero, doce personas de la redacción fueron asesinadas y otras once resultaron heridas en un atentado terrorista que tiñó con sangre la bandera francesa.

Para recoger cada emoción que afloraba en su magullado ser y evitar que se perdieran, la dibujante creó «La levedad» (Impedimenta), un cómic que retrata su propia realidad desde el arte que mejor domina: el de la viñeta. Y lo hace en busca del elemento opuesto al imperante durante aquellos días en París: la belleza. Con 85.000 ejemplares vendidos en Francia, el pasado jueves le tocó promocionarlo en el Instituto Francés de Madrid.

Meurisse, que ahora se alegra, terminó sintiéndose culpable por sobrevivir. La aflicción de ver como amigos con los que había compartido más de diez años en «Charlie» se habían ido y ella, por no estar donde le correspondía, seguía viva, fue tal que su cerebro se apagó. «Sin imaginación y sin sueños mi profesión se muere, porque es algo que habita en mí. Así me di cuenta de que la ayuda estaba en las artes visuales». Cuando todo se tuerce, hay quien encuentra la fuerza necesaria para seguir adelante en la familia, en el deporte o en la música: Meurisse la halló en la naturaleza y en la cultura.

«Solo había un hilo de luz»

Para reencontrarse con ellas y aislarse de los recuerdos que le traían las calles de París, Meurisse viajó a Roma. Allí pasó los días paseando con un cuaderno y un libro de Stendhal. «Me quedaba tan poca energía que mi concentración desaparecía, todo estaba a oscuras, solo había un hilo de luz», recuerda. Cada vez que este le iluminaba, apuntaba lo que fuera que hubiese emergido entre sus inánimes cavilaciones. Y, poco a poco, fue creando un caldo de cultivo que a la postre daría pie a «La levedad».

«Era tal la violencia que había experimentado que busqué su opuesto de forma institiva. Me volví hacia cualquier cosa que me pudiera calmar. La belleza calma. Y la tranquilidad hace que te encuentres con la levedad de vivir», describe la mujer nacida en Niort.

En Roma también trabajó con una coreógrafa americana. En la Villa Médici había unas esculturas de la mitología griega que representaban la huída de unos jóvenes de su verdugo que le recordaron a sus compañeros, «pero como algo bello». Con ello crearon una performance que ahora llevarán a Italia y, después, a Francia.

Cuando volvió de Roma estaba como en una burbuja. «No veía el telediario, no escuchaba nada...». Sus ojos se habían convertido en dos potentes captores de aquello que con frecuencia desdeñamos por lo frecuente de su presencia, pero en lo que se contempla la belleza más genuina. Poder detenerse a disfrutar del cielo, del agua o de los paisajes la ayudó a unir todo el desorden que imperaba en su cabeza.

Además de en un nuevo libro, Meurisse ya trabaja junto a la cineasta Julie Lopes-Curval en la adaptación al cine de «La levedad». Dice que ya ha perdido las ganas de hacer dibujo de prensa —«no tendría sentido sin mis compañeros»— pero que vive con una melancolía que debe «diluir en forma de libros». Fue así, dibujando en su despacho, como se pasó el 14 de noviembre de 2015, el día del atentado en Bataclan. En su escritorio había puesta una pegatina en la que había escrito tres palabras: «Acuérdate de vivir».

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