Gregorio Marañón
Gregorio Marañón - Ana Perez Herrera

Gregorio Marañón: «Cultura es todo, cualquier actividad se puede hacer culta o incultamente»

El presidente del Patronato del Teatro Real recibirá el día 8 en París la Legión de Honor

Madrid Actualizado: Guardar
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Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, presidente del Patronato del Teatro Real, procede de una de las sagas ilustradas de la Cultura española. Reunió en un libro el pasado octubre la historia del Cigarral de Menores, un lugar único en Toledo, y en el mundo, adquirido por su abuelo, el doctor Marañón, en 1921. «Memorias del Cigarral» (Taurus) tiene ya dos ediciones y cuenta la historia de uno de los centros de gravedad de la cultura española desde la Edad de Plata. Pero Gregorio Marañón es noticia esta semana porque el próximo viernes 8 será condecorado en Francia. El primer ministro, Manuel Valls, le impondrá la orden de comendador de la Legión de Honor de la República Francesa.

¿Le ha sorprendido el éxito del libro?

La primera edición de «Memorias del Cigarral» se agotó en apenas dos meses, y acaba de salir la segunda. Para cualquier autor esta experiencia de acogida y difusión constituye la mejor compensación, lo que da verdadero sentido a la aventura de haber escrito. Las anécdotas surgidas en torno a esta publicación han sido muchas, pero quisiera destacar dos: la amistad epistolar establecida en torno a mi libro con Antonio Colinas, un poeta al que siempre he admirado mucho; y una carta que recibí en un sobre en el que solamente aparecía mi nombre y la palabra Cigarral, que me dirigió una mujer a la que enseñé a leer y a escribir hace más de cincuenta años, cuando participé en la campaña universitaria de alfabetización de la Serranía de Huéscar. Había visto en la televisión un programa sobre las «Memorias del Cigarral» y decidió ponerse en contacto conmigo para agradecerme, de manera conmovedora, lo que entonces aprendió, cuando lo cierto es que el más agradecido era yo, pues aquella experiencia cambió mi manera de entender la vida. En aquel tiempo España era un país subdesarrollado, con una tasa de analfabetismo superior al 40%.

Hoy es un país «en funciones» y usted es un importante gestor cultural. ¿Qué hay que decir sobre la cultura en este momento?

El Gobierno actual tiene funciones muy limitadas. Lo importante es lo que viene, que quienes vayan a gobernar después tengan un programa de apoyo decidido para el mundo de la cultura, que comprendan la importancia estratégica de la cultura en un país democrático y moderno, así como el valor identitario de la cultura en una sociedad como la nuestra, aquejada por la disgregación de los nacionalismos históricos y los particularismos regionales.

¿Qué estrategia prioritaria cabe pedir al nuevo Gobierno?

La primera sería percibir en quienes ostenten los puestos más relevantes del Gobierno un auténtico interés personal por la cultura, el deseo de comprometerse políticamente con lo que su mundo significa, y un reconocimiento de la importancia económica del sector cultural. También me parecería muy conveniente que se replantease la existencia de un Ministerio de Cultura, y se promulgasen las medidas fiscales de mecenazgo que nos equiparasen con los países de nuestro entorno.

¿Qué listón debe tener la cultura en la vida pública de España?

Cultura, en su más amplio sentido, lo es todo, o mejor dicho, cualquier actividad puede realizarse culta o incultamente. Nuestro país, más que listones, lo que necesita es que la cultura llene muchos más ámbitos de los que actualmente alcanza.

¿Cómo puede la cultura y su industria depender menos de la política?

Esa necesaria Ley de Mecenazgo sería decisiva para que la sociedad civil se comprometiera más con el mundo de la cultura, primero buscando los correspondientes incentivos fiscales, y en un segundo momento atraídos por lo que la cultura significa. Pero, en paralelo, también hay que exigir a los políticos que no instrumentalicen la cultura cuando la patrocinan. Creo en la necesidad de instituciones públicas de carácter cultural que desarrollen una auténtica política cultural que responda a criterios públicos, pero su gestión tiene que ser siempre profesional y estable, y no estar condicionada por los intereses partidistas de los gobiernos.

¿Falla la sociedad civil?

La sociedad civil la conformamos todos. En una sociedad democrática, la política no es patrimonio exclusivo de los políticos, sino que compete a todos los ciudadanos y a todas las instituciones privadas.

¿Qué observaciones sobre este aspecto le dicta su experiencia como gestor cultural en el Real?

La experiencia del Teatro Real me parece no sólo interesante sino paradigmática. Durante los primeros diez años de su reapertura tuvo seis presidentes políticos, cuatro directores generales y cinco directores artísticos; la política del Teatro se decidía en los despachos de las Administraciones Públicas y el Patronato, que apenas se reunía, cambiaba al mismo tiempo que lo hacían los presidentes. En estas circunstancias fue imposible acuñar ningún proyecto institucional o artístico, y tampoco se pudo dotar al Teatro de un posicionamiento que pudiera identificarle. A partir de 2008, gracias a la reforma promovida por César Antonio Molina, el Teatro ha podido gestionarse con la autonomía, la estabilidad y la profesionalidad que requieren las grandes instituciones culturales del Estado.

Y todo cambió...

Durante este tiempo el Teatro ha podido hacer frente a la crisis económica sin solicitar ninguna ayuda extraordinaria ni endeudarse, gracias a las medidas adoptadas para hacer de su organización un ejemplo de eficiencia. También ha constituido un nuevo modelo institucional, sobre el que hoy se escribe en Europa, haciendo que las Administraciones Públicas sólo aporten un 25% de su presupuesto, un 30% el patrocinio privado, y proviniendo el 45% restante de los ingresos generados por el propio teatro.

¿Cree que nuestra democracia hizo todo lo que debía para que la sociedad civil española pudiera crecer y organizarse?

No creo que haya habido ningún planteamiento contrario al desarrollo de la sociedad civil. Veníamos de una dictadura. Aún recuerdo cómo Javier Solana puso en marcha la Fundación de Apoyo a la Cultura con el fin, precisamente, de promover desde el Ministerio de Cultura la participación de las empresas españolas en este ámbito. Desde entonces se ha avanzado muchísimo, y el ejemplo del Teatro Real es elocuente: en su Junta de Protectores contamos con casi cien empresas; en su Junta de Amigos hay un número creciente de personas que a título individual participan en su proyecto; en su Consejo Internacional figuran personalidades como David Rockefeller o José Manuel Durao Barroso; y en su Consejo Asesor, que preside Mario Vargas Llosa, están presentes importantes intelectuales e instituciones.

¿Qué queda de la era Mortier?

Mortier utilizó, a lo largo de toda su vida, la polémica como un eficacísimo instrumento de comunicación y movilización. En nuestro país polemizó con peores resultados por no dominar nuestro idioma. Por mi parte, siempre he pensado que en el mundo de la cultura es mucho mejor la polémica que el aburrimiento y la irrelevancia.

¿Le tenemos miedo a expresarnos o es simplemente que resulta más fácil criticar sin aportar alternativas?

Hay que respetar las críticas y estar dispuestos a reconocer qué parte de razón tienen, precisamente porque pueden ayudarnos a hacer las cosas mejor. A un crítico no hay que pedirle alternativa. Ésta, si procede, corresponde formularla al que gestiona.

¿Cree que es necesario que se proteja la función de un centro de cultura público?

En esto los medios de comunicación tienen un papel esencial, y deberían denunciar siempre que se intente instrumentalizar una institución pública cultural en función de intereses partidistas o, peor aún, del antojo personal del que tiene el poder político. No se trata tanto de códigos de buenas prácticas, en los que creo a medias, sino en buenas prácticas a secas. Volviendo al ejemplo del Teatro Real -pero podría citar otros como el de la Fundación El Greco 2014, o el Teatro de la Abadía-, la actitud que han mantenido en la última década César Antonio Molina, Ángeles González Sinde, José María Lassalle, Íñigo Méndez de Vigo, Ignacio González o Cristina Cifuentes, ha sido en esto siempre ejemplar.

El centenario de Cervantes ha traído polémica. El de Carlos III llegará pero con retraso. El de Fernando el Católico ni se ha celebrado ni se le espera. ¿Qué significa esto como síntoma?

Por un lado, hay que ser cautos ante las conmemoraciones y no querer hacer lo que podríamos denominar una política conmemorativa en sustitución de una política cultural institucional. Lo institucional queda y las conmemoraciones pasan. Dicho esto, hay conmemoraciones que son inexcusables, para honrar nuestro pasado y para proyectar también nuestro futuro, pero tienen que organizarse de manera muy seria, esto es, no improvisadamente creyendo que se trata de hacer tan sólo unos fuegos artificiales que, por muy brillantes que sean, resultan siempre efímeros. Eso requiere concebir un proyecto de excelencia, dotarle de los medios precisos y, sobre todo, disponer del tiempo necesario para organizarlo adecuadamente. El centenario de Cervantes, cuya fecha de conmemoración se sabía desde hace cuatro siglos, es un buen ejemplo de cómo no deben prepararse estas celebraciones.

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