MENTIRAS CREÍBLES, VERDADES INCREÍBLES

La fiesta en el París ocupado de la Segunda Guerra Mundial

La mentira creíble: la inquebrantable fe democrática del continente. La verdad increíble: la naturaleza de guerra civil de la contienda

Izado de la bandera nazi en el Arco del Triunfo de París ABC

Fernando R. Lafuente

La Segunda Guerra Mundial , en el territorio europeo, fue una guerra civil. Rotos los fundamentos de las democracias (salvo en el Reino Unido, y tampoco de manera absoluta, pues se conocen los coqueteos de ciertas clases dirigentes con el fascismo y el nazismo ), el continente se inclinaba hacia el totalitarismo, ya fuera de los (h)unos o de los (h)otros, que recordara Unamuno para España. Brazo en alto o puño cerrado. No había alternativas. El descrédito del parlamentarismo en los jóvenes intelectuales, o no, iba en aumento. Europa era un reguero de dictaduras . Todo había comenzado en Rusia, y proseguía por Italia, Alemania, Portugal, España, Grecia, Rumanía, Austria, Eslovenia, Rusia, Hungría, Polonia... La mentira creíble: la inquebrantable fe democrática del continente. La verdad increíble: la naturaleza de guerra civil de la contienda. Donde no había una dictadura , fascista o del proletariado, había un profundo desaliento hacia el viejo sistema liberal. Y en países de absoluta tradición democrática como Francia, éste se desmoronaba desde dentro.

Desde 1918 tal conflicto se fraguaba: «llevan tanto tiempo negociando –comentaron ácidos periodistas galos sobre la supuesta Paz de Versalles- que ahora sí que conseguirán una guerra duradera». Y la tuvieron. Francia no fue una excepción, pero sí, tal vez, la más dolorosa. Por ejemplo, para el gran periodista y escritor Manuel Chaves Nogales quien en su espléndido libro « La agonía de Francia », en el que además de pasmarse al contemplar cómo fue la entrada de los nazis por los Campos Elíseos y cómo las terrazas estaban llenas de gentes tomando su vermut, escribió: «Francia se ha suicidado, pero al suicidarse ha cometido además un crimen inexplicable con esas masa humanas que habían acudido a ella porque en ella habían depositado su fe y su esperanza. Entre las cláusulas del deshonroso armisticio aceptado por el mariscal Petain hay una que basta y sobra para deshonrar a un Estado: la cláusula por la que el gobierno francés se compromete a entregar, atados de pies y manos, a los refugiados antihitlerianos que habían buscado la salvación en Francia, y a quienes el Estado francés había utilizado sin escrúpulos en el simulacro de luchar contra el hitlerismo. La entrega al verdugo alemán de esos hombres que habían tenido fe en Francia será una de las mayores vergüenzas de la historia». No ocurrió sólo en Francia, y de ahí lo de guerra civil europea. Lo del colaboracionismo global europeo es una historia que bien merece todo tipo de detalles.

Ocurre que, por orden de De Gaulle, fue un asunto oculto, tapado. De ahí que cuando se estrena en 1974 el extraordinario filme de Louis Malle, « Lacombe Lucien », cuyo guionista es Patrick Modiano, el escándalo, la polémica y el asombro en Francia fuera de órdago. El propio Modiano ya se había anticipado al escribir su hoy impecable «Trilogía de la Ocupación» (1968-1972). Y siguió la fiesta. « La vida cultural en el París ocupado » (2011) de Alan Riding es, podría ser más que un libro de ensayo, reportaje histórico y testimonio descomunal de algo poco frecuentado, la enciclopedia en la que, tras un formidable trabajo de investigación, uno podrá descubrir cómo las cosas nunca son lo que parecen, ni cómo algunos las cuentan, y se confirma, una vez más, este tórrido verano, que sí, que al final se escribe la leyenda. Sartre estrenando obras de teatro, «Las moscas» y «A puerta cerrada» –después explicaría Sartre, cómo no, que esas obras contenían mensajes a favor de la Resistencia–, o Picasso exponiendo junto a Braque, Gris y Léger en la Galería de Bucher, mientras la Gestapo hacía las monstruosidades conocidas. Y es que durante la ocupación la vida cultural en París se mantuvo en su conocido esplendor. ¿Eran colaboracionistas? ¿Estaban al margen? ¿Ética y estética son frontalmente enfrentados? Lo que cuenta magistralmente Riding es cómo en el laberinto de decisiones íntimas, condenadamente personales que ante una situación cualquiera debe tomar, el azar y la necesidad, el miedo y el valor, son monedas lanzadas al aire de un tiempo siniestro. Que nada se sabe.

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