El feminismo reposado de Carmen de Icaza

En «La maleta», su sexta novela, la escritora cuenta la historia de un maltrato en la España de los 60

La escritora Carmen de Icaza Zabálburu

Manuel Garrido Agudiez

Hay maletas que se amontonan en el vacío que resta entre el moho y las cajas desvencijadas en ese lugar del olvido que son las salas de objetos perdidos de los aeropuertos; las hay que callan el luto de blusas negras y faldas sobrias de esa mujer que reprime una lágrima en el andén de enfrente, que podría ser cualquiera; también las que arrastran señores con corbata y la agenda muy apretada desde tiempos inmemoriales; hay maletas que documentan la huida , otras que la retrasan… Existe, sin embargo, un tipo de maletas que se reduce a mero pasatiempo de quien tiene por oficio el del anticuario y a la vez en píldora contra el mal de la página en blanco.

Este es el caso de la escritora Carmen de Icaza Zabálburu , quien husmeando en un rastrillo en el sur de Francia reparó en una maleta con remitente en Menéndez Pelayo que regateó a la vendedora ambulante por el precio de una cajetilla de tabaco en suelo galo , y que le llevaría a escribir «La maleta» (Dilema), «la historia de un reencuentro», en sus propias palabras, la de aquellas mujeres que fueron maltratadas en una época en la que « el hombre era el motor y las mujeres las ruedas ». Bendita metáfora.

En esa maleta había «pañales, vestidos, blusas… toda la canastilla de uno o dos niños pequeños». Esa visión le propinó la imagen de Nicole, una joven que, con una maleta a rastras y el breve tintineo de un par de monedas en el bolsillo como único presupuesto , se escapa de casa al no soportar más las palizas de su marido, que tiene la custodia de sus hijos. «Pensé que esas ropas significaban que alguien había querido proteger algo de alguien. Y la idea fue esa, que fuera una mujer maltratada ».

Carmen de Icaza ha escrito un libro que destila un feminismo de alta costura, por las heridas que restaña

Carmen de Icaza, que a sus nietos les dejaría una maleta con su ejemplo como único aderezo, ha escrito un libro que destila un feminismo de alta costura, por las heridas que restaña. Es el retrato fiel de la sociedad de una época que a ella le tocó vivir como madre, los años 60, y de la que aún hoy perviven ciertos rescoldos, con nombre de sindicato animal: la Manada .

Cuidados paternos

También habla de la común forma en que el hombre despacha los cuidados paternos, a excepción de las veces que «se pone en entredicho su honra como padre», al menos en aquella época. Todo ello desde un feminismo reposado, no ese de Twitter «que habita en los extremos ». «Ese feminismo desatado, horrible, de esas mujeres gritando que todos los hombres son potencialmente violadores», es el que a De Icaza le apena.

«Las generaciones más jóvenes poco a poco van aceptando, por ejemplo, que las labores de casa se lleven a medias. Pero aún hay algunos que están rezagados. Esos, que están más restrasados, suelen ser tipos incultos, que siguen considerando a la mujer como un objeto sexual », apunta la que fuera productora de la serie de Televisión Española «Proceso a Mariana Pineda».

Preguntada por cuánto de autobiográfico hay en su sexta novela, responde que no ha conocido en vida a ningún autor que no haya recurrido a vivencias personales para nutrir sus obras : «Vas acumulando historias que te cuentan, y te transportas a lugares que has conocido de antemano para después poder describirlos con todo lujo de detalles ». La experiencia como forma de madurar la capacidad de retratar la realidad en toda su crudeza.

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