Las mil caras culturales de la Luna

Como antorcha en la noche, nuestro astro ha alumbrado desde el principio de los tiempos los sueños y los credos de todas las civilizaciones que alguna vez clavaron su mirada en el cielo nocturno

Dibujo tradicional sobre el poema de Li Bai, brindando con la Luna y su sombra

Manuel Garrido Agudiez

Cuando Neil Armstrong puso pie en la Luna, pisaba territorio mitológico. El reino de la diosa Selene , de la que el pastor Endimión se quedó prendado. El de la cruel Diana de los romanos. El de la esquiva Máni, en el imaginario nórdico. Hollaba una tierra que, como antorcha en la noche, ha alumbrado desde el principio de los tiempos los mitos y los credos de todas las civilizaciones que poblaron la Tierra . Esa masa rocosa que ha acunado desvelos y pesares desde que el hombre es hombre, se retorcía a cada paso de Armstrong. Musa para unos , bruja para otros. Son muchos los ruegos que ha escuchado, que si hablara, callarían tantos... Testigo privilegiado de la memoria de los tiempos. Con distinto nombre, pero la misma cara, no hay cultura que no haya buscado una explicación a veces científica, otras metafísica, la mayoría de las veces mitológica, al astro que faena cuando el sol termina su jornada . Los aztecas, con la desmembrada Coyolxauhqui. Los egipcios y su dios marinero Jonsu. Los japoneses venerando a Tsukiyomi cuando elevaban sus plegarias al dios de los cielos nocturnos. Ese mismo que mató a la diosa de la comida para esparcir sus alimentos por la tierra . Los indios buscando en la Luna la inmortalidad terrenal del dios Soma...

Símbolo de la fecundidad, también de la fragilidad; de la caducidad, otras veces de la resurrección; de la melancolía y la infinitud del alma romántica; consuelo de los tristes y mal de los venturosos… la Luna siempre ha estado en boca de todos. Desde filósofos como Anaxágoras , que en el siglo V a.C. le negó al satélite su condición de diosa al sugerir que se trataba de un cuerpo rocoso, hecho que le costó el exilio y r ompió con la tradición mitológica . O desde los alquimistas medievales, que creían que la piedra lunar o feldespato era una gota de luz de la Luna solidificada con poderes curativos.

Debussy, en su homónimo «Claro de Luna», se inspiró en un poema del poeta francés Paul Verlaine

Para la música clásica también la Luna fue razón de trinchera. Un ejemplo es la sonata «Claro de Luna» de Beethoven , de la que cuentan que está inspirada en una conversación en la que el compositor le insinúa a una amiga ciega la idea de suicidarse que le ronda el pensamiento. Ella, para animarle, le responde que daría la vida por ver una noche más la Luna. Beethoven, conmovido por sus palabras, decide así componer su famosa melodía para que, ya que no puede verla, al menos pueda oírla. Debussy, en su homónimo «Claro de Luna», se inspiró en un poema del poeta francés Paul Verlaine : «Siempre cantando en el tono menor, / el amor triunfal y la vida oportuna / parecen no creer en su felicidad / y sus canciones se unen al claro de la luna». A Chopin pertenece otra de las obras que rinde tributo al corazón humano bajo el influjo de la Luna: «Los nocturnos».

Porcelana de la Real Fábrica del Buen Retiro que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional y representa a Selene velando el sueño de Endimión

El que movía dese pastor Endimión a ese toro enamorado de la Luna (del compositor Carlos Castellano) que cada noche se escapaba de la manada para verla «peinarse en los espejos del río» entre la jara y la sombras. Como en las metamorfosis de Ovidio, en esta versión renovada del mito, el pastor se convirtió en ganado . Lloraba Federico García Lorca en la muerte de Ignacio Sánchez Mejías: «En la plaza redonda de la luna / que finge cuando niña doliente res inmóvil». El poeta a veces la describía en la frente del amado, las más la pintaba como la diosa macabra de la muerte : «La luna vino a la fragua / (...) En el aire conmovido / mueve la luna sus brazos. / Niño, déjame que baile».

Fue, sin embargo, el poeta chino Li Po (701 d.C.) el primero en degustarla como en una cata en verso : «Bebo solo, ningún amigo está cerca. / Levanto mi copa, invito a la luna ». De tanto invitarla a beber, murió ahogado en un río cuando intentaba alcanzarla. «Y Li Po también murió borracho; / trató de abrazar a la luna / en el Río Amarillo», escribió el poeta Ezra Pound (Estados Unidos, 1885) como epitafio. No tuvo piedad la Luna, en la voz de José Ángel Valente , que le rogaba en sus «Fragmentos de un libro futuro»: «Ahora que tu disco resplandece / con plenitud solar en el cielo del estío / ten piedad de nosotros / la luna, en esta noche». De los últimos poemas que del astro se recuerda.

Calendario lunar de 28.000 años de antigüedad, grabado sobre un hueso animal, hallado en el abrigo Blanchard (Francia)

La factura de nuestro culto a la Luna: la religión de la licantropía que inspiró la ciencia ficción de nuestro tiempo, el lunatismo del Quijote o la eclosión de organizaciones como Greenpeace. Pues no fue hasta la llegada del hombre a la Luna cuando los humanos tomamos conciencia desde la distancia de la belleza de un planeta llamado Tierra . Un frágil punto azul perdido en la inmensidad del cosmos.

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