Juan Manuel Bonet

Caleidoscópico y moderno

De todos los humoristas del 27 es el que más sigue atrayendo al público, incluso más que Edgar Neville

Hace unos meses Sergio Muro y Eva Lapuente presentaron en Zaragoza una exposición sobre Enrique Jardiel Poncela , apoyada en un libro del nieto del escritor, Enrique Gallud Jardiel, que analiza muy bien «la risa inteligente» de su abuelo, al que no conoció. Ahora presentamos esa muestra en Madrid, en el Instituto Cervantes, que está a unos pasos de la casa natal del escritor (en Augusto Figueroa, 29), y todavía más cerca de su casa de la vida y de la muerte (en Infantas, 40). Vuelve Jardiel, diríamos, si es que alguna vez se ha ido. De todos los humoristas del 27, cuyo autorretrato colectivo compuso uno de ellos, José López Rubio , en 1983, en su discurso de ingreso en la RAE, es el que más sigue atrayendo al público, incluso más que el otro grande, Edgar Neville, hermano en la aventura hollywoodiense. Pombianos e hijos espirituales de Ramón Gómez de la Serna, los tres fueron de los que, por decirlo con fórmula Trapiello, «ganaron la guerra y perdieron los manuales de literatura».

Jardiel compuso comedias disparatadas e inmortales. Entendió («Angelina o el amor de un brigadier») las potencialidades humorísticas de las convenciones del Ochocientos . Tituló maravillosamente. Observó como nadie las costumbres de su época. Tuvo siempre a mano su baúl de inquilino de los trasatlánticos. En sus novelas parodió con tanta gracia a las vanguardias, y especialmente a ultraístas y caligramistas, que hoy los italianos lo incluyen (equivocadamente) en sesudos estudios sobre el futurismo. Se apropió, en plan collage, de «Celuloides rancios». Escribió guiones, rodó películas, inspiró otras incluso tras su muerte. Dibujó simpáticamente, como Mihura, Tono y por supuesto Neville ; lo de Jardiel en ese campo es como de un Hergé más barroco. Escribió en los cafés, y para los periódicos, así como para «Buen Humor», «Gutiérrez» y «La Codorniz». Trazó los planos de un modernísimo teatro… Todo esto, incluida una selección de imágenes en movimiento, a partir de hoy en el Cervantes , convertido hasta finales de enero en puerta de ingreso a un universo calidoscópico y moderno.

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