Alma Guillermoprieto: «Las redes sociales son la manifestación más veloz del capitalismo actual»

La periodista mexicana, que atesora 40 años de experiencia a sus espaldas, recibirá el viernes en Oviedo el premio Princesa de Asturias de Comunicación de manos de Don Felipe

Alma Guillermoprieto, durante un encuentro con la prensa en Oviedo EFE

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A Alma Guillermoprieto (Ciudad de México, 1949) le cuesta desprenderse de la piel de periodista. Bueno, más bien no puede, es incapaz. Por eso ayer, cuando las gaitas comenzaron a sonar en su honor, en la entrada del Hotel de la Reconquista, en Oviedo, y las cámaras de los fotógrafos la enfocaron, ella corrió, apresurada, a refugiarse en el interior del hall. Ni está acostumbrada a ser la noticia, ni quiere serlo, porque su oficio, aquel al que vive entregada desde hace cuarenta años, es ser ella quien la dé, quien la escriba, quien la cuente. De hecho, minutos después, se la pudo ver tomando imágenes, con su móvil, de la llegada del cineasta Martin Scorsese , con el que luego charló, animadamente, en el lobby. Es fácil imaginar que, en cuestión de segundos, le preguntó todo lo que el resto de periodistas no pudimos (el estadounidense dará hoy una rueda de prensa, siendo este su único contacto con la prensa en Oviedo). Y es admirable ver esa entrega, y esa generosidad, en la tercera mujer que gana el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades .

¿Reportera o periodista?

Reportera, siempre.

¿Por qué?

Pues porque el periodismo abarca todos los aspectos del informar o escribir sobre la realidad, y los reporteros somos los que salimos a la calle a ver cómo es todo para luego regresar a la computadora y contárselo a los demás.

Ese periodismo de calle ahora está un poco en desuso.

No sé… En América Latina, entre los jóvenes, hay un entusiasmo enorme por hacer este tipo de reporterismo. No sé acá. Lo que falta siempre es el modelo económico que nos permita financiar el verdadero trabajo periodístico.

¿Y cómo conseguir esa financiación?

Si alguien lo supiera....

No estaríamos hablando de eso, ¿verdad?

Claro (ríe), ya habríamos superado esta crisis.

Y en esta crisis, en esta deriva que vive nuestro oficio, ¿qué culpa tienen las redes sociales, medios como Facebook, Google o Twitter, y qué responsabilidad les corresponde a las grandes empresas periodísticas?

El cambio tecnológico está siendo tan total… No es un cambio, sino una revolución, y ha sucedido tan rápido que es el mismo problema al que se enfrenta el planeta en general: la capacidad de adaptarnos a ese cambio es rebasada por la velocidad del mismo. Ni los grandes empresarios lo vieron venir, ni la sociedad en general. En cuanto a las redes sociales, ya pasó la luna de miel, lo cual me parece muy sano. Lo eran todo, si no estabas en Twitter…

No eras nadie.

Exacto. Eso ya pasó. Y hay un momento de crítica intensa y muy justificada y, al mismo tiempo, un autocuestionamiento. Las redes sociales son quizás la manifestación más veloz del capitalismo actual. Por otro lado, está el aspecto de las redes sociales que tiene que ver con entrelazar la sociedad; esas van a producir el nuevo periodismo.

En ese sentido, siempre ha defendido un periodismo de largo aliento, profundo, reflexivo. Es una defensa que yo comparto, pero el problema es que trabajamos sometidos a la dictadura de la inmediatez.

Sí.

¿Cómo se puede combinar la inmediatez con la reflexión?

Un poco como el formato de los periódicos de la época de oro, que fueron los años 70. Eso no tiene por qué no poder reproducirse en las redes. Hoy día, la primera plana que me presentan muchos de los periódicos que veo todas las mañanas parecen revistas, para compensar su falta de velocidad con respecto a las redes sociales se están yendo mucho por el lado de las revistas. Ese equilibrio, necesariamente, se va a dar, pero llevamos veinte años en esto…

Y, entretanto, hemos llegado incluso a la era de las «fake news». El periodismo alarmista, radical, parece haberle ganado la batalla al periodismo explicativo, poseedor de una voz más calmada. ¿Hay margen para la calma, en medio de tanto ruido?

Pues es que es mucho ruido, y en esas estamos. Lo que está en juego es importante, es grande. Las redes sociales contribuyen mucho a ese ruido con la inmediatez y con la posibilidad que tiene la gente de exteriorizar su rabia sin consecuencias.

Pero debe haber consecuencias.

No sé, pero colectivamente se ha generado un discurso de la rabia, y ese discurso se ha trasladado al mundo de la política. Hay gente que está en el poder hoy día que ha llegado a base de un discurso de la rabia, la intolerancia y el odio.

Dice eso y yo pienso inmediatamente en Donald Trump.

Bueno, es que no es el único. Podemos pensar en Duterte, en Bolsonaro, en Trump. Es un amplio espectro de políticos que manejan el lenguaje de esa rabia que potenció Twitter.

Lo dominan, más que manejarlo.

Sí. Me parece que en ese sentido el momento en el que estamos es peligrosísimo.

¿Y qué papel nos corresponde a los periodistas? ¿Un papel de denuncia?

No, yo estoy muy poco interesada en el periodismo de denuncia. El periodismo de denuncia lo único que hace es subir el volumen de la rabia del otro lado. Siempre me ha interesado mucho más el periodismo que explica, que se enfrenta a los problemas intentando explicar sus raíces, sus causas, su espectro.

Se lo pregunto porque a veces tengo la sensación de que vivimos en tal estado de sobreexcitación informativa que me aterra que se nos escapen las cosas importantes, que terminemos por no contar lo que realmente le preocupa e interesa a la sociedad.

Bueno, sí, pero yo creo que ese no es un problema de hoy, y no es un problema de las redes sociales. Es un problema al que nos enfrentamos los editores, los reporteros, los columnistas, todos los días: cómo nos colocamos frente al mundo hoy, cuál es nuestra responsabilidad hoy, de qué me toca hablar hoy. Eso para mí, como freelance, es un tema constante.

Por cierto, estoy leyendo las memorias de Robert Gottlieb. Habla mucho de usted, y muy bien.

Sí, sí, sí (ríe).

Usted empezó a colaborar con «The New Yorker» poco tiempo después de que a él le nombraran director, en el 87. ¿Echa en falta figuras de editores como él?

Bob tiene muy claro que él ha sido una figura de su época, como Bob Silvers lo fue de la suya. Falta ver quiénes surgen, pero yo creo que esta época necesita gente… Remnick es un ejemplo de alguien que ha llevado la revista «New Yorker» a ser mucho más noticiosa, menos literaria, más pegada a la actualidad, que parece ser lo que exigen los tiempos.

El jurado reconoció su papel como puente entre América Latina y Estados Unidos. ¿Cómo ve ahora las relaciones entre ambos?

No hay que dejarse engañar por la retórica de un presidente que dice las cosas que dice porque sabe que hay que estar en los medios; algunas cosas se las creerá, muchas otras no se las cree. Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina no tienen nada que ver con lo que él dice. La realidad es que esa relación es cada día más intensa, más difícil de erradicar. Y no sólo es de Latinoamérica a Estados Unidos, ese es el otro gran mito, sino de Estados Unidos hacia América Latina; de todas las maneras posibles, del turismo, que es inmenso, a la inmigración. América Latina se está poblando de jubilados. En la ciudad de Mazatlán, en la costa de Sinaloa, que es cuna del narcotráfico mexicano, una parte está ocupada por los hijitos júnior de los narcos, que van a fiestear ahí, y otra está poblada por los jubilados de Estados Unidos, en la misma ciudad. Hay muchos mitos que se desbaratan en ese núcleo, por poner un ejemplo nada más.

Acaba de mencionar el narcotráfico. Fíjese que siendo uno de los grandes y más graves problemas que tiene América Latina, a mí me da la sensación de que ciertas aproximaciones, televisivas y cinematográficas, a su realidad me parecen un tanto frívolas.

Sí, sin duda. El narcotráfico es un fenómeno de consumo y de capitalismo, un producto que es rentable porque es ilegal y que existe a base del comercio. Como es comercio, es muy fácil aprovecharlo para hacer comercio también con imágenes, con mitos, con leyendas, con telenovelas. ¿Que eso tenga que ver con la realidad? En absoluto. Pero es fácil, porque hay gente que compra un producto, lo transporta, lo vende y se hace rica. Fin de la historia.

Siguiendo con América Latina, usted que tiene un libro maravilloso sobre Cuba, «La Habana en un espejo», ¿cómo ve ahora la realidad cubana? ¿Lograrán algún día los cubanos liberarse del yugo de los Castro?

Yo trato de no predecir el futuro, no es mi oficio. La herencia que ha dejado el socialismo cubano es muy profunda y la transición está siendo difícil, y va a seguir siendo muy difícil. Uno quisiera lo mejor para Cuba, porque es un país, una gente tan maravillosa... Es una transición muy delicada en la cual Estados Unidos juega un papel fundamental. Puede ser un papel productivo, de apoyo a esa transición, o un papel destructivo, en el que se compren todas las playas, los hoteleros y los mafiosos, y Cuba vuelva a ser un burdel. Ese es el destino que a mí me aterra.

Es la tercera mujer que gana el Princesa de Asturias de Comunicación. Antes lo lograron María Zambrano y Annie Leibovitz. ¿Cree, como mujer periodista, que algún día podremos festejar la desaparición de la desigualdad, la extinción del machismo?

Yo creo que sí, vamos hacia eso a pasos agigantados. El impulso que trae esta revolución…

¿La del #MeToo?

No, la revolución en la relación entre los hombres y las mujeres. En lo que llevo yo de vida, es inconcebible todo lo que ha cambiado todo, jamás nadie lo hubiera podido pronosticar. Es la revolución más importante desde que se inventó el fuego. Que la mitad de la humanidad sea igual a la otra mitad es extraordinario, y yo creo que para allá vamos.

Y, hablando de hacia dónde vamos, ¿es optimista respecto a nuestro futuro, al de los periodistas?

Sí lo soy. Estamos frente a una situación complicadísima y peligrosa, pero en la medida en que no sólo hacemos falta, sino que somos indispensables para la democracia, este oficio va a sobrevivir, transformado, pero sobrevivirá.

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