Un hombre se somete a una sesiónde acupuntura para corregir un problema de parálisis facial en un hospital en Shenyang (China)
Un hombre se somete a una sesiónde acupuntura para corregir un problema de parálisis facial en un hospital en Shenyang (China) - EFE
OPINIÓN

Medicina frente a pseudociencia: Por qué usamos gafas en vez de pincharnos los ojos

El científico y divulgador Héctor Socas Navarro escribe sobre el valor de la medicina alternativa, los datos objetivos de los ensayos clínicos y la subjetividad de los pacientes

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Recientemente tuve ocasión de presenciar una escena en una farmacia que me produjo cierto desasosiego. Una señora de avanzada edad pedía consejo al dependiente sobre una dolencia relativamente menor para la que su médico le había dicho que no había tratamiento. El farmacéutico cogió de la estantería un frasco de un producto homeopático (lo que en otros ámbitos llamaríamos agua) y la invitó a probarla sugiriendo que quizás le podría ayudar a sobrellevar su dolencia. La señora dudó un instante al oír el precio, 38 euros por un pequeño frasquito. «Pero, ¿esto me aliviará?», preguntó. El dependiente se encogió de hombros y respondió «vale la pena probar; desde luego, daño no le va a hacer». Este argumento de tanto peso terminó por convencer a la señora, que rebuscó en su bolso para encontrar el dinero, pagó y se marchó con el frasquito de marras.

La mala conciencia que todavía siento por no haber intervenido en aquella situación me ha impulsado a escribir estas líneas.

La medicina alternativa no es medicina, igual que la verdad alternativa no es verdad. Si realmente funcionara no sería alternativa, sería simplemente medicina (o verdad), a secas. Esto no es un alegato contra la medicina tradicional. Muchos remedios de la medicina tradicional se han verificado científicamente. Históricamente, la mayoría de fármacos se han obtenido de plantas y en muchos casos sus efectos ya eran conocidos como remedios tradicionales. Lo que pasa es que una planta, al igual que un animal, es un ser muy complejo en el que conviven muchísimos principios activos. Alguno puede ser un buen analgésico, otro un antiinflamatorio, otro puede provocarnos un infarto y quizás algún otro aumentar el riesgo de padecer cáncer. Por eso, los principios activos hay que analizarlos y aislarlos, de manera que podamos separar en la medida de lo posible cada uno de estos efectos y administrar en cada caso únicamente aquello que convenga al paciente. Por otra parte, existen también otros supuestos remedios tradicionales que han sido desmentidos mediante experimentos claros y contundentes. A esto es a lo que llamamos medicina alternativa, o sea, de mentira. Es pseudociencia.

Hay quien dice que la medicina alternativa es una medicina imaginaria que solo cura enfermedades imaginarias. Yo creo que esta afirmación es un poco injusta, ya que la medicina alternativa también sirve para enfermedades que se curan solas. Es la base del «pues a mí me funciona». Si cojo una gripe y me tomo el frasco homeopático, terminaré curándome en cuestión de una semana. ¿Ha funcionado? Para saberlo tendríamos que coger a un grupo muy grande de pacientes y hacer un ensayo clínico. El ensayo consiste en lo siguiente. Dividimos al grupo en dos. A uno le damos el supuesto medicamente y al otro no. Si vemos que el subgrupo que tomó el medicamento se cura antes que el otro, es que el medicamente realmente ha funcionado. En caso contrario, concluiríamos que no ha tenido efecto apreciable. Esos serían los datos fríos, objetivos y desapasionados.

Pero esto de los ensayos clínicos puede sonar demasiado complicado para algunas personas. Consideremos entonces el ejemplo de la acupuntura, una técnica ancestral de medicina alternativa que viene de oriente. Como viene de oriente y es muy antigua debe funcionar, debe tener algún poder mágico curativo, ¿verdad? Olvidémonos por un momento que los estudios científicos dicen que no funciona en general (existe aún cierta discusión sobre determinados síntomas subjetivos relativos a la percepción del dolor, náuseas, etc). Si la acupuntura sirve para curar todo tipo de problemas, ya que actúa sobre los centros energéticos del cuerpo, que son la base de la salud y la enfermedad, ¿por qué no podemos curar la miopía con acupuntura? ¿Por qué no nos pinchamos unas agujas que corrijan mágicamente nuestra visión, al igual que lo hacen con cualquier otro «desequilibrio energético»?

No existe ninguna medicina alternativa que solucione nuestros problemas de visión. ¿Por qué? Porque aquí no existe margen para la subjetividad ni para el juego con nuestra memoria del paso del tiempo: uno simplemente ve bien o no ve bien. Si me quito las gafas veo borroso, si me las pongo veo con nitidez. Es instantáneo y los efectos son claros y obvios. No hay espacio al «pues a mí me funciona», no se cura solo y no hay margen a la interpretación subjetiva de los síntomas. Llamo la atención del lector sobre el hecho paradójico de que los mayores gurús, de esos que viven de dar conferencias sobre la supremacía de la medicina alternativa sobre la «oficial», suelen llevar gafas. Curiosamente no se curan ellos mismos frotándose hierbas machacadas sobre los párpados ni se pinchan los ojos con agujas.

Existe una falsa dicotomía entre medicina occidental y oriental, sugiriendo que una es la científica y la otra tradicional. La realidad es que muchos avances científicos provienen de Asia (por ejemplo, la reciente aplicación de la técnica pionera de CRISPR-Cas9 en China para curar el cáncer de pulmón) y muchas pamplinas pseudocientíficas (como la homeopatía) son occidentales.

La medicina científica es la que funciona, por definición. Esto no se refiere solo a fármacos. Cualquier remedio que tenga eficacia, como aplicar paños mojados para bajar la fiebre, es parte de ese cuerpo de conocimiento. La alternativa es, en el mejor de los casos, una estafa. En el peor, un peligro para la salud o un riesgo para la sociedad. Es muy preocupante la presión que existe por introducir estas prácticas en nuestros sistemas de salud pública. No hay que ser muy listo para entender que es mucho más barato pincharle a uno unas agujas que hacer el tratamiento médico que pueda conllevar cualquier enfermedad no imaginaria de carácter moderado o incluso grave. Un sistema de salud «alternativo» supondría el mayor recorte en sanidad jamás visto y, encima, me temo que estaría bien visto por una fracción importante de la sociedad.

Héctor Socas Navarro es investigador en el Instituto Astrofísico de Canarias (IAC).

El autor agradece a la Dra. Itahisa Marcelino Rodríguez por sus valiosos comentarios sobre una versión anterior que ayudaron a mejorar este artículo.

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