La Fundación Botín sostiene el mayor programa de transferencia tecnológica del país
La Fundación Botín sostiene el mayor programa de transferencia tecnológica del país - ABC

Fundación Botín: Del laboratorio a la empresa

La entidad ha puesto en pie el mayor programa de transferencia tecnológica de nuestro país y ha propiciado un cambio de cultura científica para que los hallazgos del laboratorio se traduzcan en historias de éxito empresarial

Madrid Actualizado: Guardar
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A Emilio Botín no solo le preocupaban los números del Banco Santander. El fallecido banquero cántabro era uno de los grandes mecenas privados de la investigación científica en España. Pero, a diferencia de otros grandes dedicados a la filantropía. No se limitó a apoyar con recursos la ciencia española. Invirtió dinero, aunque con una mirada empresarial, de rentabilidad. A Botín le preocupaba la innovación, que las ideas que surgieran en el laboratorio pudieran terminar en el mercado en forma de producto o servicio y quiso dar un giro a la cultura científica. Era la preocupación de Botín y la gran asignatura pendiente de la investigación española, líder en publicar ideas e investigaciones innovadoras e ineficaz para crear empleo y riqueza.

Con esa apuesta visionaria surgió hace diez años el programa de transferencia tecnológica. Hasta ese momento a nadie se le había ocurrido guiar y sostener ese paso fundamental para generar riqueza económica y social con la ciencia. Su ayuda se encaminó hacia los equipos que trabajan en el área de salud: cáncer, alzhéimer, párkinson, envejecimiento, enfermedades cardiovasculares, medicina regenerativa..., enfermedades que tienen un gran impacto social.

Hoy la Fundación Botín sostiene el mayor programa de transferencia tecnológica del país y su fórmula se imita en centros de investigación y universidades. Desde 2005, 28 equipos españoles cuentan con el apoyo de la fundación, se han conseguido 48 patentes y 27 acuerdos con empresas para desarrollarlos. También se han creado cuatro nuevas empresas (una quinta está a punto de nacer) y se han generado 447 empleos indirectos de alta cualificación.

Una de estas empresas e historias de éxito es «Life Length», desarrollada en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. Esta compañía, que puso en marcha María Blasco, ofrece servicios de diagnóstico basados en el análisis de telómeros. Estos análisis permiten medir la edad real de una persona -no la que aparece en el DNI- y su estado de salud global. Lo hacen estudiando la longitud de unas estructuras situadas en los extremos de los cromosomas. Desde su creación, la empresa ha facturado por encima de 1,3 millones de euros y ha creado 20 empleos directos.

Apuesta por los mejores

Los 2,7 millones de euros que anualmente ha invertido la Fundación Botín en este programa han sido decisivos, pero sobre todo la elección de los destinatarios de esas ayudas. «No hemos apostado por grandes centros de investigación, sino por personas, por ideas. Al principio, eran científicos más consolidados, ahora buscamos un perfil más joven, con menos pasado y mucho futuro», explica Íñigo Sáenz de Miera, director de la Fundación Botín. Ese olfato ha sabido reunir bajo su paraguas a la élite de la ciencia biomédica, muchos de ellos los mejores en su campo a nivel internacional. Nombres como Carlos López-Otín, María Blasco, Joan Guinovart, Eugenio Santos o José López Barneo, que ya forman parte de la historia reciente de la ciencia española.

La semana pasada la Fundación Botín reunió a su elenco de investigadores para rendirles un homenaje con la publicación del libro «28 historias de ciencia e innovación biomédica en España». El acto fue mucho más que una presentación de un libro, sirvió para hacer balance de los éxitos y fracasos de la política científica.

«La ciencia tiene valor; no es un gasto es una inversión. Ningún país puede aspirar al avance económico sin contribuir al progreso científico y por alguna razón no acaba de percibirlo así, quizá no hemos sabido transmitírselo», se lamentaba Javier Botín, actual presidente de la fundación. En su opinión, el debate de la fuga de cerebros está obsoleto, lo que debería preocuparnos es para qué sirven los que se quedan y hacer ciencia productiva, señaló. Frente a él, Carmen Vela, secretaria de Estado de Investigación, reconoció la incapacidad del Estado para apoyar en solitario la innovación y la necesidad de afianzar en fórmulas de colaboración público-privada. «Sumar fuerzas para avanzar», resumió.

Club de inversores

En estos más de diez años de recorrido, la fundación ha ayudado a los científicos a proteger legalmente sus ideas, a moverse con facilidad en el laberinto de las patentes y la negociación con empresas o a fundar sus propias compañías. El siguiente paso es crear un club de inversores, para sumar más recursos a los que ya proporciona la Fundación Botín. Se buscan grandes fortunas a las que se les garantizará que su dinero tendrá un objetivo social y será invertido con eficiencia empresarial. Eso sí, a fondo perdido y sin obtener nada a cambio, «salvo la satisfacción de aportar valor a la sociedad», recuerda Sáenz de Miera. La fundación ya cuenta con mecenas interesados para acompañarles en este nuevo viaje.

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  1. La Fundación Botín sostiene el mayor programa de transferencia tecnológica del país
    La Fundación Botín sostiene el mayor programa de transferencia tecnológica del país - ABC

    A Emilio Botín no solo le preocupaban los números del Banco Santander. El fallecido banquero cántabro era uno de los grandes mecenas privados de la investigación científica en España. Pero, a diferencia de otros grandes dedicados a la filantropía. No se limitó a apoyar con recursos la ciencia española. Invirtió dinero, aunque con una mirada empresarial, de rentabilidad. A Botín le preocupaba la innovación, que las ideas que surgieran en el laboratorio pudieran terminar en el mercado en forma de producto o servicio y quiso dar un giro a la cultura científica. Era la preocupación de Botín y la gran asignatura pendiente de la investigación española, líder en publicar ideas e investigaciones innovadoras e ineficaz para crear empleo y riqueza.

    Con esa apuesta visionaria surgió hace diez años el programa de transferencia tecnológica. Hasta ese momento a nadie se le había ocurrido guiar y sostener ese paso fundamental para generar riqueza económica y social con la ciencia. Su ayuda se encaminó hacia los equipos que trabajan en el área de salud: cáncer, alzhéimer, párkinson, envejecimiento, enfermedades cardiovasculares, medicina regenerativa..., enfermedades que tienen un gran impacto social.

    Hoy la Fundación Botín sostiene el mayor programa de transferencia tecnológica del país y su fórmula se imita en centros de investigación y universidades. Desde 2005, 28 equipos españoles cuentan con el apoyo de la fundación, se han conseguido 48 patentes y 27 acuerdos con empresas para desarrollarlos. También se han creado cuatro nuevas empresas (una quinta está a punto de nacer) y se han generado 447 empleos indirectos de alta cualificación.

    Una de estas empresas e historias de éxito es «Life Length», desarrollada en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. Esta compañía, que puso en marcha María Blasco, ofrece servicios de diagnóstico basados en el análisis de telómeros. Estos análisis permiten medir la edad real de una persona -no la que aparece en el DNI- y su estado de salud global. Lo hacen estudiando la longitud de unas estructuras situadas en los extremos de los cromosomas. Desde su creación, la empresa ha facturado por encima de 1,3 millones de euros y ha creado 20 empleos directos.

    Apuesta por los mejores

    Los 2,7 millones de euros que anualmente ha invertido la Fundación Botín en este programa han sido decisivos, pero sobre todo la elección de los destinatarios de esas ayudas. «No hemos apostado por grandes centros de investigación, sino por personas, por ideas. Al principio, eran científicos más consolidados, ahora buscamos un perfil más joven, con menos pasado y mucho futuro», explica Íñigo Sáenz de Miera, director de la Fundación Botín. Ese olfato ha sabido reunir bajo su paraguas a la élite de la ciencia biomédica, muchos de ellos los mejores en su campo a nivel internacional. Nombres como Carlos López-Otín, María Blasco, Joan Guinovart, Eugenio Santos o José López Barneo, que ya forman parte de la historia reciente de la ciencia española.

    La semana pasada la Fundación Botín reunió a su elenco de investigadores para rendirles un homenaje con la publicación del libro «28 historias de ciencia e innovación biomédica en España». El acto fue mucho más que una presentación de un libro, sirvió para hacer balance de los éxitos y fracasos de la política científica.

    «La ciencia tiene valor; no es un gasto es una inversión. Ningún país puede aspirar al avance económico sin contribuir al progreso científico y por alguna razón no acaba de percibirlo así, quizá no hemos sabido transmitírselo», se lamentaba Javier Botín, actual presidente de la fundación. En su opinión, el debate de la fuga de cerebros está obsoleto, lo que debería preocuparnos es para qué sirven los que se quedan y hacer ciencia productiva, señaló. Frente a él, Carmen Vela, secretaria de Estado de Investigación, reconoció la incapacidad del Estado para apoyar en solitario la innovación y la necesidad de afianzar en fórmulas de colaboración público-privada. «Sumar fuerzas para avanzar», resumió.

    Club de inversores

    En estos más de diez años de recorrido, la fundación ha ayudado a los científicos a proteger legalmente sus ideas, a moverse con facilidad en el laberinto de las patentes y la negociación con empresas o a fundar sus propias compañías. El siguiente paso es crear un club de inversores, para sumar más recursos a los que ya proporciona la Fundación Botín. Se buscan grandes fortunas a las que se les garantizará que su dinero tendrá un objetivo social y será invertido con eficiencia empresarial. Eso sí, a fondo perdido y sin obtener nada a cambio, «salvo la satisfacción de aportar valor a la sociedad», recuerda Sáenz de Miera. La fundación ya cuenta con mecenas interesados para acompañarles en este nuevo viaje.

  2. Ciencia contra el paso del tiempo

    Isabel Fariñas, catedrática de la Universidad de Valencia, es la «novata» de la Fundación
    Isabel Fariñas, catedrática de la Universidad de Valencia, es la «novata» de la Fundación - ABC

    GUILLERMO LLOPIS / VALENCIA

    Isabel Fariñas, experta en biología celular, es la «novata» de la Fundación Botín. Con una trayectoria de cerca de un año en el programa, esta catedrática de la Universidad de Valencia experta en células madre adultas trata de avanzar en una línea con grandes aplicaciones prácticas mediante la medicina regenerativa. Las células que tanto Isabel como su equipo estudian se caracterizan por ser expandibles y plásticas, lo que les permite regenerarse a sí mismas: una cualidad en la que, tiempo, recursos y confianza mediante, ahondar podría dar pie a importantes logros para la ciencia.

    A largo plazo, «en un futuro lejano», la investigación en este campo podría alcanzar un escenario en el que fuese posible, mediante fármacos, potenciar desde el exterior el «vigor» de estas células. O, traducido en su aplicación práctica, alcanzar a comprender el comportamiento de las células madre adultas distribuidas por los tejidos del cuerpo humano podría ayudar a alargar la vida de las personas, o al menos mejorar la calidad de la misma. La atrofia de los tejidos deriva de esa pérdida de vigor, por lo que llegar a entender el alcance de las propiedades celulares, en unos años, podría hacer que desregular la evolución de estas células sirviese para frenar procesos peligrosos, como la formación de tumores.

    Con el rigor por bandera, Fariñas escurre el protagonismo: lo importante, a su juicio, es hacer ciencia «de calidad». En ocasiones, según cuenta a ABC, investigaciones aparentemente triviales han servido para atar cabos sueltos que han resultado imprescindibles para grandes descubrimientos. «No se puede trabajar con el afán de que todo sea útil algún día», argumenta, por lo que tanto ella como su equipo trabajan más allá de resultados concretos. La paciencia y el mimo en el laboratorio son tan importantes como cualquier tubo de ensayo.

    Pero la ciencia tiene muchos palos en las ruedas. El principal, la exigencia cortoplacista de la política. Por suerte para investigadores como Isabel, las aportaciones privadas proporcionan los medios necesarios en un espacio que, en su opinión, «debería ocupar la administración». «La mejor manera de invertir en ciencia es hacerlo en educación primaria», dice, crear una tradición cultural en la sociedad paralela a la política que fomente la investigación para que en cualquier momento un científico pueda realizar un descubrimiento importante en España. Porque los científicos «descubren, no inventan».

  3. «La Fundación nos ha inoculado la inquietud por la innovación»

    Juan Valcárcel, doctorado en Biología Molecular en la Universidad Autónoma de Madrid
    Juan Valcárcel, doctorado en Biología Molecular en la Universidad Autónoma de Madrid - INÉS BAUCELLS

    E. ARMORA / BARCELONA

    Si la Fundación Botín no hubiera puesto la lupa sobre sus proyectos de investigación, el científico Juan Valcárcel, del Centro de Regulación Genómica (CRG) de Barcelona, no habría sido consciente del potencial real de sus investigaciones.

    Tras siete años arropado por la citada Fundación, este experto en biología molecular, natural de Lugo, que desde hace años dirige un grupo de investigación en el CRG, ahora ya sabe qué hacer para que la ciencia básica que emana de su laboratorio tenga proyección.

    «Más que un mecenazgo»

    «Lo que ofrece la Fundación Botín es mucho más que un mecenazgo, nos ha abierto miras y ha demostrado que nuestros esfuerzos pueden tener una aplicación real, más allá de la investigación pura y dura», explica Valcárcel en declaraciones a este diario. «Llevamos años centrándonos en el estudio de los mecanismos que llevan a las células a leer los mensajes que le envía nuestro genoma. Intentamos saber cómo la célula extrae la información de los genes que está dispersa en diferentes localizaciones del ADN», dice el investigador. En concreto, el equipo de 14 investigadores que lidera se ha centrado en el hallazgo de medicamentos que ayuden a las células a leer bien los textos que les llegan del genoma. «Sabemos que cuando las células los leen mal aparecen las enfermedades, entre ellas el cáncer», dice Juan Valcárcel. «Por esto es importante -añade el científico- ayudarles a interpretar bien las informaciones que le envían nuestros genes, algo que se puede conseguir mediante fármacos diseñados para esta función». Respecto a su experiencia con la Fundación (pasó una primera fase de apoyo de cinco años que luego fue renovada) tiene claro que ha marcado un antes y un después. «No ha sido un mecenazgo tradicional, nos ha cambiado la manera de trabajar en el laboratorio», afirma el científico. Ese giro lo resume en una idea: «La Fundación nos ha inoculado la inquietud por la innovación. Nos ha hecho ver que, a tiro de piedra, tenemos un mundo de posibilidades que antes ni imaginábamos».

    «Asesoran desde el respeto»

    Otro hecho diferencial de la Fundación es, según Juan Valcárcel, «el trato a los investigadores». «Nos brindan asesoramiento desde el respeto sin interferir en nuestra manera de hacer las cosas y eso es importantísimo para nosotros. Nos dan libertad total para que investiguemos como queremos», concluye el científico.

  4. «Ha sido un apoyo útil, desde el respeto a nuestro trabajo»

    Modesto Orozco, doctor en Bioquímica por la Universidad de Barcelona
    Modesto Orozco, doctor en Bioquímica por la Universidad de Barcelona - INÉS BAUCELLS

    ESTHER ARMORA / BARCELONA

    «El apoyo económico a la investigación es importante, pero no lo es todo». Modesto Orozco, catedrático de Bioquímica de la Universidad de Barcelona (UB) e investigador del Instituto de Investigación Biomédica (IRB) de la capital catalana, reconoce que la financiación es siempre bienvenida, aunque «es mucho más útil si la ayuda llega con sensibilidad hacia el mundo científico». En este sentido, este «hombre teórico», que lleva años utilizando los mecanismos de computación para diseñar fármacos, sin necesidad de ensayos reales, destaca su satisfacción por los cinco años de apoyo que ha recibido de la Fundación Botín.

    «Lo han hecho muy bien porque la ayuda se ha hecho desde el más absoluto respeto a los investigadores. A los científicos no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer y ellos han confiado en nosotros desde el primer momento, dándonos un apoyo absoluto», afirma el catedrático. Subraya también otra gran ventaja de estos años de estrecho contacto con la Fundación: «Gracias a ella he podido ver la transferabilidad de las cosas que hago», afirma.

    Desde su laboratorio del IRB, Orozco intenta, a través de complejos modelos matemáticos, entender cómo funcionan las macromoléculas que definen los procesos biológicos. «Las células son un conjunto de máquinas que hacen acciones.Nuestro objetivo es entender, a nivel más íntimo, cómo funcionan estas máquinas y cómo podemos actuar sobre ellas», apunta el investigador del IRB. «En definitiva, lo que intentamos es que la biología se mueva hacia la ingeniería», resume.

    La Fundación Botín demostró desde un principio, según explica, mucho interés por el proyecto y «a partir del debate científico, me ha permitido ver qué potencial tienen mis investigaciones».

    Fruto de esta relación con la Fundación, que sigue aún viva, ha nacido su «spin-off», de base tecnológica y centrada en el diseño de fármacos, que se constituirá oficialmente el próximo día 4 de diciembre y en la que participa activamente la Fundación.

    «No solo es uno de los accionistas más importantes, sino que desde el primer momento nos asesorado sobre el tema de las licencias y otros aspectos», concluye el científico del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona.

  5. «Hemos podido abordar proyectos arriesgados»

    Carlos López-Otín, catedrático de Bioquímica de la Universidad de Oviedo
    Carlos López-Otín, catedrático de Bioquímica de la Universidad de Oviedo - ABC

    Hace más de diez años, Carlos López-Otín recibió una llamada en el laboratorio. Era el propio Emilio Botín. «Fue breve y directo. Me preguntó si podría ir a Santander y explicarle mi trabajo». Esa misma semana viajó a la sede de la Fundación Santander para contarle en apenas 15 minutos lo que había hecho en su laboratorio durante los últimos años y las ideas que estaba explorando. «Me hizo unas cuantas preguntas, algunas muy curiosas que demostraban su gran intuición. Recuerdo que me preguntó por qué estudiábamos gen a gen, en lugar de buscar una mirada global. Curiosamente, luego surgieron los proyectos genoma del cáncer». Tras esta conversación Emilio Botín le ofreció su apoyo. Desde entonces, López-Otín, el científico con más impacto en el campo de la biología celular de Europa, colabora con la fundación. El trabajo de este investigador ya estaba cambiando la forma de tratar el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y los problemas del envejecimiento.

    Pero el mecenazgo le ha permitido no solo sostener una parte del presupuesto anual del laboratorio, sino abordar proyectos arriesgados «que no hubiéramos podido desarrollar de otra manera». Uno de ellos es la empresa DREAMgenics, especializada en el análisis de genomas y las aplicaciones farmacogenéticas. Sus servicios y productos están orientados tanto a la utilización de estos análisis en los centros sanitarios como en investigación. «La fundación fue decisiva para que pudiera nacer esta empresa que acerca a la sociedad el lenguaje genómico y facilita la interpretación de las claves que en él se esconden, especialmente en el ámbito de las enfermedades», explica.

    Con más recursos aumentó el riesgo por innovar, pero sobre todo se produjo un cambio: «Nos ha ayudado a entender que la investigación básica, además de generar conocimiento y servir de vehículo para la formación de jóvenes científicos también contribuye a generar riqueza social».

  6. A la búsqueda de soluciones para enfermedades de mal pronóstico

    Juan Antonio Bueren posa para ABC en su laboratorio en el Ciemat
    Juan Antonio Bueren posa para ABC en su laboratorio en el Ciemat - MAYA BALANYA

    La lucha de Juan Bueren es la de las enfermedades raras y de mal pronóstico. A la Fundación Botín les llamó la atención no solo su trabajo científico sino su interés por dar una proyección real al tratamiento de las patologías más olvidadas. «Nosotros teníamos muy claro el objetivo de la transferencia tecnológica porque sabemos que debemos ayudar a los médicos a tratar a enfermos donde los fármacos y terapias convencionales no son suficientes o son muy tóxicas», explica Juan Bueren, experto en terapia génica del Ciemat. «Pero éramos unos ingenuos», confiesa. «Tan pronto como podíamos comunicábamos todos nuestros resultados sin percatarnos que de esta manera anulábamos todas las posibilidades de proteger nuestros hallazgos y de facilitar su posterior explotación para darle un valor añadido, por ejemplo, transformándolo en fármacos que estuvieran al alcance de la población».

    El equipo de terapias avanzadas del Ciemat trabaja en la búsqueda de soluciones para tres graves enfermedades genéticas que afectan a la sangre: una anemia rara, una inmunodeficiencia y un fallo de médula ósea. «Todas ellas son de difícil tratamiento y por ello desarrollamos terapias alternativas, en particular la terapia génica». Aunque la terapia recomendada para estas enfermedades es el trasplante de médula de donante sano, no todos los pacientes tienen un donante compatible y existe riesgo de rechazo. La alternativa con la que se investiga es la terapia génica, en la que el donante es el propio paciente. Su fundamento es sencillo, cuenta Bueren. «Del paciente se obtienen algunas células madre de la médula ósea. En el laboratorio se introduce en estas células la versión correcta del gen que estaba mutado en el paciente y se transporta con un virus».

    Hoy el grupo de Bueren, fruto de sus investigaciones, ha logrado dos nuevas designaciones de medicamento huérfano para tratar con terapia génica dos tipos de anemias de difícil tratamiento. «Es difícil decir hasta donde habríamos podido llegar sin ayuda. Lo que nos ha quedado bien claro es que la transferencia del conocimiento al mundo empresarial es el medio para hacer llegar nuestro trabajo a la sociedad».

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