PATRIMONIO

En las entrañas del tiempo

El Ayuntamiento restaurará las campanas de la Torre del Reloj

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Entre los cierros y visillos, arrastrado por el viento, su sonido se colaba en los hogares chiclaneros para marcar los tiempos. El mundanal devenir del día a día a las en punto, el sobrio tocar de la muerte, el repetitivo toque de misa; nada escapaba a su brillante esfera. Gallarda y esbelta, en el centro de la ciudad, vio una invasión francesa, la visita de un rey, la construcción de su templo más cercano. Resistió a los embates de la modernidad, a la destrucción del edificio que le daba sentido, a la remodelación del centro, al inexorable paso de la vida que ella misma marcaba. Y ahí está viendo pasar el tiempo, que cantaría Ana Belén y Víctor Manuel. No es poca cosa, teniendo en cuenta que peina las canas de 251 años de existencia como icono de Chiclana. Pese a que la Torre del Reloj cumplió el pasado año los dos siglos y medio de existencia sin pena ni gloria, el emblemático edificio encara ahora una próxima intervención.

Así, desde el Ayuntamiento ultiman los trámites para una intervención en sus campanas. Concretamente, la idea será refundir las más modernas y agrietadas (que datan de los años 50) para que puedan recuperar su uso. Igualmente, la más antigua (que data del siglo XIX) se restaurará para posteriormente decidir si volverá al cielo de Chiclana o pasa a estar en el Museo. De una u otra forma, en los próximos días, la plaza Mayor vivirá un espectáculo que pocas veces se ve: descolgar todo el cuerpo de campanas (un total de cuatro) a través de grúas para proceder a su refundido y restauración.

Momento idóneo para repasar la vida del edificio más reconocido de la ciudad, junto a la propia ermita de Santa Ana. Acostumbrado a dominar la vida del chiclanero, con sus 30 metros de altura, no se escapa fácilmente de la vista con elevar la mirada al cielo. Distinto es poder contemplar las vistas que ofrece desde su parte más elevada, un Placer del que solo disfruta el personal municipal de Vías y Obras cuando tiene que realizar alguna labor de mantenimiento en la torre. Sin embargo, este medio ha tenido la oportunidad de documentar las vistas que ofrece el último testigo del que en el pasado fuera parte del Cabildo Municipal.

De hecho, aunque muchos no lo tengan muy claro, la Torre del Reloj es de propiedad municipal, tal y como explica el delegado de Cultura José Manuel Lechuga. Con una particularidad, parte de sus entrañas fueron donadas y tienen vinculación con la propia Iglesia Mayor. Y es que al quedar inconclusa la obra del templo de levantar las dos torres que tenía proyectadas y quedar, por tanto, sin campanarios, el cercano edificio civil asumió parte de sus funciones.

De ahí que tradicionalmente, además de marcar las horas, avisara de misas, salidas procesionales, fallecimientos o del Ángelus. Una peculiaridad que lleva a más de uno a dudar de su carácter civil. Sin embargo, su construcción se inició en 1757 como parte del antiguo Ayuntamiento con la idea de albergar un reloj y cuando la actual iglesia ni siquiera se había empezado a levantar.

No era éste, el primero que tenía la ciudad. De hecho, la ubicación del propio monumento, declarado Bien de Interés Cultural desde hace décadas, está ligada al propio desarrollo urbanístico de la ciudad. Así, su ubicación está ligada a la expansión que vivió la ciudad tras la reconquista al poder musulmán. Así, anterior a esta época se cree que la ciudad se limitaba a una pequeña cerca o muralla alrededor del desaparecido castillo de la villa, ubicado en el actual cerro que hoy lleva su nombre.

Poco se sabe de estos orígenes, más allá de que el actual arco sobre el que se asienta la torre era una de las entradas a la antigua zona amurallada. Aunque para comprender el actual edificio hay que remontarse al siglo XVIII. Se tiene constancia que el relojero sevillano José Varales arregla el reloj de la primitiva torre. Es por aquel entonces cuando se decide rehabilitar todo el edificio, sin embargo, problemas técnicos desaconsejan la intervención.

Es por ello por lo que se decide sustituir la construcción anterior por un nuevo edificio. Un total de siete años se emplearon para levantar los 30 metros que la componen, con sillares de piedra ostionera y coronada por una cúpula revestida de azulejos. En cualquier caso, aunque en 1764 los trabajos exteriores ya estaban culminados, los interiores se alargaron otros 12 años más.

Es por ello por lo que hasta 1787 no se le coloca la maquinaria del reloj que, en un principio, estaba destinada para los campanarios de la iglesia de San Juan Bautista, cuya construcción ya había comenzado por esos años. Años después, llegarían las campanas, ligadas también al cercano templo. De hecho, algunas de ellas llevan el nombre del propio patrón de la ciudad al que está consagrado el templo. 

Puro neoclásico

En sus líneas, el edificio está marcado por el estilo neoclásico predominante en las construcciones de la ciudad en esos años. Así, los cuatro cuerpos que la componen, aunque relativamente austeros, hacen gala de pilastras y capiteles de este estilo arquitectónico. 

Sobre el primer cuerpo del arco de acceso a la ciudad, se ubican dos más ciegos y cuadrados, recorridos por pilastras. Al final del segundo cuerpo es donde se ubica la esfera del reloj. Sobre el reloj, el cuerpo octogonal con los arcos que albergan las campanas y la torre recubierta de cerámica vidriada. El juego de piedra ostionera vista en contraste con las juntas, marca la impronta de este edificio, también caracterizado por las cornisas que separan sus cuerpos. 

Nada que ver con su interior, al que se accede por un pequeño edificio en el lateral de la torre, y marcado únicamente por la funcionalidad. Entre forjados de mampostería y vigas de madera y entarimados se resuelve la subida por su interior, muy marcada por el mecanismo de pesos y contrapesos de la antigua maquinaria del reloj. Hoy en día, ha sido sustituido por otro electrónico y una mecanización de las campanas que, con esta nueva intervención en las campanas, se verá mejorado.

Los vanos de los que cuelgan este patrimonio mueble de bronce ofrece inusuales vistas a la propia Iglesia Mayor y a todo el caserío de la localidad. La iglesia de San Sebastián, la de Santo Cristo, las marismas o el Puente Azul pueden verse desde lo alto. Es el caso también de una vista poco conocida de la propia ermita de Santa, punto más alto de la ciudad. Incluso localidades cercanas como San Fernando o Medina o el nuevo puente de Cádiz se pueden contemplar desde sus vanos.

Unas bellas vistas que, de momento, no son visitables. Sin embargo, el propio concejal de Cultura, José Manuel Lechuga, reconoce que llevan tiempo estudiando la viabilidad de que se pueda visitar (complicada por la existencia de un último tramo de complicada accesibilidad). De momento, habrá que conformarse con verla desde el suelo, con la sana envidia de saber que solo ella, la Torre del Reloj, puede contemplar el horizonte con la gallardía de saberse el edificio más singular del skyline chiclanero.

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