Pan y circo

Luces de primavera

'Deshinibido y sin complejos, el fútbol de este equipo renovado transmite la sensación de que puede conseguir los objetivos'

Luis Hernández, en acción.
Pepe Reyes

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Daba comienzo el decisivo duelo frente al Villarreal y un cárdeno vagón de nubes tardías decoraba el viejo Carranza con su nervioso tropel de agua inopinada y de grises presurosos. Bramaba el viento achubascado pero en lo más recóndito del horizonte se aventuraban trozos de cielo azul. Viva estampa de un invierno que languidecía y de un equinoccio que alboreaba a los 18 minutos, justos, de iniciado el partido. Cósmica combinación que, como si de un preparado funambulismo astral se tratase, iba a permitir al Cádiz evadirse de sus sombras invernales y abrazar el calor de renacidas luces de primavera.

Pronto pudo comprobarse, pues deshinibido y sin complejos, el fútbol de este equipo renovado transmite la sensación de que puede conseguir los objetivos que se proponga. A pesar de la dureza y dificultad que entraña enfrentarse a rivales de contrastada categoría internacional, que al mínimo despiste hurtan en un instante los puntos en litigio, el aplomo y seguridad que se palpa en todo lo que los amarillos ejecutan sobre el césped infunde un grado de confianza hasta ahora desconocido.

Ese binomio inquebrantable que constituyen equipo y afición, esa comunión entre ambos, donde uno ejecuta, el otro anima y donde sólo existe un alma, unívoca y compartida, es la baza más preciada que guardamos para afrontar esta recta final de competición. Lo vivido el pasado domingo fue buena muestra de ello. Cuando Sobrino anotaba ese gol salvador y postrero, la eclosión de felicidad fue tanta, la liberación de tensiones acumuladas, de tal envergadura, que la tarde parecía desangrarse con dos piñas de abrazos amarillos, una en el césped, la otra en la grada, aún siendo la misma en realidad. Justa recompensa al denodado esfuerzo realizado por el equipo y al sufrimiento tanto tiempo padecido por la afición.

Finalizado el partido, y mientras el viejo Carranza era un estallido unísono de algarabía, el tímido sol de poniente estampaba su oro viejo en el improvisado lienzo de la grada alta de preferencia. Un sol de primavera recién estrenada, una hoguera de esperanza con color de salvación.

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