Una familia, un pueblo y un proyecto con alma: Tintefish
“Nos gusta llamarnos Familia Tintefish”, comienza David Castaño, fundador del proyecto. “Nacimos en 1992 en Benalup-Casas Viejas. Mi madre es de allí, nosotros —mis hermanos Javier, Jose Luis y yo— nacimos en Madrid, pero los veranos en Cádiz nos marcaron: el campo, las vacas, la playa y la hospitalidad andaluza. Aquello era magia”.
En esos veranos se unieron dos herencias: la pasión deportiva de su padre —que promovía equipos de fútbol y baloncesto— y la calidez del sur. “Mi primo Manolo Cabrales fue clave desde el principio. Él era y es el alma local. Juntos formamos un primer equipo de futbito que acabaría siendo la semilla de Tintefish.”
El nombre también nació del afecto: “Tintefish significa pulpo en alemán. Se lo pusimos por Juanito, nuestro tío con discapacidades, que mezclaba palabras mientras contaba chistes y nos hacía reír a la vez nos hacía cosquillas y decía ‘¡Tintefish!’. Teníamos 14 o 15 años pero ya intuíamos que este era un nombre con alma, era nuestra forma de quererle”.

Benalup, un lugar donde la vida se arremanga
Para entender Tintefish, hay que entender su tierra. “Benalup siempre ha sido un pueblo que ha sufrido. Vivió los Sucesos de Casas Viejas, la Guerra Civil… y hasta el año 1991 ni siquiera tenía identidad administrativa propia. Siempre estuvo, como decimos, bajo el dedo del señorito".
Pero eso le dio una fuerza especial, cuando acabó la dictadura, el pueblo salió a la calle y empezó a organizar sus propias fiestas”. De ese espíritu nació el primer maratón de futbito de España, en 1978, un símbolo de alegría colectiva. “De ahí viene todo —dice David—, de esa necesidad de juntarse, de reír, de crear cosas bonitas cuando nadie te las regala, Benalup es el mejor lugar del mundo.”
Semillas positivas
Con los años, lo que empezó como un juego se convirtió en una filosofía. “Nosotros regamos semillas positivas: cariño, amistad, generosidad, esfuerzo. La felicidad no es un concepto abstracto, es biología: serotonina, dopamina, endorfinas. Cuando eres empático, tu cuerpo te premia. Nosotros trabajamos eso, lo positivo, porque lo negativo ya está en todas partes.”
Tintefish ha llevado esa energía por el mundo. “He trabajado en diez países, en los cinco continentes. Con los masáis en Tanzania, los niños en las Islas Maldivas, en Bután con monjes, en Nueva Zelanda... Pero no soy el único. Manolo Cabrales y Lolo Candela van al Sahara Occidental... Somos una familia que comparte lo que tiene”.
Niñas también, felicidad para todos
Durante la pandemia, David volvió a Benalup y vio algo que le removió: “El 90% de los niños que hacían deporte eran varones. Para las niñas había pocas opciones. Empezamos con un grupo pequeño y todo el mundo decía que no iba a funcionar. Funcionó”.
Aquel fue el primer proyecto sociodeportivo femenino de la historia del pueblo. “No entrenamos para ganar. Trabajamos esfuerzo, generosidad, compasión y convivencia. Y todo es gratuito: no cobramos, ni pedimos, sino que compartimos. Y sin pedir, nos han tocado la puerta la Fundación Real Madrid, Cádiz CF o La Caixa. Todo fluye cuando la energía es buena.”
Los jóvenes crecen dentro y se convierten en monitores: “Un niño de 7 u 8 años que entra en Tintefish puede acabar a los 15 guiando a otros. Aleyda, Marina, Nerea, Hugo e Iván... es precioso dejarles crecer.
Un niño escucha mejor a un adolescente feliz que a un adulto agotado. Eso lo aprendimos en casa: yo empecé con 11 años, mis hermanos con 12 y 13.”
Julia, la niña que siempre sonríe
“Julia Gutiérrez es la niña con más discapacidades de todos los proyectos. Está sorda, apenas puede escribir ni caminar. Llegó gracias a Ezequiel Ordóñez, el pescadero del pueblo, monitor y responsable del proyecto.
Fue María José, la madre de Julia quien se acercó a él, dudando de si su hija podría participar. ‘Oye, Ezequiel, ¿tú crees que podría venir la niña? Apenas puede correr’, le dijo. Y él le respondió sin pensarlo: ‘Tráela, por qué no’.
Aquel sí cambió muchas cosas. Tres años después, Julia conduce un balón, marca goles, se cae y se levanta. Sin duda ella y todas las niñas nos mejoran cada día.”
Su historia se ha convertido en el corazón del grupo: “Julia genera empatía, y la empatía genera generosidad, amor, compasión que es igual a felicidad.
Ha pasado por un accidente de coche, por operaciones, por meses en silla de ruedas, y siempre vuelve. Ahora juega con adolescentes, en plena edad del ego, y sigue siendo una más. Todos la adoran y es una lección superación.”
Héctor, un camino al liderazgo
Otro ejemplo late en el proyecto con los chicos del Centro de Tratamiento Terapéutico de Benalup. “Un día los educadores nos buscaron y nos propusieron trabajar juntos. Héctor, uno de esos chicos, empezó como jugador de proyecto Tintefish Junior, y hoy ya es monitor de niños pequeños.
Tiene 16 años. Es histórico, nosotros confiamos en él sin etiquetarlo y es parte de la familia como uno más.”
David lo explica sin grandilocuencia: “A veces no hace falta rescatar a nadie; basta con darle la oportunidad de ser feliz. Héctor lo hace, y eso es una oportunidad de desarrollo en su vida.”

Un pulpo con muchos brazos y un solo corazón
“Legalmente somos una asociación y funcionamos como una fundación. No hay socios ni cuotas, sólo personas implicadas. El núcleo fuerte somos mis hermanos, Manolo Cabrales, Lolo, Ezequiel, Pety y los monitores de los 4 países en los que estamos. Mención especial para Carmen Peña, nuestra tía, ella es puro amor.
Escuchamos a todos, nos adaptamos y decidimos juntos. Así se mantiene viva la esencia.”
Hoy, la familia Tintefish reúne a unas 100 personas en Benalup y más de 300 en total entre proyectos y comunidades. “Somos una extensión de nuestros padres, de las cosas bonitas que nos enseñaron y las ganas de hacer el bien”, resume David.
Y es aquí donde la historia cierra su círculo. Como aquel Tintefish que les hacía reír de niños, el proyecto extiende sus brazos como un pulpo amable: unos juegan, otros enseñan, otros simplemente acompañan. Cada tentáculo toca una vida distinta y cada sonrisa deja una huella donde enraíza la semilla, es la infancia eterna. “De eso se trata —dice David—, compartir momentos de felicidad y dejar una marca de cariño y sonrisa en las personas.”
